Francisco Rodríguez-Aguado Salas, hasta hace unos días Presidente Nacional de la Hermandad Monárquica Española, está en posesión de numerosas distinciones españolas y extranjeras: Gran Cruz de la Hermandad Nacional Monárquica del Maestrazgo; Gran Cruz de la Hermandad Nacional Monárquica de España, de la que fue su refundador; Grandes Cruces de la Orden del Mérito de la HNME y de la Orden a la Constancia, de la HNME, inherentes a su cargo, entre otras. Además es Miembro Correspondiente de la Sociedad de Estudios de San Gregorio Magno y Gran Académico de Honor nº 3 del Instituto Chileno Georgiano de Investigación y Cultura; Caballero de la Orden de San Estanislao, fundada por el último Rey de Polonia, Estanislao Augusto Poniatowski, en 1765, así como Miembro de la International Federation Praemiando Incitate.
Francisco Rodríguez-Aguado inició su andadura en la Hermandad Nacional Monárquica del Maestrazgo, en la que fue Presidente-Delegado de España Sur y posteriormente, durante un año, su Presidente nacional. Aquella asociación constituyó el germen de la actual Hermandad Nacional Monárquica de España, una entidad sin ánimo de lucro cuyo objetivo es el apoyo a la monarquía española mediante actividades culturales y sociales. Nuestro entrevistado ha sido Presidente de la HNME durante diez años. Una vez cumplido su actual mandato, deja definitivamente la Presidencia.
En esta entrevista nos acercamos a la persona que hay detrás de las fotografías y los eventos. Francisco sorprende por su fácil conversación, chisporroteante de anécdotas, sabiduría y buen humor. Entre sus facetas más íntimas destaca la de orgulloso abuelo de una maravillosa cantante de innata elegancia y voz de soprano. Profesional querido y respetado por sus colegas, consiguió su plaza de profesor asociado en la Universidad de Granada donde impartió clases de Obstetricia y Ginecología en la Unidad de Matronas. En cuanto a sus aficiones, como buen andaluz es un apasionado del cante, de los toros y la Historia: Máter/Magister en Derecho Nobiliario, Heráldica y Genealogía, Experto Universitario en Genealogía y Especialista Universitario en Heráldica por la UNED, además de haber cursado la licenciatura en Historia por la universidad de Granada solo por afición a la materia. Y en fin, otra de sus grandes aficiones es la bibliofilia; pertenece a la Unión de Bibliófilos Taurinos de España, también conocida informalmente como «los 200», por ser ése el número exacto de miembros que suma, siendo una de las más prestigiosas asociaciones de bibliófilos de nuestro país, y cuenta con una vasta biblioteca taurina de la cual no conoce el número exacto de ejemplares por estar catalogándola, pero estima que se acercará a los 5.000 o incluso puede que supere esa cifra.
El Cantarano.- Empecemos por hablar de la Hermandad Monárquica. ¿Cómo llegaste a involucrarte en esta Hermandad hasta el punto en que lo has hecho?
Francisco Rodríguez Aguado.- No te lo podría decir con seguridad, pero fue desde muy joven. Ser Monárquico no es un sentimiento pasajero ni una ideología cambiante, es una convicción que nace dentro de uno mismo en algún momento de la vida, sin que incluso llegues a darte cuenta de cuando sucede. Yo creo que en ese sentimiento nació conmigo. No son sólo palabras, son propósitos y proyectos que se convierten en hechos a través del buen hacer y voluntad de hombres y mujeres que ponen en ello su corazón y esfuerzo, y a los que debemos agradecer tan magna labor, porque ser monárquico es un honor. Ese es el espíritu de la Hermandad Nacional Monárquica de España. En cuanto a mi compromiso con la Hermandad, surgió primero con mi nombramiento como Presidente Regional de España Sur (Andalucía, Ceuta y Melilla), y posteriormente, accediendo a la Presidencia Nacional, primero como Presidente de una Junta Nacional Rectora en febrero de 2012, y el 1 de diciembre del mismo año, fui elegido, en Asamblea General Extraordinaria, Presidente de la Junta Nacional. Desde entonces no he dejado de trabajar por y para la Hermandad Nacional Monárquica de España. Tengo un agradecimiento total a dos personas que confiaron en mí plenamente: don Antonio Ramón Camps, Secretario General de don Ramón Forcadell, y D. Fernando Polo de Alfaro y Góngora de Argote, otro histórico de la Hermandad Nacional Monárquica del Maestrazgo, que fue su Vicepresidente.
