Reseña de Consuelo Jiménez de Cisneros.
El confinamiento por la pandemia ha producido una creatividad en diversos ámbitos que poco a poco va viendo la luz. La escritura literaria ha sido uno de esos territorios y de ello nos da una buena muestra este libro. Un libro de pequeño tamaño, que podríamos calificar «de bolsillo», pero de gran contenido. Es un libro impreso como en los primeros tiempos de la imprenta: aprovechando al máximo el blanco del papel, con márgenes reducidos y una sobria portada sin ilustración alguna, que solo juega con dos tonos de amarillo. Este minimalismo se aprecia también en los títulos de los relatos, que consisten, en su mayor parte, en una sola palabra sustantiva con la capacidad de condensar el espíritu de cada relato. El título del primer relato que se extiende a título del conjunto nos evoca un elemento esencial de nuestro confinamiento como lo fue el de las ventanas: cuando nos dimos cuenta de lo importante que era tener una ventana o un balcón al que asomarse a la calle para no sentirnos irremediablemente prisioneros.
Para algunas personas, como es el caso de esta autora, la escritura es una pasión que nace en la infancia y acompaña el resto de la vida, sin decaer nunca. Una pasión cuyo producto se pule y mima según reconoce la autora en su nota introductoria, pues los buenos resultados no se improvisan, y a la inspiración se ha de unir el trabajo. Pero ese trabajo no debe notarse; todo ha de parecer gozar de esa difícil facilidad de que habla el clásico. Y es la sensación que nos producen los relatos de Pepa: la de que se han escrito sin esfuerzo, con el ritmo de una respiración acompasada, aunque la trama a veces nos acelere el corazón. La lectura de cada uno de ellos, diez en total, constituye una suerte de viaje a través del cual la autora nos lleva de la mano a su territorio literario particular, en ocasiones de un modo más directo y previsible; otras, mediante vericuetos y rodeos; pero si iniciamos el camino, resulta difícil dejarlo a medias, nos vemos impelidos a cumplir la segunda máxima de la ética de Descartes de terminar lo que se empieza, porque cada relato atrapa y engancha como una buena bebida que se ha de apurar hasta el final.
Los relatos nos descubren lo que late detrás de la cotidianeidad: desde la magia hasta el horror, la salud, la enfermedad, el amor y su imposible olvido, la lucha por la vida y la certeza de la muerte, como no podía ser de otro modo teniendo de leitmotif a una pandemia. Como anota la prologuista Ana Valdés Menor, los relatos tienen la virtud de sorprender, que es una cualidad que siempre agradece el lector. Si lo mejor de un soneto ha de ser el último endecasílabo, lo mejor de un relato ha de ser la última línea. Y eso es algo que la autora consigue en todos los casos. La sorpresa se aprecia especialmente en ese desenlace inesperado, en esa vuelta de tuerca que hace emocionante la lectura. Sorprende también la propuesta de ligar cada relato a una canción, siendo la mayoría de esas canciones bandas sonoras de nuestras vidas.
Concluyo esta reseña con una recomendación amistosa de lectura de un libro que no defrauda. El libro es de reciente aparición: el prólogo está fechado en noviembre de 2021. La impresión se hizo el 10 de diciembre, Día de los Derechos Humanos, según glosa el editor. Pertenece a la colección «Todo era junio» de la Editorial Eléctrico Romance dirigida por Juanjo Cervetto, que fue quien me recomendó su lectura. Recomendación que debo agradecer, porque para mí ha supuesto el descubrimiento de una narradora de raza y de dilatada experiencia, como ella misma confiesa en su autobiografía literaria. En este año que comienza le auguramos un largo recorrido porque lo merece.