La Semana Santa se celebra anualmente, coincidiendo con la primavera, en todas las ciudades y pueblos de España. Traemos aquí el testimonio de un joven poeta oriolano, Diego Villagordo, que recoge esta tradición en sus versos.
I
Los tambores ponen
la muerte en el viento.
Un artesano ha tallado
dolor y sufrimiento
en una madera resucitada
de rescoldos mundanos.
Llamando al recogimiento
a propios y extraños,
el paso solemne de las heridas
abiertas, tenues, casi susurrantes.
Con un estremecimiento en estampida
y con el rostro del lamento
tras él, siempre a su encuentro,
cruza el umbral de San Juan alzado,
y por las cornetas alentado,
el Cristo de Zalamea:
es Semana Santa en Orihuela.
Incluso algunos musulmanes asisten
al llanto metálico de los mozos.
¿Muestran respeto?
No muestran lo contrario.
Avanza mecido por hombros
blancos y guantes negros.
Al fondo, tras su triste semblante,
la fachada de humilde enlucido
recuerda más que la pompa
el peregrinar a la bondad.
II
Oscuridad, silencio, respeto.
Nada se mueve y ni se atreve el viento
a profanar el luto del muerto
en la cruz, cabizbajo pero sereno.
Ataviada viene de estricto negro
la polifónica Pasión a su encuentro,
en el umbral de Santiago, de nuevo
fiel al legado del Evangelio.
III
¡Repiques y redobles
lo inundan todo!
¡Los niños se esmeran
en hacer valer
sus tamboriles y baquetas!
Ora retumba el frontispicio
de las Santas Justa y Rufina,
ora retumba el del Palacio
del Marqués de Arneva
como si se lanzaran “¡vivas!”
de un portón al otro.
¡Ha llegado el día de la Resurrección
y suena, suena y resuena la vida!
¡No te quedes atrás tamborilero
y ven a contárselo a toda puerta,
a todo balcón, a toda ventana!
¡Pon al blanco tu pañuelo,
ilumina tus calles paso a paso!
¡Pon al blanco tu pañuelo,
ilumina tus calles paso a paso!
Fotos: Hermenegildo Rodríguez Calero