El Cantarano..- Entre tus mayores aficiones están el cante y los toros. ¿De dónde te vienen esas aficiones?
Francisco Rodríguez Aguado.- Flamenco y Toros ó Toros y Flamenco, son dos artes que a lo largo de los tiempos siempre han ido paralelas, sin duda, porque son tantos los nexos que ambas tienen en común que se hace difícil saber dónde empieza una y termina la otra. Y el caso es que, aunque el flamenco es mucho más joven que el toreo, las dos disciplinas siempre han estado estrechamente ligadas en la historia y por la historia. El Cante Flamenco surgió entre los siglos XVIII y XIX y ya por entonces se conocía la relación del cante con el toreo. Una crónica de 1853 da cuenta de uno de los espectáculos celebrados en Madrid, en el que se hace referencia a la “música flamenca” y “flamencos” y a algunos de los personajes que concurrieron al espectáculo, como los banderilleros Regatero y Muñiz, el picador “El Pelón” y el matador de toros Cayetano Sanz. Por cierto, que entre los cantaores actuó Farfán, que había sido antiguo picador. Es, por tanto, a partir del siglo XVIII, cuando el flamenco – cante y baile – surge como un fenómeno cultural que comenzará a gestar su historia y su marco geográfico y social, al tiempo que la Fiesta de Toros también comienza a consolidarse como expresión artística. En palabras de Ricardo Molina: «Los orígenes, desarrollo y ambiente del arte taurino, de 1740 a 1900, forman una historia paralela a la del flamenco».
En cuanto al origen de mis aficiones, podríamos empezar diciendo que el medio condiciona, y yo me crié en un cortijo cercano a Granada, una isla en medio del campo, donde las conversaciones giraban en torno a estos dos espectáculos. Recuerdo los cantes de trilla y a los gañanes que cantaban mientras araban al son del tintineo de los campanillos de las yuntas. Por otro lado, en el cortijo trabajaban algunas familias gitanas con los que me relacioné desde que era pequeño, y como sabes, los gitanos llevan el cante y el baile en la sangre. Luego, de estudiante, empecé a frecuentar las peñas flamencas de Granada, la mejor de todas «La Platería», en el Albaicín, así como festivales por los pueblos de los alrededores, que duraban toda la noche, con los mejores cantaores de la época. A mí me encantaban Fosforito y José Meneses, aunque he de reconocer que me aficioné con cantes más livianos, concretamente con los fandangos del Sevillano y de Gabriel Moreno, de Linares.
Respecto a los toros, en cuanto cumplí 18 años, mi abuelo que era socio del Club Taurino de Granada, me inscribió, con lo cual tuve un aprendizaje extraordinario con los grandes aficionados que allí había, asistiendo y participando en las tertulias que el club organizaba con toreros y otras personas. Así, poco a poco, me fui relacionando con los toreros de Granada y con gentes del cante flamenco, entre los que llegué a tener grandes amigos. Fernando de Palencia, pseudónimo tras el que se ocultaba Fernando Bragado Iglesia, en una colaboración para un libro del cantaor Alfredo Arrebola, además profesor de literatura, definió Los Toros y el Flamenco como «….dos niños que van cogidos de la mano, pues es tal la simbiosis que se produce, que es rarísimo que los profesionales del torero y los buenos aficionados al «Arte de Cúchares» no lo sean también del «Arte Flamenco», y que muchos profesionales y aficionados del «Planeta Tauro» han llegado a cantar maravillosamente…»
El Cantarano.- Precisamente ahora tenemos el caso del torero valenciano Enrique Ponce, que se había lanzando a cantar, ya antes de los cambios en su vida sentimental. ¿Podrías hablarnos de algún personaje famoso del cante o del toreo que hayas conocido?
