Esta es una obra que certifica, una vez más, la trayectoria firme de su autora en el género de la narrativa con un contexto histórico-social. Así sucede en sus anteriores publicaciones, que van desde la España del siglo XVIII (Noche de máscaras) a la emigración de los años 60 (Campo de amapolas) junto a una variedad de relatos ubicados en diferentes tiempos y espacios, algunos de los cuales, por su extensión y densidad, se podrían considerar novelas cortas. La autora maneja este género con habilidad, como demuestra en esta última novela, El retablo.
Con el pretexto de recuperar dos tablas desaparecidas de un retablo -denunciando de paso el expolio artístico de España, desde la Desamortización hasta la posguerra-, la autora nos hace viajar y vivir diferentes experiencias con sus personajes. Nos admira su capacidad para meterse en la piel de estos personajes de diversa condición social, así como su rigor a la hora de describir aspectos curiosos de diversos entornos: la arquitectura y el arte de los lugares que se visitan, reflexiones relativas a lo socio-económico -no olvidemos la formación de economista de la escritora- e incluso referencias a lo gastronómico. Pero no estamos hablando de un libro de viajes ni de una guía turística, sino de una novela que junta variopintos elementos del vivir cotidiano a los que acaba sumando, siempre, una historia de amor.
Hay, desde el comienzo, un nexo con la vida más íntima y familiar de la autora, que se descubre en la dedicatoria «A la memoria de Rogelio Álvarez, mi tío abuelo, muerto en 1921 en el desastre de Annual». A quienes hemos conocido y vivido ese país al otro lado del Estrecho que fue en parte español durante unos años terribles, nos conmueve especialmente este recordatorio. Hay un personaje en la novela que también se llama Rogelio, un personaje reivindicativo, que trata de progresar noblemente desde su origen campesino y nos introduce en una familia numerosa que lucha por salir adelante. La historia de esta familia se alterna con la de otra muy distinta: nada menos que la familia real de Alfonso XIII en el exilio, cuya intimidad se nos comunica con la misma naturalidad: milagros de la escritura literaria. Lo sorprendente es precisamente esa naturalidad, que otorga la misma humanidad y el mismo peso como actantes en la narración a personajes aparentemente tan desiguales.
Vemos así que las referencias culturales de la autora son múltiples y variadas. Ya lo manifiestan las citas poéticas que introducen la novela: dos romances, uno popular sobre la guerra de Melilla y otro erudito -aunque de apariencia popular- firmado por García Lorca. Dicotomía que acompaña regularmente los relatos de Teresa, quien bien podría afirmar con el poeta romántico aquello de «yo a los palacios subí, yo a las cabañas bajé, yo los claustros escalé…» Porque en esta novela hay palacios, cabañas y claustros. Precisamente en un monasterio femenino comienza el primer capítulo con el denotativo título de «La pérdida»: narrando la partida de las dos tablas del retablo que da título al libro.
Aquí lo dejamos para no «hacer spoiler», como dicen ahora. Lectura altamente recomendable para quien quiera disfrutar de una novela impecable, escrita al modo clásico, que no defrauda.
EL RETABLO de Teresa Álvarez Olías. Editorial Amarante. Salamanca, 2020.
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