Autora: Consuelo Jiménez de Cisneros.
El curso 1972-1973 fue el primero (el segundo según otras fuentes) en que se admitieron chicas en un colegio tradicionalmente masculino, como lo era el Colegio Inmaculada de los Jesuitas de Alicante, pionero por tantos conceptos, desde el cine-forum a la piscina olímpica. Yo tuve la fortuna de formar parte de este amplio grupo de jóvenes distribuidos en tres cursos: A (ciencias), B (mixto) y C (letras). El buen ambiente que reinó a lo largo del año escolar culminó con un viaje memorable que nos descubrió Europa, ese lugar en el que algunos de nosotros habitaríamos años más tarde por motivos profesionales y que ahora, en muchos casos, habitan nuestros hijos.
No podemos olvidar los nombres de los profesores (me disculpo por no saberlos todos y por centrarme en los de letras, que son los que yo conocí). Quienes nos acompañaron en aquel recorrido de aprendizaje y vivencias fueron, todos ellos, excelentes profesionales que dejaron grata memoria, empezando por nuestro tutor, el Padre José Puig Miret (S.I.), amante de la literatura y del cine, que me incorporó como monitora a las recientes Aulas de Tercera Edad nada más terminar la carrera. Sor Eulalia Ramírez Lao fue nuestra profesora de Lengua que nos inició en conceptos y análisis que luego hallaría en los primeros años de mi carrera de Filología (y que me contrató para profesora de su colegio de Josefinas). Maribel Rico fue nuestra encantadora profesora de inglés, algunos de cuyos chistes lingüísticos aún recuerdo (Conversación entre un zorro y un jaguar: How are you? I am sorry…). El sabio latinista alcoyano Padre Sempere nos impartió latín y nos hizo cantar las Eglogas de Virgilio musicadas por él mismo, de las cuales recuerdo para siempre la segunda: Tityre tu patulae recubans sub tegmine fagi, silvestrem tenui musam meditaris avena… El señor Rives, profesor de Francés, que apreciaba mis versos juveniles (y me aprobó gracias a ellos según él mismo confesó, dado que en aquel entonces yo no podía sospechar la importancia que tendría en mi futuro la lengua de Molière y no le dedicaba la atención que merecía). Había también un profesor de Derecho cuyo nombre no recuerdo que daba clases en la incipiente facultad alicantina (entonces solo CEU, aún no Universidad) y que siempre me ponía buena nota en los ejercicios porque mi padre, abogado, (q.e.p.d.) me ayudaba a concluirlos correctamente.
En fin, era una época en que la enseñanza funcionaba sin necesidad de siglas cambiantes, de burocracias demenciales, de programas absurdos, todo lo cual padecen los actuales docentes y discentes. En aquella edad de oro (que diría Cervantes) los estudiantes trabajábamos (más o menos, pero había unos mínimos) y respetábamos a los profesores. No había violencia ni «bulling», que son moneda corriente hoy en día por desgracia, y no recuerdo ni un solo incidente penoso o desagradable, si se exceptúa cierto examen de Francés en el que alguien halló la copia previamente, la distribuyó y hubo de repetirse…
Olvidemos la nostalgia y vengamos a la actualidad. En los últimos meses del año pasado ya se iniciaron las primeras actividades y reencuentros que culminaron en el evento del 4 de marzo, donde participaron un importante número de «cincuentunos». Para contactar y gestionar el encuentro se crearon dos grupos de whatsapp. En vísperas de Navidad nos reunimos los que pudimos en una comida entrañable abundante en manjares, en fotos, en recuerdos y anécdotas. Y sobre todo, en muchas sonrisas y mucha alegría, tal como reflejan las fotografías que dan cuenta de la unión y la ilusión de nuestra eximia promoción de COU del Colegio Inmaculada de Alicante, curso 72-73.