Francisco Rodríguez Aguado.- Podría hablar de muchos, y de hecho, en la Huerta donde vivo, hemos organizado fiestas con cantaores y guitarristas importantes, e incluso con bailaoras. Pero recuerdo especialmente a Manolo Caracol, muy vinculado también al mundo del toro, ya que su padre, «Caracol el del Bulto», era primo hermano de Rafael El Gallo, de Joselito, y por tanto de las esposas de Ignacio Sánchez Mejías y de El Cuco, y fue de mozo de estoques con sus primos. Para mí fue muy emotivo que su hija Manuela Ortega y su nieta Luisa Ortega viniesen expresamente a Granada desde Madrid para presentar mi libro «Toreo por seguiriyas. Aproximación a la genealogía gitana de los Ortega, paradigma de una familia flamenca y torera”, editado por Egartorre, Madrid, en 2013 dentro de su Colección «Albero», nº 22. Por supuesto, la presentación terminó en una verdadera juerga flamenca con el cantaor Antonio Trinidad, gran amigo mío, acompañado a la guitarra por el joven guitarrista Martinete. Manuela Ortega nos deleitó con su baile y la presentación del libro fue un éxito. El prólogo lo escribió la afamada periodista y escritora residente en Los Ángeles (EE.UU), María Estévez, colaboradora desde hace más de diez años con las revistas Vogue, GQ y Condé Nast Traveler. Es además corresponsal en esa ciudad de la Agencia Colpisa y miembro del Women Film Critics Circle.
María Estévez también pertenece a la familia de los Ortega, como hija del banderillero Manuel Estévez Márquez, nieta de Regla Márquez Ortega, la bailaora más importante del siglo XX, que estuvo casada con el banderillero Manuel Estévez «El Madrileño. A esta bailaora, biznieta del gran cantaor «Curro Dulce», se la tiene por la creadora de los bailes por Tientos, Tarantos, Polos y Garrotín. Por tal motivo obtuvo importantísimos premios, entre ellos, la Medalla a la mejor Bailaora de España en 1960. Regla Ortega era hija de la célebre bailaora Rita Ortega Fernández y de Bartolomé Márquez, cochero del diestro Rafael “El Gallo”, circunstancia por la que se conocieron, ya que Rita era prima hermana de los Gallo.
Como verás, el flamenco y el toreo están tan íntimamente relacionados que da para mucho más de lo que escribí en el libro anteriormente mencionado, y actualmente estoy inmerso en la preparación de la segunda parte de este que se publicará algún día con el nombre de «De los tablaos al ruedo».
En cuanto a toreros que haya conocido, han sido muchos y famosos, pero especialmente guardo un entrañable recuerdo del maestro Antonio Bienvenida, ya que cuando yo aún era un niño, vino a un cortijo de Granada que labraba mi padre para asistir a una fiesta y toreó un par de novillos. Para mí, verlo en persona, poder oírlo e incluso hablar con él, fue como un sueño. Era como un «Dios» para mí, y estaba teniendo la suerte de estar a su lado y hasta de comer con él. Cuando terminó, conociendo mi temprana afición, me regaló su cuchara de palo con la que comió, que aun guardo como una reliquia, como un valiosísimo tesoro, firmada por él.
El Cantarano.- Lo que nos cuentas significa que, además de la experiencia y la vivencia personal, te gusta poner las cosas por escrito y te atrae la investigación. Háblanos de lo que significa para ti la investigación.
Francisco Rodríguez Aguado.- Para mí la investigación es como un pozo. Unas veces alcanzas a ver el fondo y otras no. Yo, afortunadamente he alcanzado una profundidad peligrosa, aunque no siempre lo veo, y mis libros se van «cociendo» a fuego lento, porque tardo tres, cuatro, o cinco años en escribir cada uno de ellos, pero no me importa. Escribo por una razón espiritual. Es ridículo hablar de dinero, y no digamos lo que me cuesta terminar un libro, por supuesto, respetando siempre la verdad por dos razones fundamentales de respeto (valga la redundancia): primero conmigo mismo y luego, por el compromiso con el lector, aunque soy consciente de que escribo solamente para unos pocos, porque la investigación taurina no es un género de masas. Pero para mí eso es lo de menos.
