MEMORIAS DE UN ESCRITOR EN LA CIUDAD DE LOS MUERTOS de Carlos Sillero García

Reseña de Consuelo Jiménez de Cisneros.

En vísperas de cerrar este número de El Cantarano y por mediación de Francisco Mas-Magro me llega este libro, con el añadido de una afectuosa dedicatoria de su autor. No es la primera vez que reseñamos obra de este médico escritor aficionado a la paleontología al que, por sus descubrimientos, se le podría considerar más un experto que un aficionado. Su obra narrativa se va acrecentando. En agosto de 2022 reseñábamos su novela «El pícaro erudito» y su libro de narrativa breve «Relatos de lo absurdo», y ahora le toca el turno a este último libro publicado recientemente en la alicantina editorial ECU: «Memorias de un escritor en la ciudad de los muertos». Libro que estaría relacionado con «El pícaro erudito» por tratarse, en ambos casos, de ficción autobiográfica que expresa todo lo que el autor quiere contar sobre su visión de la vida, con tintes irónicos y reflexiones filosóficas, lo que no es incompatible.

El autobiografismo no se esconde, hasta el punto de que, en en uno de los diálogos en que el autor-narrador-protagonista toma la palabra, afirma: «En la vida que dejo yo era médico y escritor, aunque no pasaré por genio en ninguna de estas dos cosas. Sin embargo, me llevo como bagaje de la vida un profundo conocimiento de los hombres y de sus debilidades y perversiones» (p. 125).

Si en el caso anterior («El pícaro erudito») su modelo era la novela picaresca, por cierto, claramente autobiográfica, en este se inspira en un género de gran tradición en nuestra literatura española y europea: el del viaje ficcionalizado al más allá, a otros mundos fuera de nuestra realidad, a un universo «post mortem». Viaje del que encontramos referentes tan solemnes como «La divina comedia» de Dante, «El laberinto de la Fortuna» de Juan de Mena o «Los Sueños» de Quevedo. Y si Virgilio es quien conduce a Dante por los nueve círculos infernales, a nuestro autor es «Acael, diablo de alto rango…» quien lo guía y protege en la Ciudad de los Muertos, una especie de sala de espera del más allá definitivo.

El libro, que parece, y seguramente lo está, escrito en clave -entendemos que muchos de los diablos y diablillos citados son trasunto de personas que el escritor conoce y trata- resulta, además de una graciosa aventura, un compendio de variopinta erudición que culmina en un ilustrativo Apéndice.

Al modo cervantino, el prólogo o prefacio aparece firmado por el propio autor. De él destacaría esa obsesión, compartida por muchos aunque no por todos -recuerdo al respecto el comentario en contrario que me hizo otro médico escritor, el poeta madrileño Carlos Doñamayor- sobre el hecho que implica la escritura como reivindicación de la propia existencia: «Lo importante es escribir, con ello dejamos algo de nosotros mismos para la posteridad». Y este largo, pero cordial, exordio finaliza con el lugar y fecha de la escritura en modo latinizado, para no perder esa conexión con nuestro más íntimo acervo cultural que nos hace ser como somos: «Lucentum, en el tercer mes de 2023, anno Domini».

Para concluir: no me cabe duda de que este libro admite varios niveles de lectura y que será disfrutado por cada lector «ad modum recipientis». Que así sea.

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