Los actos del día 4 de marzo se desarrollaron según el programa previsto: encuentro inicial de buena mañana con café, bocadillos de atún y aceitunas (los favoritos en el recuerdo) y mucha conversación. Los asistentes recibieron una acreditación con la foto juvenil de su orla para facilitar el «reconocimiento facial». A continuación tuvo lugar un acto organizado por la Asociación de Antiguos Alumnos, el motor del reencuentro, que tuvo lugar en el Salón de Actos del colegio. Allí hizo memoria de lo que era entonces la vida escolar a través de variados testimonios de internos, externos, mediopensionistas y una representante de las chicas. También se recordó a los ausentes con emotivas evocaciones, y de manera especial a José Francisco (Cacho) Ramón-Borja que estaba en la organización del evento y que falleció en vísperas de la misma.
A continuación recorrimos el colegio para ver las novedades de su aulas modernas y también recordar los antiguos y conocidos espacios. En uno de ellos, un pequeño salón de actos, se conservan en una de sus paredes los dibujos del artista Roberto Ruiz Morante ilustrados con poemas de Consuelo Jiménez de Cisneros.
Siguiendo el programa, una misa reunió a todos en la monumental capilla donde un coro acompañó con su canto y Engracia Abad leyó un poema de Consuelo Jiménez de Cisneros dedicado a Cacho Ramón-Borja.
Compartir una agradable y bien servida comida en el comedor seguida del café en la cantina fue el broche de oro de la reunión, que proseguiría después en las instalaciones del Hotel Melià para quienes tuvieron ánimos de prolongar la celebración.
Acabamos con un poema compuesto para la ocasión por nuestro compañero, Antonio Sogorb.
Es gran placer por ahora
revivir con tanto amigo
experiencias y recuerdos,
de lo que hemos compartido
en los años escolares
al abrigo de los libros.
El colegio fue la punta
de la lanza, que se clava
en el alma del recuerdo,
y que nos une en el tiempo.
Y aun transcurridos diez lustros,
se nos revive el pasado,
comentando emocionados
lo que en la memoria existe
nos mantiene ilusionados
y nos lleva a aquellos años
en los que tiernos y hermanos,
vivíamos tan felices
¡¡ Y sin haberlo notado…!!
Lejos queda ya el recuerdo
de malos ratos vividos;
inevitables olvidos
que dejaremos a un lado,
enfocando nuestra mente
hacia lo que más nos llena:
El cariño, la añoranza,
la amistad, y hasta la pena
de recordar con cariño
los que echamos a faltar
cuando iniciamos el modo,
de juntarse y celebrar,
pasados ya cincuenta años,
la efeméride gozosa
de haber sido compañeros
en tan adorables años,
y volvernos a encontrar
y no sentirnos extraños…
El placer es innegable,
no hay mas que vernos las caras
cada vez que nos juntamos,
nos hablamos o nos vemos
alrededor de una mesa
o en grupos de compadreo,
de los que las redes tienen
para disfrute mundano,
y que nosotros usamos
para mantener unido
un grupo grande de amigos,
que en persona se ven poco,
pero no quieren perderse
la ilusión de mantenerse
en contacto por un rato.
Y así tocan a rebato
cada vez que se abre el móvil
y te encuentras con trescientos
mensajes amontonados;
y a leerlos (No se diga
que les dejamos de lado…)
Y esto, queridos amigos
es ya la sal de la vida;
pues los hijos o los nietos,
los llevamos de partida
y no nos brindan recuerdos,
como los de los setenta,
de esos que ya no se encuentran…
Cuando nos picaba el alma,
la entrepierna y la ignorancia,
y fuimos con tolerancia
a recorrer esta vida
con la energía de un joven
y la ilusión de la infancia.
Descubriendo nuestra vida
nos acompañaban curas,
compañeros y maestros;
y en acabando las aulas
íbamos perdiendo huellas
de todo lo que era nuestro
y recordarlo hoy en día
es un lujo y un acierto.
No olvidéis nunca que esto,
lo que en la memoria queda,
será lo que se recuerde
cuando el cuerpo quede yerto.