Me llena de satisfacción escudriñar viejos libros y documentos, o desempolvar papeles hasta dar con lo que se busca, porque eso tiene un encanto especial, que solo lo puede entender quien lo haya practicado. Y compartir lo que sabemos con los demás es una de las experiencias más bonitas de la vida, y más aún si queda para la posteridad como fuente para investigadores futuros. Al final, lo que me hace feliz al ver terminado cada libro es ver plasmada mi esencia de aficionado cabal. Y ya hay algunos que han salido de esa pasión que te digo y de ese gran esfuerzo que supone: El primero fue «Breve historia de la Tauromaquia granadina», editado por la Asociación Cultural Taurina «Frascuelo», de Granada, en 2002, con prólogo del periodista de la COPE Miguel García Mata; el siguiente fue «De Plata y Oro. Inventario de toreros granadinos», Editorial Egartorre. Madrid, 2.009, prologado por el periodista Tito Ortiz, Director de Canal Sur T.V. Delegación de Granada. El tercero fue «Toreo por seguriyas. Aproximación a la genealogía gitana de los Ortega, paradigma de una familia flamenca y torera”, del que ya hemos hablado, editado en Editorial Egartorre, dentro de su Colección «Albero», nº 22; Madrid, 2013, con prólogo María Estévez y Epílogo del eminente neurólogo Dr. Antonio Hueste Herrera, Presidente de la Peña Taurina «Joselito El Gallo». A este le siguió en 2015 «Historia de los matadores de toros de Granada», editado en Granada por Artes Gráficas Bodonia. En 2019 publiqué De ilusión y oro. ¿Sueños cumplidos o ilusiones frustradas? Lo último, editado por Círculo Rojo en dos tomos, lleva como título: «Diccionario biográfico de los matadores de toros olvidados del siglo XX».
El Cantarano.- Es increíble tu capacidad de trabajo. ¿Podrías hablarnos un poco de tu última obra publicada?
Francisco Rodríguez Aguado.- El Diccionario biográfico recoge datos de 446 matadores de toros que solo torearon la corrida de su alternativa y se retiraron o se hicieron banderilleros. También hubo otros que volvieron a torear novilladas o simplemente continuaron como sobresalientes, y otros incluso quedaron inéditos en España por haberse doctorado en América y no haberse presentado en España.
El Cantarano.- Además del tema taurino, ¿has investigado y publicado sobre otras cuestiones?
Francisco Rodríguez Aguado.- El tema taurino, francamente, es el que me apasiona, pero también he escrito otros libros, como «Títulos Nobiliarios de Granada», editado por el Colegio de Matronas de Granada en 2.005 con prólogo del jurista Rafael Álvarez de Morales y Ruiz-Matas; “Mi pasión por la Colombicultura”, editado en Granada, en 2007, que trata sobre la historia de la Colombicultura desde que se reconoció como deporte en España y se fundó la Federación. Ese mismo año publiqué mi tesina del Máster de Derecho Nobiliario en edición familiar: «Los Rodríguez-Aguado de Granada. Una historia inacabada», una genealogía que me llevó a la conquista de Sevilla por el Rey Fernando III El Santo.
El Cantarano.- Es admirable la cantidad de intereses y aficiones que tienes y el grado en que las disfrutas y difundes. Al margen de la satisfacción personal, todo esto supone una aportación singular al arte y la cultura. Por cierto, ¿qué piensas del movimiento actual que cuestiona la fiesta de los toros, también llamada «fiesta nacional», y de las polémicas que hay sobre el tema?
Francisco Rodríguez Aguado.– Sinceramente no es nada nuevo. Crisis antitaurinas y prohibiciones ha habido muchas a lo largo de la historia. Por poner un ejemplo, en el Código de las Siete Partidas de Alfonso X el Sabio, desaconseja a los clérigos cristianos asistir a las corridas de toros, y califica de inmorales a los toreros que cobran por lidiar. En el siglo XVI, la Iglesia Católica insistía sobre lo mismo. Desaconsejaba al clero asistir a los espectáculos taurinos en distintos sínodos (Burgos, 1503; Sevilla, 1512; Orense, 1539; Oviedo, 1553), lo que ya dejaba entrever el rechazo al toreo, llegando a calificar al torero de persona indigna y deshonrosa.
