El 14 de febrero se celebra el Día de San Valentín, Patrono de los Enamorados. Con motivo de esta fecha, ya consagrada por la tradición sentimental y por el interés comercial, ofrecemos un bello relato de nuestro colega en LoBlanc y colaborador de El Cantarano, Israel de la Rosa.
No entiende de amor, pero siempre es testigo impertérrito. Ha presenciado, desde que el primer rayo de luz le cegó los ojos hasta hoy, la declaración del amante más artero y el suspiro más carente de cautela de una amada; ha presenciado el lamento moribundo del amante malherido y la súplica a destiempo de la amada, tan amada; ha presenciado la ofrenda del amante ofuscado y el menosprecio ostensible de la amada, que no se sintió amada.
A sus pies, hombres enteros se han deshecho en llanto. Ha visto a mujeres consumirse de dolor por un desengaño. Ha visto a las niñas tirar de los pétalos de una margarita, las ha visto reír con arrobo y con recato de menta y primavera; ha visto al muchacho que quiebra su juventud limpiando el rastrojo, jurar su vida por los labios de una joven no primeriza, y lo ha visto luego, el día que siguió a la conquista, jurar su nombre al cielo y rubricarlo con sangre. Ha visto morir al hombre que acarició sin licencia un cabello; ha visto a una mujer de ojos perdidos regalar su vida al viento después de que un alba fría se llevara en brazos a su marido; ha visto crecer una sonrisa en el rostro blanco de un niño con el paso ligero de una muchacha, y ha visto a esa muchacha, vestida de domingo y caramelo, devorar la risa del niño y saciarse con ella, y caminar así con más firmeza.
—Soy testigo de un amor que no entiendo —murmura—. Soy testigo, a veces, de un sufrimiento que no entiendo.
Con el atardecer, una pareja se refugia en su falda. Hay arrumacos de seda y manos entretejidas, hay silencios que pesan como el plomo, hay lluvia en la mejilla de la chica, hay besos amargos que flotan entre los labios y cabecean como barquitos de papel, hay un columpio de miradas marchitas. El de esta pareja es un amor imposible, es un amor no consentido por los demás. Hoy dicen adiós al mundo, lo dicen juntos, lo dicen ligando un abrazo. Se marchan juntos para burlarse de la censura, para que nadie vuelva a alzar una voz hiriente, para reírse por fin del miedo, para bailar mil noches entre hogueras de prejuicios, para que aquellos que no aprobaron sus deseos acepten por la fuerza sus destinos. Se marchan juntos, viajan en la carroza del ocaso. Y él es testigo.
A la luz clara del día, que amanece entre temores, los cuerpos de los amantes semejan muñecos de cera. Están tumbados a los pies de un olmo centenario que parece intentar, con sus ramas densas, protegerlos tardíamente del mundo. De sus hojas se desprenden con lentitud las gotas menudas del rocío. El rumor temprano e inquieto de los pájaros revela al pueblo la tragedia. No hay sorpresa, sino pena.
Cuenta un niño que estuvo allí que las gotitas de rocío cayeron todo el día de las hojas del olmo. Dice que lloraba.
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