Consuelo Jiménez de Cisneros.
En la literatura y la leyenda encontramos ejemplos ilustres de personajes que pactan con el diablo para conseguir sus objetivos, desde el músico Paganini, en pos de la gloria, hasta el nigromante Fausto, en pos de la juventud y el amor de Margarita. Sánchez pacta con los independentistas catalanes para conseguir la presidencia del gobierno. No es el primero. Le han precedido, a diestra y a siniestra, otros políticos que han hecho pactos similares, menos agresivos, pero también perjudiciales para la nación española. Cuando el único pacto razonable, justo y ético sería el de los dos grandes partidos más votados por los españoles.
Sé que soy la voz que clamo en el desierto. Que no estoy en las redes sociales que tantas tonterías comparten y tanto tiempo hacen perder a tanta gente. Que no escribo en los grandes medios de comunicación. Sin embargo, desde este diminuto rincón cantaranil, quiero expresar mi total desacuerdo con el pacto independentista y mi propuesta de que España sea gobernada por los dos partidos más votados, que deberían consensuarse armoniosamente y buscar el bien de todos los españoles sin privilegiar a determinadas comunidades autónomas ni a minorías perniciosas, movidas por ambiciones espúreas.
Nadie ignora que el origen del mal está en la creación de las comunidades autónomas para satisfacer, en el mejor de los casos, reivindicaciones históricas bastante discutibles que en un estado democrático deberían haberse superado; también compensaciones a quienes se creen desfavorecidos por los privilegios concedidos a otros; y finalmente (“at last but not least”) ambiciones personales ajenas a cualquier criterio moral. Un estado unitario y fuerte habría sido infinitamente más barato y más justo, incluso infinitamente más moderno. Porque las autonomías son medievales (basta ver lo de “mozos de escuadra”, expresión más propia de una novela histórica decimonónica que de una sociedad del siglo XXI), mientras que el estado unido, con libertad, igualdad y fraternidad para todos los ciudadanos sin distinguir su procedencia geográfica, se fraguó a finales del siglo XVIII y es el comienzo de la modernidad. Por desgracia, cualquier avance en ese sentido en la España de hoy es una utopía, porque ¿quién le quita la prebenda al prebendado? ¿quién recorta cargos innecesarios y beneficios excesivos?
Estamos en una situación de infinita frustración, de trágica impotencia. Los pactos independentistas serán legales, pero son inmorales. Y nada puede hacerse más que aceptar el trágala. “Lasciate omni speranza”. Pobre España, ya no camisa blanca de ninguna esperanza: trapo en venta al mejor postor.
Y en fin, acabo con estas propuestas que no se cumplirán, pero escritas quedan. Indulto sí (hay que perdonar, por un bien superior, incluso a quienes no lo merecen). Amnistía no (no se debe manipular la ley y la Constitución a beneficio de intereses particulares). Un pacto de gobierno entre los dos grandes partidos. Que eso es lo que ha votado España. Lo que han votado la gran mayoría de españoles que todavía gritan por las calles sin resignarse a lo que pasará a la Historia como la gran felonía.
Foto: Estatua del Ángel Caído en el Parque del Retiro de Madrid.