INFIERNO Y PARAÍSO DE LAS ISLAS de Miguel A. Moreta-Lara

Reseña de Consuelo Jiménez de Cisneros.

El escritor, profesor y colaborador de El Cantarano y otros medios de comunicación, Miguel A. Moreta-Lara, nos sorprende con esta colección de ensayos pulcramente editados en El Desvelo Ediciones, prestigiosa editorial santanderina. Infierno y paraíso de las islas es el título en forma de antítesis que ha elegido para su colección de evocativas reflexiones, y el subtítulo, «Memorias de mar y mujer», responde a la estructura del libro en dos partes, a su vez también rotuladas poéticamente: «A la mar madera… Y a la Virgen cirios». Donde la primera parte recoge artículos sobre el mar en todas sus versiones y la segunda sobre féminas variopintas y cuestiones relacionadas con lo femenino.

Es también una mujer la autora del prólogo, la profesora María Luisa Balaguer Callejón, que a su condición de escritora y comunicadora añade la de jurista, Catedrática de Derecho Constitucional. Sin embargo su prólogo es, más que otra cosa, el análisis de una amiga, lectora culta, que aprecia la buena conversación y la erudición curiosa, de todo lo cual sabe mucho el autor.

Su libro de ensayos felizmente inclasificables es un viaje fascinante por islas, por textos, por personas. Empieza con una reivindicación del libro como objeto estético, algo que siempre he subrayado en las presentaciones de libros que me ha tocado abordar. Algo que se pierde en el libro digital. Por eso es tan importante el esfuerzo de estas editoriales, verdaderamente de culto, que confeccionan libros como los orfebres diseñan joyas.

Un buen amigo que ama la geografía me ha hecho interesarme por esta ciencia a mitad de camino entre lo técnico y lo artístico. Basta leer las primeras páginas de este libro cuya primera parte se titula «A la mar madera» para disfrutar de un elogio de lo geográfico que, en definitiva, es el lugar físico que ocupamos o que quisiéramos ocupar en el mundo real o en cualquier otro mundo inventado. Ya la palabra «isla« es un concepto geográfico y sin él no se entendería una parte fundamental de la literatura universal sobre todo en mi caso, de la literatura de aventuras que desarrolló mi fantasía de niña y adolescente y a la que tanto debo. La isla del tesoro, La isla misteriosa, La isla del Dr. Moreau… y por supuesto, la referencia imprescindible a Robinson Crusoe, al que también alude el autor.

Y a continuación de la isla vienen los barcos, los que nos conducen a todas las islas y continentes. Seguramente el más artístico y literario de todos los vehículos -con permiso de los trenes-. Empieza con la historia de los barcos de los exilios del siglo XX, menciona nuestro Stanbrook al que el Puerto de Alicante recuerda con un monumento en piedra al borde del agua.

El amor del autor a los libros le lleva a ubicarlos en barcos: biblio-barcos, y a hablar de los libros joya perdidos en naufragios como el del Titanic, de las bibliotecas míticas como la del Nautilus -que probablemente recogía los mismos libros de la biblioteca de Verne-. Los libros perdidos y hallados en los cruceros, los libros de los conquistadores…

Leer esta obra es recorrer un fascinante paraíso marítimo, pero no solo eso. También leer versos insertos en una prosa fluida y erudita. Es hojear una inmensa biblioteca marina repleta de sorpresas, de tesoros escondidos, de nuevos hallazgos y de viejas recuperaciones de historias y referencias olvidadas, como la de los truchimanes que encontré en Marruecos, un lugar compartido con el autor, aunque fuera en diferentes fechas, pero con el mismo espíritu de aventura y descubrimiento.

Anoto la referencia a una de mis novelas favoritas, La isla del tesoro, que fue mi talismán para escribir Aún quedan piratas en la Costa de la Muerte, el libro que me abrió las puertas de la literatura infantil-juvenil de la que nunca me desprendería. En ese libro cito una Historia de la piratería de B. Handerson que mi padre, lector curioso, tenía en su despacho y que yo me quedé para siempre.

