Autor: Julio Calvet Botella. Magistrado y escritor.
Comienza a anunciarse el invierno mediterráneo, este invierno que es como una mezcla del otoño y de la primavera, regado con unas lluvias que se hacen esperar. La temperatura entra y sale sin avisar. Es ese tiempo que supone el cambiar de vestir, y cuyo día comienza con una complicada pregunta: ¿Qué me pongo hoy? Abrimos el armario y nos vemos allí como siempre con los mismos trajes y con los mismos colores. Azul, gris, liso, informal, colores varios, chaquetas inglesas o italianas. Dicen “fondo de armario”, bueno, es lo que tenemos. Los hombres lo tenemos más fácil; las mujeres más difícil porque la mujer se predica de elegante, y tiene que ir guapa, porque yo que veo guapas a todas las mujeres, me gusta que ellas engalanen su compostura y su vestir. Y pasamos a pensar: ¿y hoy, a donde voy, o que voy a hacer? Al fin se elige, jersey o chaqueta, corbata o pañuelo de seda. Y nos componemos la estampa.
En realidad yo vuelvo a lo de siempre. Bueno, he de aclarar. Lo de siempre, para los que tenemos un antes dilatado. Los que no llegamos ahora. Los que llevamos ocupando un espacio sin que otro lo ocupe. Es como cuando vamos por la calle y nos apartamos o se aparta el que nos viene de frente. No cabemos dos en el mismo sitio espacial. Porque pedimos tener nuestro espacio. Hasta que nos alejemos para siempre, tenemos nuestro propio espacio. Acampamos en la tierra y en su historia y viajamos en el tiempo. Muchas veces decidimos el camino. Otras nos lo imponen. Se dice aquello de que es tiempo de cambio. Hasta se habla de “cambio climatológico”, y los sabios de ahora nos hacen culpables o responsables de enturbiar la tierra, los cielos y los mares. Y yo me digo, que no tengo la culpa de tener que respirar o inundar mis aires próximos con mi tos y con mi estornudo, y que estos sean capaces de cambiar el clima, y que el verano sea más verano, y el invierno sea más invierno.
Yo de pequeño pase muchos calores y muchos fríos, y ahora hasta hay quejas de ellos. Y luego, me pregunto, por el devenir social, acelerado y convulso: ¿pero, alguien tiene derecho a que cambiemos y sigamos obligadamente este tiempo de cambio? Quienes se irrogan el decir ahora a todos que cambiamos de ruta, y todos a callar y pasamos a obedecer, ¿no se merecen que digamos de ellos que no son más que nuestros dictadores que nos hacen vivir “al dictado”? La vida no se entiende sin libertad. Libertad y nobleza. Y es que hay mucho oportunismo. Quítate tú, y me pongo yo.
Y yo, cuando salgo a la calle, siempre compuesto, me veo rodeado de gentes vestidas “de cualquier manera”. Zapatillas deportivas, pantalones sin su raya, jerséis usados, cazadoras sin cazador dentro alguno, camisas con las puntas del cuello desgastadas a propósito, pantalones vaqueros envejecidos con roturas y descosidos, también de propósito, camisas deportivas de equipos conocidos y chándales sin gimnasio, y hasta gentes jóvenes vestidos con chaquetones cuasi militares cuando ya no hay “mili” ni soldados por las calles, y luego, así vestidos, son antibelicistas y anti lo que se ponga por delante. Hoy está de moda el ser “anti”, aunque no se sepa de “qué”, pero que lo han oído decir como “progresista”, y no resisten una mera critica. Hoy es así.
Yo que soy mayor recuerdo la moda de la chaqueta “de pana”. De pana marrón oscuro, claro. Así ibas como “obrerista”. Luego resultaba que esas chaquetas que los obreros de su tiempo llevaban, y que estaban raídas y viejas, pues hasta se heredaban de padres a hijos, pues resultó que cuando volvieron aquellas nuevas chaquetas de pana, en plan de nuevos “obreristas”, eran de la mejor pana, de buena confección y de venta en grandes almacenes y establecimientos de ropa masculina “de postín”, y valían bueno, “de postín”, y quienes las vestían no eran obreros, eran universitarios “de postín”.
Ahora, no hago caso cuando alguien por la calle, al cruzarme con él, me mira con desdén porque llevo corbata. Ya no hay que llevar corbata. Otra cosa más: hay que estar contra la corbata. Yo como tengo más de cien corbatas y estupendas, y que hasta tienen sus historia, pues las tengo compradas en Oporto, en Croacia, en Venecia, en Escocia… pues han llegado a ser como amigas corbatas. Bueno también muchas de mis corbatas tienen su historia, porque una corbata con historia es más corbata. Hasta guardo la corbata gris perla de mi boda con chaqué. En consecuencia, yo no me quito la corbata, vengan de donde vengan los modismos.
Estamos descuadrados en la forma y hasta en el trato. La pandemia también ha influido en esto, ahora nos saludamos a distancia y con complejo de contagio. Y cada uno circula en la vida como puede. Yo he pasado mi vida en la Judicatura. Estoy allí desde mis 24 años, terminada mi carrera de Licenciado en Derecho cinco años antes, y pasé a la situación de Magistrado jubilado al cumplir los 72 años, pero sigo siendo Magistrado como dice la Ley Orgánica del Poder Judicial. Ser Juez es como ser cura, que “imprime carácter”. ¿Qué les parece? Y tengo la cabeza clara y tras tanto tiempo trabajando en todos los niveles judiciales, acabé sabiendo algo de Derecho y la sabiduría de juzgar a mis semejantes, aplicando la ley. Una ley bien elaborada y justamente estudiada.