La propia reina Isabel «La Católica» se vio forzada a «prohibir» los toros por presión de la Iglesia, y como lo que pedían es que no se lidiaran toros, ella, muy inteligente dijo: «hecho, que se toreen vacas», con lo que no desairó al pueblo, y esa costumbre se ha venido manteniendo hasta bien entrada la década de los 60 del pasado siglo XX en novilladas para principiantes. Ya, afortunadamente, se derogó esa norma. Así pues, vemos que el antitaurinismo tuvo su germen en la Iglesia, el que más, Pío V, quien en 1567 promulgó una bula por la que condenaba a excomunión no solo a todos aquellos que asistieran a las corridas, sino también a todos los príncipes cristianos que las celebrasen. Luego su sucesor levantó la medida, pero hubo roces incluso entre el Papado y la Corona Española al hacer ésta caso omiso de tales prohibiciones.
Felipe II alegó que las corridas eran una antigua y general costumbre de «estos reynos», lo que demuestra que los reyes de la dinastía de los Austrias fueron mucho más benevolentes con las corridas de toros que los Borbones, mucho más críticos, que prohibieron los toros varias veces en España. Ejemplo: Felipe V, luego Fernando VI, Carlos III y Carlos IV, a excepción de aquellas que tuviesen carácter benéfico. Curiosamente, bajo el breve reinado de José Bonaparte se favoreció la celebración de las corridas de toros, probablemente en un intento de ganarse la simpatía del pueblo español. La II República también prohibió la fiesta de los toros, prohibición que solo duró un año, porque volvió a permitirlos siempre que fuese en recintos cerrados y por toreros profesionales.
Y por último, llegamos a la prohibición de Cataluña, tema que como vemos no es nada nuevo, y que, por cierto, el Tribunal Constitucional anuló la ley catalana cinco años después de que prohibiese las corrida de toros, por considerar que invadía las competencias del estado que había declarado la Tauromaquia Patrimonio Cultural.
Según mi opinión, sin la fiesta nacional no se entiende nuestra historia ni nuestro arte. Toda la cultura española está imbuida del espíritu taurino. Fíjate que en España se publican al año una media de 20 a 30 libros de temas taurinos, eso quiere decir que el interés persiste. El toreo es multidisciplinar, y de esos libros los hay de medicina, de arquitectura, de literatura… Además, en la actualidad, los grandes toreros forman parte de la vida social, artística y cultural de España como todo el mundo sabe: basta hojear la prensa y las revistas.
El Cantarano.- Seguramente los antitaurinos no conocen la historia de las prohibiciones al toreo, porque si supieran que la Iglesia y la Corona en alguna ocasión alentaron las prohibiciones, ese rechazo dejaría de ser considerado como algo progresista, cuando en realidad es muy antiguo y tiene tintes conservadores. Está claro que hay que conocer la Historia. Como historiador que eres, ¿de qué forma relacionarías la historia de España con la tauromaquia?
Francisco Rodríguez Aguado.- Para contestar tu pregunta voy a citar al filósofo Ortega y Gasset, que dijo textualmente que para conocer la Historia de España, hay que conocer la historia del toreo. Él fue quien dio a don José María de Cossío la idea de escribir una enciclopedia taurina que abarcara todo el saber sobre el toreo: música, teatro, zarzuela, escultura, pintura, etc…, un trabajo único en el que, por cierto, colaboró el poeta Miguel Hernández, que, como harían muchos otros poetas, cantó a la fiesta taurina en algunos de sus versos y utilizó el toro como símbolo en su poesía. Lo que es indiscutible, indistintamente de que seamos aficionados o no a los toros, es que la Tauromaquia forma parte indisoluble del patrimonio histórico cultural de España, y se quiera o no, en el mundo entero se la reconoce como una seña de identidad española, y por tanto forma parte de nuestro patrimonio Cultural Inmaterial.
