Autora: Consuelo Jiménez de Cisneros.
Un 30 de octubre de 1910 nació el poeta Miguel Hernández Gilabert en Orihuela. En la primavera de este año -qué deprisa corre el tiempo- visitamos su casa y su barrio para realizar un recital de poesía que ya se glosó en El Cantarano correspondiente. En este recordatorio siempre oportuno, hemos empezado por una fotografía muy representativa del universo hernandiano: sus alpargatas, que nos recuerdan su origen humilde, su condición de campesino, y que protagonizan uno de sus más célebres poemas: «Las abarcas desiertas». Por otro lado, su maleta y su paraguas que nos recuerdan sus viajes a Madrid en pos de la gloria literaria.
Aquí tenemos un retrato ampliado hecho en su juventud que nos saluda nada más entrar, junto con el libro de firmas donde los visitantes pueden plasmar su emoción admirativa.
A mano derecha, en esta misma estancia, nos encontramos con un aparador típico de la época que se ha decorado simbólicamente con unas cebollas, las cuales nos recuerdan uno de los más hermosos y conmovedores poemas de su autor: las «Nanas de la cebolla», dedicadas a su mujer mientras amamantaba a su hijo «con sangre de cebolla». El punto festivo lo pone el anacronismo del encaje decorativo que ni es de la época ni del lugar, pero estos pequeños detalles sí dan fe del fervor con que se trata todo lo que se refiere al ilustre poeta en su pueblo.
En el breve pasillo que conduce a un dormitorio, presuntamente el del poeta, o al menos preparado como tal, observamos esta foto tantas veces reproducida donde Miguel Hernández aparece retratado junto a sus hermanos Vicente, Elvira y Encarna.
Ya en el dormitorio, destaca este mueble tocador típico de la época, cuando en las casas no había agua corriente y se usaban palanganas para el aseo. Sobre él apreciamos unos dibujos poco difundidos realizados por el poeta para ilustrar algunos de sus versos.
Este interior doméstico nos da idea del mobiliario sencillo propio de su época, incluyendo una fotografía familiar en blanco y negro.
He aquí un rincón de la cocina, que ha sido y sigue siendo el centro del hogar. Observamos un plato con limones, un fruto que, como otros, forma parte de la retórica lírica del poeta oriolano. Pues Hernández dedica versos a productos propios de su tierra, como el dátil, la higuera, etc., y evoca con nostalgia su pueblo en su famoso poema «Silbo de afirmación en la aldea».
Si salimos al exterior por la parte trasera, nos encontramos que el patio que posteriormente tiene el pequeño huerto en el que se inspiraba Hernández. Hoy en día, el patio se convierte, ocasionalmente, en sala que acoge recitales y otras actividades, como puede observarse en la fotografía.
En uno de los habitáculos del patio estaba el váter propio de la época, que se ha conservado incluso con su tapa original.