CAMILO JOSÉ CELA, EL ESCRITOR SIN COMPLEJOS

Autora: Consuelo Jiménez de Cisneros

Fue censor franquista, senador en la democracia por designación real, gallego afincado en Mallorca y en Madrid, viajero primero a pie y luego con choferesa, niño bien de pueblo y marqués de Iria Flavia, académico deslenguado, rector de una universidad con su mismo nombre. Fue esencialmente un escritor de raza, que lo probó todo en la narrativa, que escribió una serie de novelas cada una de las cuales podría haber sido firmada por un novelista diferente. No se conformó con ser uno: quiso ser muchos. Quiso ser el Lazarillo en La familia de Pascual Duarte, Azorín en Viaje a la Alcarria, Thomas Mann en Pabellón de reposo, Voltaire en Diccionario secreto, James Joyce en San Camilo 1936, Casanova en La insólita y gloriosa hazaña del cipote de Archidona y todos los novelistas del realismo social en La Colmena. También quiso ser poeta en Pisando la dudosa luz del día y dramaturgo en Homenaje al Bosco. Cruzó el charco (el Atlántico) en La catira y no dudó en escribir el libreto de una ópera casi feminista, María Sabina.

Que nadie piense que con esta somera enumeración de títulos hemos recogido la obra literaria de Cela que es «ancha e larga» como la mar del cantar medieval. Solo hemos pretendido dar una mínima muestra de su versatilidad, una cualidad tantas veces infravalorada.

El futuro Premio Nobel dio muestras de su rebeldía y malos modales desde la niñez, cuando lo echaron de los Escolapios por arrojar un compás a un profesor, y luego de los Maristas por organizar una huelga. Sus intereses eran variopintos: mientras estudiaba la carrera de Medicina, que por supuesto no terminó, asistía de oyente a las clases de Literatura de Pedro Salinas. Cometió la maldad de lanzar de un empujón a una piscina a una periodista impertinente y la osadía de contestar con una frase ya mítica a quien le reconvenía por dormir la siesta en el congreso: «no estoy dormido; estoy durmiendo, que no es lo mismo; como tampoco es lo mismo estar jodido que estar jodiendo.» Porque Cela era una pura contradicción entre lo conservador y lo progresista, aunándolo todo en sí mismo y en su (envidiada por muchos) libertad de acción. Podía apoyar la cultura de la dictadura mientras criticaba sus abusos y persecuciones.

Tuvo dos mujeres y un hijo. Fundó una revista literaria en castellano con nombre mallorquín (Papeles de Son Armadans). Fue a recibir el Nobel con la amante en vez de con la esposa. Tuvo sus luces y sus sombras, como todo ser humano. Su grandeza reside en su escritura, que es imperecedera. Leyéndolo aprendí sobre los niños desvalidos que husmean en las basuras de la estación de Atocha, sobre las mujeres que han de venderse para sobrevivir, sobre los de abajo que nada tienen más que miseria. Aprendí también un dicho que se ha quedado instalado entre mis favoritos: Bajo una mala capa puede esconderse un buen bebedor. Así fue o así pudo ser Cela, el escritor que tiene las mismas siglas que esta modesta escribiente: CJC.

Imágenes: Escultura dedicada a Camilo José Cela en Padrón, Galicia. Placa cerámica instalada en Zorita de los Canes, Guadalajara. Wikipedia.

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