Hay más islas en este libro: la de Defoe (sin nombre propio) y las Chafarinas que visité con la imaginación leyendo la novelita Morirás en Chafarinas y con cuya evocación acaba la primera parte.

La segunda parte, Y a la Virgen cirios, empieza hablándonos de la ciudad como si nos hablara de una mujer. Eso me recuerda las ciudades de los viejos romances que se representaban como damas a conquistar por los caudillos musulmanes y cristianos. Una vez más, la geografía está presente en esas ciudades librescas que podemos pasear con un libro entre las manos, tal como hace el autor. «La ciudad es entonces un cuerpo tatuado por los libros», nos dice. Y así viaja de Málaga a Budapest, ciudades en las que el autor ha vivido, pasando por Moscú y por Ciudad de México (donde también ha vivido el autor), siempre acompañado de memorias literarias y artísticas.

En el capítulo «Mujerería y letras» de pronto el autor se detiene para recrear lo que fueron sus lecturas adolescentes y resulta que fueron las mismas que las mías, es lo que tiene compartir generación. Con nostalgia he leído la evocación de títulos (sin citar autor, pero es innecesarios para los connoisseurs) de Martín Descalzo y de Luca de Tena que me permitieron descubrir el mundo por un reducido agujero de lectora a escondidas (mi madre conservaba esos libros en su «bureau» y no me permitía su lectura, nunca me consideró lo suficientemente mayor para leerlos). Y entre las muchas más autoras que cita, hay tantas que recuerdo como viejas amigas, como hermanas mayores. No solo autoras: también personajes, y entre ellos me tropiezo con una de mis heroínas favoritas borgianas: Emma Zunz. Y por supuesto, con Ana Ozores, con quien tanto sufrí.

La mayor parte de las páginas que siguen están dedicadas a mujeres y me asombra que sean tantas y tan relevantes, y agradezco al autor que las haya recopilado con tanta sabiduría y delicadeza. Desde Colombine a Isabel Oyarzábal, todas las «sinsombrero», mi querida Elena Fortún, madre de Celia, la niña que nunca tuve. La amistad entre las mujeres (ahora llamada sororidad) ha sido fundamental en mi vida, algunas de ellas han sido la familia que no pude tener y muchas me siguen acompañando y sé que lo harán hasta el final. Reconocer esa realidad en un libro escrito por un hombre es reconfortante.

Pero este libro no sirve solo para la nostalgia, también para el descubrimiento. Conocer la historia de Lini de Vries me ha conmovido. Hay muchas maneras de vivir hasta los diez años en un sótano, hay muchas formas de descubrir el mundo gracias a recomendaciones lectoras. Y es ejemplar esa dedicación a los demás, en cuerpo y alma, nunca mejor dicho, que se tanto se asocia con la condición femenina.

Y vuelve a sumergirse el poeta -perdón, ensayista, pero que a menudo parece mucho más poeta- en la evocación literaria de la guerra civil a través de canciones y romances, la mayoría en boca de mujer, como en la edad media.

Y entre muchas más curiosidades de este libro, y nos las enumero todas por no alargarme, me detengo en el capítulos de las camas y de su relación con la escritura. Siempre recordaré la cama individual de mi infancia en aquella alcoba interior a cuya pobre luz de amarillenta bombilla colgando del techo yo leía novelas apasionantes mientras me recuperaba del sarampión, sin ganas de curarme del todo porque dejaría aquel paraíso de la fantasía esparcido entre las sábanas gracias a las novelas de clásicos adaptados que me enviaba mi lejano padrino al que nunca conocí en persona. Tenía yo entonces siete años y no creo que nunca más en la vida haya podido disfrutar con mayor interés y encanto de la lectura.

El libro acaba con una loa a la mano y a los genitales femeninos: atrevida, divertida, todo un alarde de sabiduría léxica que refleja bien el enorme bagaje del autor, bagaje que espero continúe compartiendo con los lectores que le seguimos y admiramos.

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