DOS POEMARIOS DE ANTONIO GRACIA: «EN NOMBRE DE LA LUZ» Y «EL MAUSOLEO Y LOS PÁJAROS»

Reseña de Consuelo Jiménez de Cisneros.

En los albores del otoño me llegan dos poemarios de Antonio Gracia. Esto sucede en un encuentro que mantenemos con el médico y escritor Francisco Mas-Magro. Cómo no, hablamos de poesía, tema que los tres compartimos, e intercambiamos libros -por mi parte, le entrego, dedicados, los dos primeros libros impresos desde El Cantarano: mi ensayo «Dorada medianía» y la adaptación de «La leyenda de Roldán», y por su parte, Antonio me regala estas dos joyas en papel: «En nombre de la luz» y «El mausoleo y los pájaros». Ambos están editados en la colección Signos de los editores Huerga y Fierro de Madrid, y yo recuerdo que esta editorial me publicó no ha mucho, en dos ediciones sucesivas, un par de relatos premiados en dos convocatorias literarias de Bodegas Peral, en Colmenar de Oreja (Madrid). La vida está llena de curiosas coincidencias.

Otra coincidencia son los nombres, tan líricos, del fundador de la colección y del autor de las introducciones: Ángel Luis Vigaray y Ángel Luis Prieto de Paula respectivamente. El segundo, profesor de la Universidad de Alicante, es, sin duda, es uno de los mayores expertos en la poesía de Antonio Gracia (y en otras poéticas). Así pues, abro los libros con fruición. Libros que nadie ha tocado salvo el autor para escribirme unas palabras de dedicatoria, ese acto de limpio reconocimiento que nos hacemos, como un santo y seña, quienes escribimos por el placer de escribir.

Empiezo leyendo «La poesía de Antonio Gracia», introducción de «En nombre de la luz». Una vez más, las coincidencias se entrecruzan. Porque si Antonio idea otros autores en los que verterse, Francisco Mas-Magro tiene a su Noel Efese que le viene acompañando desde su juventud. He de reconocer que, en mi caso, salvo una novelita erótica que quedó inédita, a la hora de escribir no he sido aún capaz de desdoblarme. Prieto de Paula define la poesía de Antonio como un intento de trasmutar en eternidad nuestro ligero paso por la vida. Analiza los dos periodos en que se divide su poesía: la juvenil y la de madurez. Pues Antonio fue uno de aquellos poetas de los alicantinos años setenta que yo leía, adolescente, sin comprender del todo. En efecto, esta introducción es mucho más que un prólogo al uso: es un detallado y fulgurante análisis, casi ontológico, del recorrido poético de Antonio Gracia. No me detengo más en describirlo: recomiendo leerlo a todos aquellos interesados en la poesía en general y en la de Antonio en particular.

El poemario se inicia con una dedicatoria, en letra diminuta, «a Oniria», ese ser de luz que preside la obra y el blog de Gracia. Y su primera parte, «En el origen», se inicia con un hermoso poema, «Argonautas del tiempo», que el poeta distribuye en cinco partes. El tema del tiempo está tratado aquí con un léxico brillante, solo apto para «connoisseurs» literarios, en versos acelerados y deslumbrantes: «el vacío inguinal del ansia ignota, / la parva parusía.» Me detengo en el endecasílabo rotundo seguido de heptasílabo del poema V: «La vida es solo un viaje hacia la muerte, / un clavileño espurio». Y reconozco la alusión quijotesca que obsesiona al poeta, el cual ha dedicado precisamente al Quijote su último poemario, «En nombre de Dulcinea», publicado en nuestro Cantarano del mes pasado.

Una reseña no ha de ser tan larga como un libro, así que decido que debo leer sin escribir, y paso las páginas y leo los impactantes versos que describen el desasosiego, la lectura, la naturaleza (quién sabe si como símbolo, vista a través del libro que se lee), mientras «la tarde palidece entre los árboles». Y páginas después observo que sí, porque Antonio lo confiesa: «supe que aquel paisaje luminoso / era mi corazón transfigurado». Y me doy cuenta de cuánto el verso me contagia, de cómo yo querría que esta prosa mía fuera también verso para mejor describir lo que leo y releo.

