Reseñado por Consuelo Jiménez de Cisneros.
El libro Intemperie de José Luis Zerón Huguet es mucho más que un poemario. Es un compendio lírico que abarca diversas obras poéticas escritas a lo largo de los años para dar fe de una vocación literaria sólida y persistente. Aparece publicado por una editorial que muestra su apego al mundo clásico ya desde su peculiar onomástica (Sapere aude o Atrévete a saber, colección Ad Versum es poesía…). Un volumen compacto, de estética austera, con un título minimalista que el autor justifica por tratarse de una palabra reiterada en sus versos: «Intemperie». Palabra que evoca una cierta sensación de desamparo, quizá un remoto peligro. El poeta nos aclarará enseguida que se trata de una «intemperie ontológica», ese vértigo del ser que tantos creadores han sentido.
En su Nota Aclaratoria previa, el autor explica la composición de su libro como la suma de dos libros que pueden leerse de manera conjunta o por separado. Cada uno de ellos a su vez contiene varios poemarios. El primero lleva por título Solumbre, una creación léxica del poeta que pretende cruzar luces y sombras y que, curiosamente, coincide con un topónimo peruano. Este libro se publicó en 1993 y se revisó en 2019. El poeta, al modo juaramoniano, relee y reescribe sus versos que se recogen en una especie de tetralogía (así la denomina el poeta) compuesta por Solumbre y seguida de Frondas, El vuelo en la jaula y Ante el umbral. Pero en este primer libro, Solumbre es únicamente una suerte de prólogo lírico compuesto de seis poemas. Le seguirán los poemarios Lugares, Los fuegos muertos, y a modo de epílogo de solo cuatro poemas, Lugares (alboradas).
El segundo libro, El vértigo y la serenidad, atestigua de nuevo el gusto del autor por la antítesis. Para el poeta, ese título bimembre sería el que mejor define el conjunto de su poesía. Y a un poeta se le pide, se le ruega que defina «poesía». Así es como lo hace José Luis: «La poesía es un proceso de extrañamiento, un estado insólito de asombro y serenidad […] La poesía nos ayuda a suturar las heridas, nos anima a sobrellevar nuestro peregrinaje por un paisaje de maravillas, logros y plenitudes y también de sufrimientos, sueños rotos y hondos desengaños…» No podemos estar más de acuerdo. Este segundo libro presenta una estructura similar, con el breve conjunto de cuatro poemas recogidos en Amanece, seguido de Las puertas de la memoria, Soliloquio intramuros, De profundis amamus y Aniversario.
Como decía, es este un libro de libros, pero también un libro de autores. Las numerosas citas que acompañan los poemas son como esas voces de amigos, desde Pier Paolo Pasolini a Rainer María Rilke entre otros muchos que susurran mensajes de apoyo y certidumbre. La poesía se muestra en sus más diversos ropajes, empezando por la prosa poética que abre el libro y que acompañará ocasionalmente otros poemas. «Luz y oscuridad, en continuo abrazo, edifican el paisaje». ¿Cómo no recordar la coincidencia con mi poemario «Aquella luz, aquellas sombras»1? El peso lírico de la palabra se ilumina desde los títulos de los poemas, que muchos de ellos parecen versos o fragmentos de verso: «Lo que dicta la mirada», «Soy el árbol que arde», «Los fuegos muertos»…
Si hay unas figuras retóricas que marcan el recorrido lírico, esas serían la antítesis y la paradoja: «Todo era a la vez gusano y mariposa», «He vuelto para ser el otro», «…y el canto de manantial ya es rumor de pozo»… El reconocimiento de los otros, del trabajo del otro, aparece en el poema dedicado al «palmero» A. Medina Rocamora, quien «nunca renunció a su vertical impulso». Verso que bien podría aplicarse el poeta a sí mismo. La puesta en verso de actividades y experiencias vividas es algo común a muchos poetas. En este libro plural encontramos un bello ejemplo en el poema «Excursión a la cima (Mont Ventoux)» donde el poeta confiesa: «He llegado con orgullo al punto culminante de la nada» y hace una referencia a «esta huérfana intemperie», la metáfora que preside su legado poético.
La intimidad amorosa y familiar siempre está presente, de un modo o de otro, en los versos de todos los poetas. El amor de pareja es lo más habitual, pero en este libro encontramos también el amor del padre por los hijos menores, ese «veo jugar a mis hijos» que pasar de ser una frase coloquial a transformarse en emotivo verso. Esa ternura inexpresable en la que, ante la dureza de la vida y sus calamidades («La television cuenta / los desastres de la guerra»), el poeta reconoce sus límites: «pero mis palabras naufragan / y solo mis manos saben hablar». Y encontramos también el amor del hijo a la madre plasmado en esos últimos, maravillosos, formidables poemas de Aniversario, dedicados a la madre que fue capaz de burlar a la muerte desde la cama de un hospital.
Todo esto y mucho más encontrará el lector en este libro denso, intenso, emocionante, que ningún aficionado a la poesía debería perderse.
1Publicado en 2009 por el Instituto Juan Gil Albert de Alicante.