Un relato de Francisco Mas-Magro y Magro.
Los mosenes andaban revueltos en aquella. Las noticias llegaban como gotas, ora un paisano a caballo, ora un campesino acalorado, con el bofe a flor, sin fuerzas para emitir la palabra.
-¡Que sí! ¡Que sí! ¡Que es cierto lo que se cuenta!
–Ha succeït allà en l’últim barranc? –pregunto fray Ángel.
–No, això va ser fa una setmana –dijo el labrador ya repuesto.
–Lo de ahora no es menos prodigioso! Señaló el caballero.
La lluvia caía sin reparos, ¡bendito Dios!, después de no ver el agua al menos un año.
Mosén Pérez, el más corpulento de todos, puso orden, porque los frailes menores comenzaban a formar jarana.
-¡Alto todo el mundo! ¿Qué es este alboroto? ¡Por Dios, que aquí queremos paz! Estamos en la casa del Señor y necesito calma. Decidme, qué ocurre para tanto follón. No sois el primero, pero al parecer tampoco seréis el último en llegar con esas voces y tanto sudor. -Se dirigió al labriego-.
II
La mañana despuntó gris y húmeda. El levante, soplando a brotes, construía un ambiente pegajoso. El invierno, desaparecido tras un manto de agua.
No solamente el aguacero, pausado, flemático, descendiendo desde el cielo. También el viento bufando con arranques impetuosos, con una vehemencia parecida al mal genio. La tierra estaba empapada y la bóveda celestial parecía querer despeñarse sobre la comarca.
–Miren, mossén i companyia, que allò que s’ha succeït és important. ¡Que tras casi dos años de no ver el líquido elemento, con las cosechas arruinadas y el hambre en los buches, con las tripas tan limpias como mi saquillo, se ha puesto a llover. I va per a dos dies!
-¿Y qué? -respondió mosén Santiago Pérez-. ¿De qué te alarmas? No queríais agua, pues ¡agua va! Nuestro Señor Jesucristo nos bendice con su misericordia y…
–Sermones, fraile. Eso no es lo más sorprendente.
III
Tiempo atrás, Mosén Pedro de Mena, el “rector” de la iglesia de San Juan, departía un “calder” con un amigo, en su casa.
– Mira, vaig a ensenyar-te un tresor.
Y abriendo un baúl situado bajo una pequeña ventana sacó un paño.
– Què et pareix?
– Què és aixó?
-Estant jo a Roma, un il·lustre purpurat va vindre a donar-me una relíquia de sense igual importància. Em va dir el cardenal, que era el mateix drap amb què la santa Veronica hauria netejat el rostre de Crist, de quan el camí al Calvari. Disfruta de la seua vista.
El amigo quebró, diplomáticamente, el gesto, guardando disimulada incredulidad en lo revelado y, agradeciendo el detalle con una leve flexión de cabeza, observó cómo Mosén Pedro, en un “descuido” de sí mismo y de su amigo, lo recogía de nuevo donde sus cosas, olvidándose de la preciada reliquia.
IV
Margarita tenía treinta años cuando la primera gota caía del cielo aquella primavera de 1489.
Tuvo que salir corriendo cuando advirtió que el cielo se le venía encima, en un chaparrón últimamente nada común, aunque conocido en estos parajes.
– Nicolás, Reme!” –llamó a gritos a sus dos retoños, quienes se ensuciaban como podían entre las secas acequias- Anem, anem a la casa!
Los mocitos acudieron a la llamada de madre.
–Diantre de temps, no cau una gota en dos anys i ara nos piensa el cel ofegar a tots. Cavilando en voz alta, Margarita recogió la colada, espantó las cuatro gallinas, encerró la vaca lechera y dio una patada en el trasero al Nicolasín, que se estaba poniendo de barro hasta las cejas.
– Mare, mare! M’has fet mal!
Francisco aún no había aparecido por el huerto. Probablemente, se encontraría arreglando las viñas en los bancales de “Reixes”, en la Condomina. El pensamiento de Margarita se detuvo en su marido, últimamente decaído. Había adelgazado mucho, desconfiaba por algún mal del pecho, que tosía demasiado.
V
La mañana se despertó fresca aquel día. La bruma cubría parcialmente el Benacantil.
Francisco, un mozo de fuerte apariencia, había partido muy temprano de su casa de Orgegia. Era el aparcero de unos terrenos propiedad de Don Rafael Pascual de Pobil, rico hacendado de la capital. En la finca, Francisco cultivaba para su uso personal, sobre unas pequeñas parcelas, algunas legumbres y otros frutos del campo. Eran tres bancales no muy grandes. La casona, con entrada de medio arco, se cerraba con un portón de madera lisa, en la que se abría una mirilla cuadrada. Una campana de bronce sucio, anunciaba al visitante. Al cruzar el pórtico, un aposento mediano con una chimenea al fondo. Los camastros de los niños, arrinconados en una habitación a la derecha. A la izquierda, otra estancia con un colchón mullido, detrás de una cortina de lino teñido de amarillo y verde. Arrimado a la vivienda una nueva construcción, más pequeña, el corralillo, donde la vaca se instalaba, un poco justa, mas sin protesta alguna. Las gallinas pululaban por donde podían.