El otro gran tema de toda escritura, aparte del tiempo, es el amor, y al amor dedica Antonio muchos de sus versos. El amor da sentido a la vida: «La vida empieza el día en que amamos / y muere cuando muere nuestro amor». Y el amor, de forma menos explícita y más sutil, sigue recorriendo sus versos, poniendo en duda su identidad: «… ¿Quién es / ese yo que camina junto a ti / y te muerde los labios y te empuja / contra la gris pared de la nostalgia?»

Del amor «Pero tú estás aquí y hoy es mi siempre» se pasa a la soledad, en esa prodigiosa «Sinfonía para un hombre solo» en donde el poeta habría querido ser otras personas: entre ellas, «un poeta claro / como Petrarca o Garcilaso». Pues a la hora de escribir, Antonio no puede olvidar su formación clásica, esa que ahora parece que ya ha desaparecido de las aulas. Y nos encontramos con el clásico «Carpe diem» convertido en «Carpe vitam», y con Edipo y Caronte y Telémaco y otras muchas criaturas incrustadas en sus versos. Y por supuesto, la poesía de los otros, de los que bebemos y que, como decía Esther Abellán en una reciente presentación literaria, nos viene a la cabeza cuando queremos decir algo porque ellos ya lo han expresado y no tenemos más remedio que citarlos. Así le sucede a Antonio en los últimos versos de su poema «Efigie del presente», por poner un ejemplo: «Hay golpes en la vida / tan fuertes, yo no sé» que marca en cursiva porque los escribió César Vallejo. Otras veces, el poeta recrea y actualiza versos inmortales como aquellos «ojos claros, serenos» de Gutierre de Cetina, que nos transcribe con palabras de hoy en día: «si de un dulce resplandor abducís a quien os ama» y culmina con una creación léxica: «amadme locamente, siempremente».

La poesía leída y asimilada acompaña de forma constante al poeta, y en su poema «Los límites de Dios» (¡como si Dios pudiera tener límites!) Antonio pasa de los últimos versos de Machado («estos días azules y este sol») a la «plena identidad» de la «amada en el amado transformada» según San Juan de la Cruz. Si ya en la Edad Media alguien dijo que somos enanos a hombros de gigantes, ¿qué diríamos hoy quienes escribimos después de haber disfrutado el tesoro de tantos versos extraordinarios? Inevitable la cita como homenaje, como inspiración y reconocimiento. Pero en la poesía de Antonio la cita no precede al poema, como suele hacerse, sino que se integra en él, formando parte de la sustancia poética. «A veces me sorprendo / leyendo cuanto soy en versos de otro» escribe Antonio en su poema «Speculum».

Los lugares forman parte de nuestras vidas y evocan momentos de nuestra existencia. En este poemario nos asomamos al «Mediterráneo» y paseamos por un «Nocturno salmanticense», lugares que coinciden con la biografía del poeta. Concluye este denso poemario con «Tres palimpsestos» y «Una poética», en verso: «La estrategia del verbo» y en prosa, «La búsqueda de Oniria», así como una relación bibliográfica de su obra que nos da idea de su amplio recorrido lírico desde 1975 hasta la actualidad, puesto que este libro acaba de aparecer en 2023.

«El mausoleo y los pájaros», en cambio, es una antología por la que ya ha pasado más de una década. Se publicó en 2011 y recoge poemas procedentes de los diversos poemarios del autor, ordenados cronológicamente desde aquel primero de 1975 que tituló «La estatura del ansia». Ángel Luis Prieto de Paula es de nuevo quien hace el estudio introductorio remarcando la evolución -en positivo- de la lírica de Gracia a partir de su poemario «Hacia la luz» (1998) e insistiendo en la falta de adscripción del poeta a un determinado grupo poético. Esto no le pasa solo a Antonio Gracia. En lo que a mí respecta, no entiendo la necesidad de formar parte de un grupo, generación, movimiento o como se le quiera llamar. Uno -o una- es o no es poeta. Lo demás, es anécdota.

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