-Autora: Consuelo Jiménez de Cisneros Baudin.
Iniciamos 2021 con lo que se podría considerar la primera efemérides alicantina de año: la conmemoración del 175 aniversario del nacimiento del general José Marvá en Alicante, el 8 de enero de 1846. Marvá era un hombre polifacético: militar que mostró su valor en la guerra de Cuba, donde fue ascendido a coronel; ingeniero que logró avances en diferentes dominios de las ciencias militares, por lo que fue nombrado académico de la Real Academia de Ciencias Físicas, Exactas y Naturales; y en fin, lo que hoy llamaríamos un emprendedor, promotor del Instituto Nacional de Previsión, fundador del Laboratorio Material de Ingenieros e impulsor de una industria que enriqueció nuestro país durante la Primera Guerra Mundial.
En Alicante, su nombre pervive gracias al tramo de paseo que discurre desde la Plaza de los Luceros hasta el montículo donde se alza el IES Jorge Juan. Se trata de uno de los rincones más plácidos y céntricos de la capital alicantina, a lo largo del cual encontramos librerías y comercios emblemáticos y cuya calma solo rompe el tráfico de vehículos que rugen al cruzar la avenida de Benito Pérez Galdós. Como anécdota, la guerra civil borró su nombre del callejero sustituyéndolo por el de un anarquista catalán, pero al finalizar la contienda, el paseo recuperó su recuerdo que perdura hasta el día de hoy.
Para mí, Marvá es el nombre del escenario en el que transcurrió mi infancia hasta los diez años. Vivíamos en un piso segundo de la calle Quintana, número 74, edificio que hacía esquina con el Paseo de Marvá. Mi colegio estaba justo enfrente, al otro lado del paseo. Desde el balcón esquinero, mi madre me indicaba cuándo podía cruzar la calle para llegar al colegio, permitiéndome ir sola aun siendo muy pequeña debido a la corta distancia. Me refiero al colegio de la Institución Teresiana, para mí, de agridulce memoria, que ocupaba los bajos de un inmmueble con el rótulo «College Française» y que, lamentablemente, se demolió no hace mucho para construir un impersonal edificio nuevo, como tantos otros que han destrozado el urbanismo histórico alicantino.
Cuando yo era niña, hablo de la década de los sesenta del siglo XX, el paseo era de tierra y en él jugábamos los niños sin peligro, y era fácil coincidir con compañeras de clase que vivían en la vecindad. La vegetación permitía el juego del escondite y otros a los que nos llevaba nuestra imaginación. Qué privilegio haber jugado tantas horas al aire libre, ajenos a temores y peligros, bajo un sol y una brisa de palmeras. Nunca olvidaré aquellas tardes en que mi abuela me sacaba al balcón sobre el paseo de Marvá para que me despidiera de las palmeras antes de irme a dormir. Eso sucedía cuando aún no iba al colegio, es decir, cuando aún no había cumplido los cinco años.
Ahora, desde la melancolía del paso del tiempo, me alegra saber que Marvá, sustantivo indisolublemente unido a mi memoria infantil, guarda el homenaje a un hombre que engrandeció su país y que da nombre, todavía hoy, no solo a un tramo de avenida, sino a una Fundación y a un premio que consagra las investigaciones en la ciencia militar. Mi querido general Marvá: sit tibi terra levis.