La prohibición de las corridas de toros en España supondría automáticamente la desaparición del toro de lidia en España, un tesoro zootécnico que, en palabras del catedrático de la Facultad de Veterinaria de Zaragoza, Cesáreo Sanz Egaña, escribió en su tesis doctoral allá por el 51 del pasado siglo, constituye «…la única aportación original de España a la zootecnia universal».
En cuanto a la relación de los toros con la historia de España, baste saber que ya en 1135 se celebró una corrida regia con motivo de la coronación de Alfonso VII el Emperador en Varea (Logroño), costumbre que se continuó con motivo de la boda de doña Urraca la Asturiana, hija de Alfonso VII, y de doña Gotroda con el rey García VI de Navarra, continuando esta costumbre siempre que se producía el nacimiento de un infante o infanta o se producía una boda real. Esta costumbre terminó con la corrida real de la boda de Alfonso XIII y Dña. Victoria Eugenia de Battemberg, en la que, por cierto, se suprimió la tradición de formar a los alabarderos en filas bajo el palco regio, con las puertas de acceso al ruedo abiertas que los guardias defendían valiéndose de las alabardas si eran acometidos por los toros.
Así pues, como se puede demostrar por la historiografía, la asistencia de los reyes a los festejos taurinos en la antigüedad era muy frecuente, viéndose obligados a comparecer en el palco real porque muchas de las fiestas que se celebraran eran con motivo de algún acontecimiento de carácter nacional o con fines benéficos por desastres naturales, mantenimiento de hospitales, o las llamadas «corridas patrióticas» para recoger fondos a beneficio de los soldados de las guerras de Cuba, Filipinas, y más recientemente, de la de África o en la guerra civil española en ambos bandos.
El tema es muy extenso, pero para terminar, señalaré que la plaza vieja de Madrid, la llamada de la Carretera de Aragón, fue bendecida el 3 de septiembre de 1874. La bendición se hizo extensiva a la enfermería y sala de asistentes, celebrándose después una misa que fue oficiada por el vicario de la diócesis, a la que asistieron entre otras personalidades, los diestros Regatero, Francisco Arjona, Frascuelo, Chicorro y varios banderilleros, así como los mayorales de los ganaderos Duque de Veragua, Antonio Miura y Anastasio Martín. En dicha plaza se celebró el 25 de enero de 1878, a expensas del Ayuntamiento, una corrida de toros para solemnizar enlace matrimonial de Su Majestad el Rey D. Alfonso XII con la infanta Dña. Mercedes. La presidencia la asumió el propio Rey Alfonso XII.
El Cantarano.- Es cierto que lo taurino es un gran tema en el teatro, la poesía y la novela española. Se escribe sobre los toros y los toreros. Pero ¿ha habido también toreros que hayan escrito sobre sí mismos y sus experiencias?
Francisco Rodríguez Aguado.- Desde luego que sí; un caso muy representativo fue el gran torero Ignacio Sánchez Mejías, valedor de la Generación del 27, cuya muerte trágica en el ruedo cantaron los poetas, sobre todo García Lorca en su «Llanto por Ignacio Sánchez Mejías». Él es un ejemplo perfecto de torero culto, mecenas, hombre de mundo… y además poeta y narrador. Escribía poesía en sus cartas y dejó una novela inédita, La amargura del triunfo, que Andrés Amorós publicó en 2011. Había contraído matrimonio el 27 de diciembre de 1915 con Dolores Gómez Ortega, hermana de Rafael El Gallo, Joselito, y Fernando, el segundo de los hermanos, también torero. Ignacio Sánchez Mejías fue un torero de una personalidad acusadísima que tuvo inquietudes literarias y como tal aglutinó la llamada Generación del 27. En 1928 estrenó en Madrid el drama “Sinrazón”, y en Santander, la comedia de ambiente taurino “Zayas”. Antes había hechos sus “pinitos” como cronista taurino para el periódico “La Unión”, de Sevilla, haciendo las crónicas de las corridas en las que él intervenía.