Hoy me siento como rodeado de legisladores de “ajuste”. Se dice algo así de que como hay que hacer esto que interesa políticamente, pues cambiemos la ley para que surja la posibilidad del cambio que queremos hacer, es decir “ajustamos” la ley a nuestros intereses políticos. Pero así se rompen los esquemas, y hasta el ágora ateniense tiembla y se ruboriza. En el orden de lo penal, en el orden de los delitos y de las penas, hay una ruptura general y autoritaria. Cuando yo estudiaba, los juristas alemanes del medio siglo atrás de nuestra era, definieron el delito diciendo que el delito es una “acción u omisión, típicamente antijurídica, culpable y punible”. Y teníamos que estudiar, quienes queríamos ser penalistas, cada uno de estos términos definitorios. Debían concurrir todos ellos. Y esto no ha cambiado, se diga lo que se diga.
Yo he tenido bastante facilidad comprensiva, y he permanecido estudiando todos y cada uno de mis 48 años el derecho y la jurisprudencia y entre ellos el derecho Penal, y también lo he aplicado. Y claro, al estudiar esa fórmula del delito, yo me tropezaba con uno de sus elementos: la “antijuridicidad”. Después de estudiar muchos textos de destacados juristas, al final acepte la esencia del término de “antijuridicidad” en el sentido de ser antijurídico, lo que la sociedad, el común de un pueblo, considera que una determinada conducta no se corresponde con lo entendemos por justo. No se cumple con ese hecho la “norma de conducta” por la que queremos regirnos. Y así lo consideramos injusto, por lo que debe ser rechazado y penado.
El derecho penal y el Código que lo encierra, es un derecho de mínimos. Es posible hacer, hasta lo que el Código Penal permite. El Código Penal es la barrera del más allá. El “hasta aquí”. Por eso la tipificación, la redacción del artículo del Código penal que define el delito ha de ser claro y preciso, para que los juristas no le den interpretaciones extravagantes. En mi tiempo el delito de “homicidio” se definía o tipificaba en el Código Penal diciendo: “El que matare a otro, será condenado como homicida con la pena de…”. El verbo determina el delito. Aquí el verbo es “matare”. ¿Necesita otra definición? Luego vendrán las circunstancias concurrentes que lo harán llegar a “asesinato” o a muerte “por imprudencia”, pero hay que “matar” a otro. Y las leyes penales no pueden ser interpretadas analógicamente ni extensivamente, y cualquiera ley penal nueva que surja tiene efecto retroactivo, cuando les sea favorable a los que estén en un proceso penal, o se encuentren en el cumplimiento de una pena, cuando aquel hecho por el que se les condeno o se les va a condenar, deja de ser delito o se rebaja su pena. Esto es, se despenalice del todo o solo parcialmente. Fíjense que fácil es de entender.
Hasta ahora cuando el cuerpo social de una nación soberana entendía que una conducta -acción u omisión- era antijurídica, la convertía en delito, –tipificación-, a través del órgano legislativo, y cuando después ese cuerpo social cambiaba de criterio al no considerarla la conducta antijurídica por el desarrollo de los tiempos, pues se eliminaba este delito del Código Penal, y en consecuencia los individuos enjuiciados o en curso de serlo, dejaban de ser condenados o de ser presuntos delincuentes a todos los efectos. Pero cuidado, eso ha de ser –o había de ser- cuando había un nuevo sentimiento colectivo, y no parcial de una mayoría, ya que la mayoría parcial no puede imponerse a una totalidad o generalidad social.
No pude ser que se diga que ahora nosotros cambiamos una ley penal, eliminamos un delito porque somos mayoría parlamentaria aunque el resto de las minorías de las que tan poco distamos no lo quiera, y además lo hacemos no porque haya dejado de ser antijurídica la conducta, sino por otros fines distintos. ¿Alguien puede pensar que se puede suprimir la malversación sin más y que esta derogación no actúe como un “tsunami legal” y afecte positivamente a todo aquel que se haya quedado o hayan dejado quedarse a otros un dinero público que hemos ayudado fiscalmente a facilitar al Estado? Porque así “solucionamos” un problema político.
Por otra parte no hablemos de “homologar” nuestros delitos con los de otros países. Una Nación es soberana, en caso contrario no sería una nación, y no tiene que sentirse obligado ningún país a acomodar sus leyes a las leyes de otros países, ni a sus penas. Un ejemplo burdo y muy burdo. En los Estados Unidos aún está vigente, en casi todos los estados de la Unión, la pena de muerte. Aquí en España la hubo hasta la aprobación de la Constitución, que actuó en este caso normativamente derogándola. Obliga la nueva “teoría” homologatoria ahora a coincidir con ellos a volverla a poner en nuestro Código. Sí, ya sé que es un ejemplo bárbaro, pero como ejemplo vale.
Y por fin nos hemos desencuadernado del todo, cuando puede vejarse y quemarse la bandera de España sin reacción o defensa alguna. Al fin y a la postre la bandera representa a una nación y a su soberanía, y los de mi época y tiempo vital, la besábamos y juramos la misma “con unción”. Hoy se puede fregar la calle con ella como si se hiciera una heroicidad. Es de valientes quemar la bandera de España. Valientes, de qué. Qué cosas. Muchos murieron por defender la bandera. Yo ante todo esto que estoy contando, ni dejaré de ponerme la corbata, ni dejaré de saber Derecho, aunque desde fuera me hayan dejado desencuadernado, y pensando que alguna vez habrá que volver a la racionalidad y a ponerse la corbata…