Autora: Reyes Caballero
Voy a narrar lo que viví hace un par de semanas, a mediados del mes de marzo de 2022. Después de varios días de oír las noticias de TV sobre la guerra tan cruel que Putin estaba organizando en Ucrania y sabiendo, por las experiencias anteriores, que el Presidente ruso iba a arrasar cruelmente con todo lo que tuviera a mano, pensé en hacer algo para ayudar.
Miré en internet en aquel momento y di con una asociación ucraniana que estaba muy cerca de mi casa. Yo vivo en un barrio obrero en Benalúa, Alicante. Y en un lavadero de coches en la calle Doctor Just nº 30, de lavado a mano, que conozco hace muchos años, perteneciente a un empresario ucraniano, había un punto de recogida de todo aquello que pudiera servir de ayuda. No me lo pensé y me decidí inmediatamente a vaciar mi botiquín; me acerqué y me encontré con una pequeña mujer desconsolada, Natalya, que cuando me vio cargada con kilos de medicinas, se emocionó. Como la vi sola, le dije qué horario tenía de recogida que era de doce de la mañana a cinco de la tarde, y me ofrecí al día siguiente a ayudarla; se emocionó mucho más y yo la abracé… Ella se desahogó de la tensión que tenía. Allí ya había montones de cajas y bolsas de cosas necesarias para ayudar a su país, donde tienen sus familias, sus amigos y, en definitiva, sus raíces.
Cuando salí de allí, pase por las farmacias cercanas para ver qué podían organizar y conseguir, para un centro de recogida de todo tipo de cosas que fueran necesarias, en nuestro barrio; la farmacéutica me dijo que iba a llamar al centro farmacéutico para organizar lo que estuviera en su mano de medicinas, comidas para niños, pañales, etc.
Me vine a casa y por la tarde empecé a anular mis citas en Madrid. Porque yo tenía un billete de tren para irme a Madrid de trabajo y algunos actos de cine, al día siguiente, por la tarde. Me olvidé de todo aquello y a las doce de la mañana estaba en la puerta del lavadero para ayudar; éramos allí unas cuantas personas: una mujer con sus dos hijas, otra chica y un matrimonio con un coche, que más tarde me entere que eran de un pueblo de la provincia y estaban preparando un convoy de furgonetas y camiones. Increíble la experiencia: mujeres muy mayores, ancianas, que venían con todo lo que podían, una de ellas hasta con su abrigo de pieles que ya no se ponía, sus medicinas, comida recién comprada de latas y productos no perecederos, pasaban y preguntaban qué se necesitaba… Todo tipo de personas: jóvenes, mayores, hombres, mujeres, niños… ¡algo impresionante! Una gran experiencia que no voy a olvidar.
Sobre la una de la tarde llegó un chico deportista que cuando nos vio trabajando se fue y compró bocadillos para que comiéramos todos, algo muy emocionante, me dio de beber una infusión caliente de productos naturales y me recompuse. Se puso a trabajar como todos y el equipo de gente fue maravilloso. Recogíamos las bolsas de las personas que llegaban andando como las personas más mayores con sus carritos de la compra o en coches. Seleccionábamos los productos, en diferentes cajas, por separado, para que en las fronteras estuviera todo en orden y no hubiera problemas; cuando las cajas estaban llenas, las precintamos y poníamos etiquetas en los dos idiomas del producto interno de estas. Lo más difícil de seleccionar eran las medicinas, por lo pequeñas de las cajas y el reconocimiento de qué es cada cosa. Pero en fin todo es empezar y aprender.
A mí me llego un momento sobre las cuatro de la tarde que me marché a casa, me dolía mucho la espalda de tanto levantamiento y acatamiento de mi cuerpo y la fuerza que no todos los días hago, tengo nueve hernias discales y me tuve que poner un parche de morfina en la columna cuando llegué, porque no podía aguantar el dolor, pero me recosté, me puse calor y a la mañana siguiente estaría allí otra vez.
Aquella tercera mañana fui más pronto, a las once por si estaba ya abierto y así fue. Cuando vi a aquella joven mujer, Natalya, la vi muy triste, la abracé y se puso a llorar. Las tropas rusas estaban muy cerca de su pueblo y estaba deshecha… Aquel día de trabajo fue muy duro, ya que había que quitar las grandes bolsas de ropa, mantas y sacos de dormir, de un lado a otro del garaje, para que entrara un camión y descargara palés que traían de pueblos de la provincia, y no sé cuántas bolsas cambié de lugar pero fueron cientos de kilos…
El fin de semana era la carga de todo en los camiones y furgonetas y no hacía falta que fuera, pero las noticias en mi cerebro no paraban de crearme mucho dolor de corazón.
Así día tras otro, con dolor, abrazos y emociones, comprobé en primera persona lo solidario que es mi país y cómo la gente humilde lo da todo, aunque no tenga mucho. Una gran lección que no voy a olvidar nunca. ¡¡Gracias a todos!!
Reyes Caballero, una mujer libre y comprometida con la libertad y la paz.