Conocí a Consuelo en noviembre de 1988.
Apareció una mañana de octubre en el Laboratorio del Departamento de Ciencias Naturales del IES Jorge Juan, con esa curiosidad tan suya, buscando el rastro de su abuelo Daniel, al que no había conocido, pero al que profesaba admiración y cariño transmitido y fomentado por su padre, Miguel. Así comenzó nuestro vínculo.
Ella vio respeto, cariño y profesionalidad en el trabajo de recuperación del legado que D. Daniel había dejado en el Instituto y yo manifestaba interés sincero de conocer la vida de ese abuelo científico, que me parecía admirable pero ajeno. En aquella época sus hijos, Daniel y Joaquín, eran dos pequeñines de 4 y 2 años y yo estaba a punto de tener a mi hijo Jorge.
Así esa relación, casi profesional, se convirtió en una amistad basada en experiencias maternales comunes e interés humano. Para mi, que estaba lejos de mi tierra y de mi familia, y para ella que mantenía una distancia con la suya, fue lo más parecido a una relación entre hermanas, y la experimentamos en común.
Se implicó personalmente con el trabajo que se hacía en el instituto y llegó a conseguir que su familia permitiera el traslado y depósito, desde Valladolid al Jorge Juan, de la colección privada de fósiles documentada por su padre.
Ella también quiso emular la labor de su padre y trabajamos juntas renovando y actualizando los listados originales de fósiles. Estos vínculos nos mantuvieron siempre unidas, a nosotras y a nuestros hijos, actualizando las experiencias de ambas, que poníamos en común en los momentos en que por vacaciones podíamos coincidir.
Porque Consuelo estaba continuamente en un ir y venir, en cambiar de domicilio y de actividad, en un deambular constante. Siempre vivió con urgencia, era impulsiva. En cuanto se le ocurría algo tenía que verlo hecho. Era una combinación de atención y urgencia. Era la esencia de la vida, cambiante pero persistente, deseos nuevos mezclados con antiguos proyectos.
Todavía nos cuesta asumir su no presencia. Siempre estará conmigo mientras yo esté, y la recordaré y echaré de menos mientras viva.
María Luz Galisteo Guerra
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