La semana anterior muy cerca del lugar se había producido un grande alboroto. Margarita no llegó a saber lo que ocurría.
VI
Recordaba la procesión, con una imagen extraña. Había oído algo de una reliquia; de las plegarias para que el Señor enviara desde el cielo el agua que tanta falta hacía, porque los campos agonizaban de sed y la tierra, ya cuarteada, se volvía blanca y polvorienta.
El canal de la huerta, tiempo ha que no llevaba una gota de líquido y las culebras habían sustituido a las ranas.
Teresa, la vecina de la finca junto a Lo de Die, le había contado algo.
–Es comenta –le dijo-, que el Reverend Pare que portaba l’empremta de la Faç de Jesús, segon pareix, va patir un mareig a l’arribar al barranc.
–Portava la cara de Jesus? –preguntó Margarita.
–Diuen que és un drap de la Santa Verónica. Que ho té Mossen Pedro, el de Sant Joan.
Margarita escuchaba intentando comprender.
–Va haver de ser atés –siguió Encarna- per uns grans hòmes del municipi d’Alacant.
-Segur que sería un sofocació.
–Segur, Margarita. Un colp de calor. La qüestó és que ningú sap com, ni per què, va aparéixer una llàgrima de sang en el rostre del Senyor.
– Cel Sant! El retrat del Senyor, pintat en la tela!
Margarita se turbó. Pensó en su marido. En su tos, en su esputo sanguinolento. Su Francisco, el que luchaba día a día, de sol a sol, contra la desdicha de la sequía. A ras de tierra, con el frío penetrándole en la carne.
Tosía, día y noche, y escupía, de cuando en cuando cuajos oscuros, como del color del hierro. Y eso no le gustaba.
Nunca llegó a entender Margarita el prodigio del barranco de Lloxia, porque no tenía más estudios que el trabajo diario, más educación que el amor de madre.
VII
Francisco, bien temprano, había marchado con un grupo de jornaleros, compadres de los labrantíos, a las lomas de Los Ángeles. Tenían conocimiento del milagro del barranco y, todos a una, habían tomado la determinación de peregrinar al cerro, para rezarle a esa cara divina que había llorado sangre, y pedir a la Divina Providencia lo que tanta falta les hacía: el agua de las nubes.
Francisco estaba allí, a cinco metros del pino, y tras de los primeros rezos y la plática mezclada con monserga, fray Benito comenzó a levitar. Ascendía despacio, lentamente, con la tela santa entre sus manos. ¡Que él lo vio con sus propios ojos!
Tosió Francisco nervioso hasta cinco veces, con una tos bronca y esputo pardo, al ver que el lienzo sagrado se multiplicaba en el cielo.
Las nubes, amenazantes, se entretejían con los rayos multicolores de un sol que atravesaba la masa de agua evaporada.
Cayó a tierra de rodillas, como el resto de los presentes, y cubrió la cara con las manos encallecidas.
-Faç divina, misericordia!
-Faç divina…
Así, a mediodía comenzó a llover en la huerta.
VIII
Margarita recibió a su marido aquella tarde empapado de agua y emoción. Su agotamiento era diferente al de otras jornadas.
-Margarita, no saps!
-Si, ho he vist. Ha plogut, al fi.
– No, no, no es això.
Y Francisco contó, con excitada aspereza de campesino, lo sucedido en la loma, sobre el pino situado junto al monasterio de los frailes.
Los ojos de Margarita se abrieron.
– I volava? – se le ocurrió a Margarita.
Pero Francisco tenía hambre.
–Tinc fam! –dijo-.
– Compte’ns, pare, Volava el frare? Volava pels aires, com un pardal?
– No vos podeu imaginar. Volava el frare i la tela amb la cara de Crist es va veure per totes les bandes. I els rajos del sol es van multiplicar en mil colores i…
IX
La lluvia seguía sumisa.
El apetito devoró la olleta.
–No pots imaginar, Margarita, xicotets, fills meus – repetía Francisco-. No podeu!
–I com volava?. Tenia ales? – insistían los niños-.
–Va volar i va començar a ploure…
–Francisco –interrumpió Margarita-. T’has dau compte de que no has tossit en tot este temps?
– …Pujava i pujava. Va ploure després!
– Francisco, ja no tos!
Y retornó la vida.
Incluso en el campo.
A mis nietos
Lucía y Ana Sanmiguel Mas-Magro
Álvaro y Javier Martorell Mas-Magro
Jorge e Ignacio Mas-Magro Pardo
Ilustración: Santa Faz de Juan Manuel Amérigo Asín.