LA GENERALITAT CATALANA NO APLICARÁ LA SENTENCIA DEL 25 POR CIENTO EN CASTELLANO

Autora: Consuelo Jiménez de Cisneros. Catedrática de Lengua Española y Literatura.

Coincido con la Generalitat catalana en que es un error aplicar el 25 por ciento de la enseñanza en castellano. Discrepo en el porcentaje: la enseñanza debería ser cien por cien en castellano y el castellano debería ser la lengua vehicular de la enseñanza en todo el estado español, sin perjuicio del estudio de otras lenguas en sus respectivas comunidades autónomas.

Todas las lenguas merecen respeto. Si juzgáramos solo con criterios emocionales y revisionistas, deberíamos abolir casi todas las lenguas del mundo -excepto quizá alguna de tribus aborígenes- ya que todas ellas o las principales: el inglés, el francés, el alemán, el ruso, el español… han sido lenguas imperiales y vehículos para la colonización de otros pueblos. El caso de Cataluña es paradigmático. No hay argumentos que sustenten esta extravagante supremacía que hoy padecemos del catalán sobre el castellano, pero si la democracia lo consiente, aunque sea absurdo, saldrá adelante. El problema es que los votantes están manipulados desde su infancia para defender una lengua presuntamente acosada y atacar otra presuntamente agresiva.

Recientes sucesos en las diarias noticias dan cuenta de cómo el castellano o español («dos nombres para una lengua», como dijera Amado Alonso y glosara mi profesor José Mondéjar) se está convirtiendo en una lengua diglósica en Cataluña. Y ello aunque no puedan con su extraordinario vigor, pues si el franquismo no acabó con las lenguas regionales, que siguieron vivas durante los opresivos cuarenta años de dictadura, la Generalitat no podrá acabar con el castellano en su reducido imperio geográfico que trata -también en vano- de expandir. Nadie logrará impedir que en la intimidad de los hogares y en el interior de las cabezas y los corazones haya un número considerable de catalanes, y mayor aún de residentes en Cataluña, que se exprese, piense y sienta en castellano, alternándolo o no, en la paridad de lo que se ama y posee, con el catalán.

No vamos a reproducir las anécdotas que recoge la prensa casi diariamente con respecto a la mencionada situación de diglosia -es decir, de menosprecio social- del castellano en Cataluña que tratan de promover las administraciones «nazionalistas» para erradicar el español del territorio catalán. Prohibir y perseguir el uso de una lengua mediante la delación, llegando al extremo de acosar a los menores en las escuelas; incumplir las leyes educativas y las decisiones judiciales; sancionar a las empresas por usar una lengua en lugar de otra; manipular la enseñanza de la Historia compartida en la educación; en definitiva: imponer a la fuerza el uso prioritario de una lengua sobre otra son procedimientos totalmente rechazables. Es indignante la impunidad de que disfrutan quienes promueven el acoso y derribo del español en la escuela pública catalana, el odio a lo español solo por llevar ese nombre, la manipulación en contra del castellano hasta el punto de que se prefiere un término francés antes de uno español si hay que introducir un neologismo en el catalán.

Ni siquiera Franco maltrató el catalán como la actual Generalitat maltrata el castellano o español, y para confirmar esto, basta con revisar la hemeroteca y verificar la vida cultural en catalán y la publicación de libros y estudios en catalán durante la posguerra. Por testimonios de familiares y conocidos, sé que nadie prohibía ni perseguía el uso hablado o escrito del catalán. Otra cosa es que no apareciera como lengua cooficial, o que, en las administraciones, el castellano fuera la única lengua aceptada, o que no se estudiara en el currículo escolar; pero todo eso está corregido hace décadas.

Produce dolor y pasmo comprobar que en Cataluña y en otras regiones -o comunidades autónomas si se prefiere el término político en lugar del geográfico- se procura y promueve una marginación de la lengua oficial del estado español e inclusive de su literatura, de una lengua cuyo peso internacional, cultural y económico es enormemente superior a cualquier otra lengua del mencionado estado español, le pese a quien le pese. Esta situación sería impensable en cualquier otro país de nuestro entorno: Francia, Italia, Alemania… En Suiza hay cuatro lenguas y en Bélgica dos, pero conviven -con sus más y sus menos, como en toda convivencia- y ninguna de ellas sufre violencia con respecto a las otras. Mientras que en Cataluña, en Baleares y ya también en ciertos ámbitos de la Comunidad Valenciana, se vive esta realidad de diglosia en contra del castellano cuyo origen hay que buscar en las vergonzosas concesiones al más rancio y egoísta nacionalismo por parte del PPSOE.