Pero como él, también tenía las mismas inquietudes su cuñado Enrique Ortega Fernández «El Cuco», gitano, primo hermano de los «Gallo», casado al mismo tiempo con una hermana de estos, su prima Gabriela Gómez Ortega. El Cuco, hijo de José Ortega Feria “Cuco” en los ruedos, y “El Águila” en los tablaos flamencos, fue un extraordinario torero, que por su relación de amistad y parentesco con Ignacio Sánchez Mejías debió influir en sus inquietudes literarias, ya que El Cuco, hombre sumamente inteligente, compuso dos obras de teatro que se estrenaron en Madrid con mucho éxito: una, titulada “El triunfo de Manoliyo” y la otra, “El patio de las campanolas”, estrenada en la temporada de 1.918-1.919 por la compañía de Margarita Xirgú, y por si fuera poco, fue director de teatro durante un tiempo. ¡Habría tanto que contar al respecto!
También podríamos hablar del ganadero y poeta de la generación del 27, Fernando Villalón-Daoiz y Halcón, Conde de Miraflores de los Angeles, que soñaba con conseguir toros de ojos verdes y casi se arruina en el empeño, aunque al final terminó completamente arruinado por otros asuntos. Este tema daría para mucho…
El Cantarano..- Nos has comentado que también eres un bibliófilo, un amante de los libros en papel, y que tienes una extensa biblioteca. ¿Qué destacarías de ella?
Francisco Rodríguez Aguado.- Sí, creo que ya es un vicio. Yo nunca podría leer un libro en una tableta, porque me considero bibliófilo en el amplio sentido de la palabra, es decir, que no solo disfruto con la lectura del mismo, sino con su tacto, su olor, su encuadernación, sus ilustraciones, su cosido…. es mucho más que leerlo y cambiarlo o llevarlo a una librería de viejo, donde por cierto, me encanta entrar a comprar por el olor especial y por las sorpresas que a veces encuentras. Tampoco soy un bibliolata, es decir un coleccionista de libros que nunca lee. Tengo la suerte de poseer una biblioteca variadísima y muy numerosa. Baste saber cómo ya te he dicho en otra parte de esta entrevista que yo creía que mi biblioteca taurina rondaría los 3000 ejemplares, y he visto con sorpresa al catalogarla, tarea que me impuse hace años con la obligación de catalogar diez libros cada día, cosa que hago antes de irme a dormir, que se acerca a los 5.000, y muy bien puede sobrepasar esa cifra, muchos de ellos, verdaderas joyas. Aunque reconozco que mi biblioteca taurina es modesta comparadas con otras que conozco.
De mi biblioteca destacaría la variedad. Soy un apasionado de la historia y predominan en ella los libros de historia local y general, además de los de biografías, de genealogía, heráldica, antropología, novela histórica, pero también hay de teatro y hasta de poesía, aunque he de confesar que me encanta el ensayo, y no podían faltar los de la historia del flamenco incluidos los de las biografías de sus artistas. Por supuesto, que por los que tengo especial predilección, aparte de los de mi autoría, son los editados por la Unión de Bibliófilos Taurinos de España, que son siempre interesantísimos.
Antes de despedirnos, Francisco nos cuenta la legendaria historia del torero José Ulloa «Tragabuches» que se «echó al monte» por una traición de su amante, «La Nena», de la que estaba enamoradísimo. Sorprendidos los amantes, lo mató a él con la faca que sacó de la faja y a ella la tiró por el balcón, causándole también la muerte. Huido a la serranía, se unió a la banda de «Los siete Niños de Écija» de la que llegó a ser el jefe. Cuando la guardia civil logró acabar con la banda y a él lo atraparon e ingresó en prisión, inventó ese cante que llaman «carcelera»: «Una mujer fue la causa / de mi perdición primera; / no hay perdición para el hombre / que de la mujer no venga». Pasaron muchos años, y se cuenta que un gitano viejo con el pelo blanco cantaba por los caminos esa copla mientras iba de cortijo en cortijo pidiendo limosna. Algunos creen que era Tragabuches. Sí, ya sabemos que este cante hoy en día no parece políticamente correcto, pero así fue la historia… y así os la contamos.
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