EL INFIERNO DE HIELO: DOS NOTICIAS SOBRE ACOSO LABORAL

Grafiti callejero en Madrid

Autora: Consuelo Jiménez de Cisneros

Esta semana han coincidido dos noticias sobre el mismo asunto: la de N. F., con repercusión nacional e internacional, víctima de un machismo ancestral que incluyó acoso sexual, y la de A. S., que ha aparecido en la prensa local alicantina este domingo, víctima de ese acoso, desgraciadamente tan común, producido por la envidia y la rivalidad profesional.

Conozco el acoso laboral muy de cerca. Sé que es un infierno de hielo que paraliza, que daña la salud y que produce un intenso sentimiento de infelicidad. Pero además el acoso laboral puede tener consecuencias externas lamentables e injustas, como la pérdida de un destino profesional relevante. Eso fue lo que le pasó a mi amiga T. V., excelente trabajadora y excelente persona, pues las víctimas de acoso suelen tener ese perfil. A un/a mediocre, a un/a «pelota«, a un/a necio/a no se les acosa, al contrario: a veces se les jalea y se les otorgan cargos y distinciones que no merecen, como bien dice el inconmensurable Galdós: En el desorden de nuestras ideas, fácilmente convertimos en héroes a los que apenas saben escribir su nombre. Y esto pasa con gente insulsa y patana a quienes se les conceden responsabilidades y honores fuera de lugar y que se convierten fácilmente en acosadores si ven que alguien puede hacerles sombra. Es el vicio nacional de la envidia, el pecado proverbial de los españoles, que Quevedo describe así: «la envidia está flaca porque muerde y no come».

Como experiencia personal, evoco aquel destino administrativo en el que trabajé durante cinco años y sobre todo aquel espacio donde tuve despacho durante cuatro años. Allí el ambiente estaba tan enrarecido, que hasta las plantas de interior se mustiaban (R. M. dixit), y sufrir acoso laboral formaba parte del cargo para algunos de nosotros. No voy a entrar en detalles, que dejo para otro momento y lugar. Solo mencionar que lo habitual es que los superiores adviertan el acoso, pero procuren subsanarlo de la manera más cauta posible, para no complicarse la vida. También diré que mi principal acosador acabó expulsado de su destino en otro ámbito donde se encontró con una de esas personas que «tienen bien puestos los galones», como decía alguien del entorno.

Una consecuencia positiva de aquella experiencia tan negativa fue comprobar que, en situaciones extremas, se forjan amistades inquebrantables. Las penas compartidas resultan menos penosas, y otros colegas compartían conmigo la condición de víctimas de acoso en mayor o menor grado. El ambiente, por desgracia, lo propiciaba. Ciertas franjas de la administración son campos abonados para el acoso laboral, por tratarse de puestos de relieve donde la competencia y la celotipia son una constante y donde, en la adjudicación de destinos, siempre se cuela mala gente.

Conclusiones: lo primero que tiene que buscar una víctima de acoso es apoyo emocional y afectivo, y luego también apoyo médico y legal si fuera preciso. Del infierno del acoso se puede salir y hasta en el infierno hay gente buena que tiende la mano. Y volviendo a las noticias, la conclusión sería que la justicia, aunque lenta, a veces funciona. Pero hay que seguir sensibilizando sobre este problema. En el caso de N. F., hay que explicar a los hombres que si una mujer dice que sí una vez, no tiene obligación de seguir diciendo que sí indefinidamente. En el caso de A. S., hay que explicar a las autoridades locales que alguien que ha ejercido acoso laboral aprovechándose de su prevalencia no merece tener un puesto directivo de libre designación; que se gane la vida en un destino más oscuro y discreto donde tenga más difícil hacer daño.

Foto: Consuelo J. de C. Grafitti callejero en Madrid.

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