Y no hemos mencionado los perjuicios económicos que puede causar la diglosia del español en Cataluña. No hemos hablado de los estudiantes que descartan irse de Erasmus a Barcelona, ni de las empresas que prefieren otras localizaciones. Al final, más que el uso de una u otra lengua, al pueblo lo que le importa es el acceso a la vivienda y a la comida. Por eso, estamos en contra de la campaña contra lo catalán fuera de Cataluña. Por solidaridad con todos, hay que comprar productos catalanes, que es lo mismo que comprar productos de otros puntos de España. No estamos en contra de lo catalán ni del catalán. Amamos y respetamos su historia, su cultura, su arte, su vitalidad y emprendimiento y todas las cualidades que han convertido Cataluña en una de las regiones más prósperas de España.

Sabemos que no todos los catalanes practican el independentismo autoritario y retrógrado; estamos contra esas ideas y sus concreciones, nunca contra las personas. Pues si nos posicionamos en contra del maltrato del castellano en Cataluña, también lo estamos del rechazo de lo catalán fuera de Cataluña. Estamos a favor de la inclusión y no de la exclusión. Estamos a favor de un sano, respetuoso y enriquecedor bilingüismo. Hay que apoyar a Cataluña, a las víctimas silenciosas -porque no se le permite manifestarse- que defienden el castellano en Cataluña, a los catalanes que se sienten españoles pero no reciben subvenciones ni se les autoriza a organizar eventos o portar banderas. Viven, en la práctica, en una dictadura y no en una democracia.

Por otra parte, hay una circunstancia demagógica que no podemos obviar. Los emigrantes y los más desfavorecidos son quienes padecen esa escuela catalana donde el español está arrinconado y perseguido con unos modales que nos recuerdan el nazismo más oscurantista. Los ricos, los poderosos, llevan a sus hijos a estudiar en inglés, francés… y por supuesto en español y en catalán si lo desean. Son quienes tienen menos recursos los que han de aceptar el catalán como prioridad absoluta. Una lengua que, fuera de Cataluña, no tiene recorrido. Con el catalán no irán a Suiza ni a Londres ni a París ni a Nueva York. Ya se ha intentado introducir el catalán en las universidades extranjeras y el éxito ha sido tan limitado… Recuerdo aquella universidad inglesa donde había un solo alumno de catalán.

Quien esto escribe ha dado clases de Literatura Catalana en el INBAD, ama la lengua catalana y su excelsa literatura, ha compuesto versos en esa lengua. Nada de ello lo hizo obligada por ninguna norma o imposición, sino por libre elección. Como dice el escritor Ángel Carmona, de padre castellano y madre catalana, en su libro Cataluña. Mito y realidad, solo el amor puede solucionar este problema. Pero es imposible que haya amor donde hay rigidez y violencia. Violencia contra quien tiene la osadía de expresarse públicamente en español estando en Cataluña.

¿Hasta dónde llegaremos por este tristísimo camino? Recuerdo escritores catalanes que han escrito en español: el comunista de apellidos castellanos Manuel Vázquez Montalbán, autor de las novelas del detective Carvalho; el excelso trío de Juanes: Juan Marsé, Juan Benet, Juan Goitysolo y su hermano Luis; autores de best-sellers como Ildefonso Falcones o Eduardo Mendoza, que nos descubren Cataluña bellamente narrada en obras emblemáticas como La catedral del mar o La verdad sobre el caso Savolta; estudiosos de la lengua y literatura española intrínsecamente catalanes, como los hermanos Guillermo y Fernando Díaz Plaja -imposible olvidar aquellos manuales de Guillermo Díaz Plaja donde estudiamos literatura española en la mocedad-, o nombres como los de Francisco Rico y Martín de Riquer. Varios siglos atrás, recuerdo al catalán Boscán enseñando al castellano Garcilaso, de quien era íntimo amigo, los secretos de la lírica italiana, la belleza del endecasílabo. Me quedo con ese precioso recuerdo. En efecto, solo el amor puede salvarnos.

Ilustración: fragmento de la portada del libro de Ángel Carmona Cataluña. Mito y realidad. Ediciones Nauta. Barcelona, 1975.

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