Consuelo Jiménez de Cisneros.
Recuerdo que mi padre me decía, en más de una ocasión, la frase de un conocido suyo: «Yo no tengo enemigos porque nunca he hecho un favor a nadie». Terrible frase, pero la experiencia me va diciendo que auténtica. A veces uno hace un favor, y como no lo hace completo, recibe una hostilidad injusta y cruel. Hemos de aceptar que ni nosotros ni los demás somos criaturas perfectas o todopoderosas. Que tenemos momentos de debilidad en los que no somos capaces de actuar como se espera de nosotros. Y que no pasa nada por eso. Si hay empatía y generosidad, no pasa nada. En caso contrario, sí pasa. Y pesa, como decía Arniches en un gracioso juego de palabras.
La «damnatio memoriae» puede ser el peor de los castigos. Lo han sufrido muchas personas a lo largo de la historia. El término ya viene de los romanos, que se dedicaban a borrar concienzudamente el nombre del enemigo de la peana o la inscripción para que no figurase donde debería estar. Al respecto recuerdo la biografía novelada que escribí en los años noventa para contar la vida de la fundadora de las Franciscanas de la Purísima, Madre Paula Gil Cano. Elegí el título «Mi nombre en el cielo» basándome en unos escritos de la misma, donde argumentaba que, aunque hubiera quien no quisiera escribir su nombre en su sitio, ella solo quería que estuviera escrito en el cielo. Me gustaría dejar de ser agnóstica para poder pensar lo mismo.