LOS COLORES DE LA MUERTE. TRANSHUMANISMO VERSUS ECOLOGISMO

Autor: Francisco Mas-Magro y Magro.

Me incitan a que hable de la Muerte, esa amiga. Una conocida temida, a la que se arrincona y repudia desde el principio de los tiempos.

Es evidente que la muerte es un Ángel que nos acompaña desde el nacimiento. Acompaña al bueno y pacienzudo Ángel de la Guarda, al que, por cierto, hacemos ridículo caso. Al Ángel que nos protege lo enviamos al Paraíso y al Ángel de la Muerte, lo amparamos, sin darnos cuenta, a través del miedo, con un punto de maltrato, facturándolo al vecino, ese viejecito que, al ser ya mayor, probablemente sea más digno de su protección. Y a tocar madera.

Al Ángel de la Muerte lo imaginamos demacrado y negro, aunque lo pintara de malva en aquel poema que sobre la pandemia del Covid escribiera en marzo de 2020. Así como lo aprecié de azul en otros versos:

Porque la muerte galopa veloz al infinito
ataviada de azul, como el lugar donde habitan las estrellas;
un azul que simula un mar en calma
y es silencio.

O en estos otros dedicados a mi abuelo, muerto de pena:

Penetrado en sedas lúgubres de tristeza mi abuelo se escapó
buscando la justicia inalcanzada
en el jardín de la habitación en que vivía.

La muerte lo arropaba de azules y era el cielo enredado en su pelo.

Lo abrigó de azul la muerte
y lo llevó allí donde preparan el lecho las estrellas.

La muerte vestida de luz fue blanca
en el firmamento azul del mar eterno
y me cambió al abuelo por una pena inexplicable.

Y por Dios, que del dolor le alivió ese Ángel recelado,
dejando una punzada en el tiempo de mi vida.

Me llega a la pantalla del móvil un breve artículo. Habla del proyecto “transhumanista” del prestigioso profesor Diéguez Lucena, de la Universidad de Málaga.

El transhumanismo pretende superar las limitaciones intelectuales y físicas mediante el control tecnológico. A través de la ingeniería genética humana.

Poshumano es un concepto originado en los campos de la ciencia-ficción, la futurología, las máquinas, esas “inteligencias artificiales” que con su capacidad de autonomía y decisión son el centro de un debate que alcanza cotas bioéticas. Asume un desarrollo tecnológico, – ciertamente importante- mas, al parecer, sin límites, ni retos, y que desemboca en la creación de “hiperrealidades”.

Y aquí, un concepto, antinatural en mi intuición de hombre y gerontólogo. El objetivo es la búsqueda de la inmortalidad, prolongando radicalmente la vida humana.

El profesor Diéguez Lucena, es catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia, y en su discurso se introduce en la gerontología, con temas ya superados por los propios geriatras y gerontólogos, desde hace varios decenios.

Se apoya, el artículo, en algún momento de su reflexión, en otro profesor, Dr. Soringuer Escofet, que es otro prestigioso científico – endocrinólogo- con abundante obra en el mercado.

Soringuer afirma que la Biología es un campo lleno de posibilidades y es cierto.

La cuestión es que, nuestro transhumanista, profesor Diéguez, se pregunta si el camino del transhumanismo, es decir, de la manipulación genética con el fin de prolongar la vida del hombre y prolongarla hasta la eternidad o más allá, es compatible con un futuro lleno de calamidades.

Está claro que el aumento de la esperanza de vida no corre paralelo al aumento de vida saludable. Y, entonces, se refiere a una “cuarta edad”, cuya expresión a los gerontólogos nos “chirria” un tanto, porque no sabemos qué significa, aunque sí, que representaría un importante grupo social lleno de problemas, aunque, teóricamente, no físicas.

Supongo que habría que reclasificar las edades: Personas manipulables de primera edad, de segunda edad y de tercera edad, para llegar a las de cuarta, más allá de los 140.

Es cierto que el hombre no tiene ninguna apetencia por reconocer a su Ángel de la Muerte. Como recuerdan Max Scheler o Karl Jaspers, que han reflexionado sobre la tendencia humana de no querer mirarle a la cara, lo que conduce a ese esfuerzo actual postmoderno y posthumano de suprimir la noción de muerte ya desde la conciencia de las gentes.

Olvidan los transhumanistas que la muerte es el bien más preciado de nuestra madre la Naturaleza. Ya lo dijo Pieper, en 1970: “Que la muerte y el hecho de morir es un final, o que es un tránsito; que es una calamidad o es una liberación”. Que es un hecho natural y producido por la Naturaleza, aunque contradiga el deseo innato. Sin embargo ya lo define Heidegger: “El hombre es un ser para la muerte” (Zum-Tode-Sein), y aconseja acoger en todo momento el transito final con plena libertad y conciencia.

Y, dense ustedes cuenta, siempre he escrito Naturaleza con mayúsculas. Y diré más adelante por qué. La muerte camina presente en nuestra vida, camina a nuestro lado. Yo muero lenta y progresivamente, desde el día de mi nacimiento.

Sí que es cierto que, la muerte, representa una ruptura. Con la sociedad. ¿También con los seres queridos?

Los cristianos decimos que la muerte es la puerta de nuestra libertad. Sin embargo lo que percibimos, en un mundo hedonista en el que la vida se valora sobre cualquier otro concepto, en lo material, por ejemplo, es que la muerte es algo que no debería existir y de la que no es bueno hablar. Un proceso impropio, intolerable, al que no se debe mirar a la cara.

No es la opinión de San Pablo, en su carta a los Filipenses (1,21) donde afirma: ”Para mí, la muerte es una ganancia”. Y lo dice Pablo, porque para él era volver a ese Cristo, ejemplo de hombre-para-la-muerte. Una, su muerte, trascendente y redentora.

El poeta Schiller (1830), afirmaba que, “la muerte no puede ser un mal desde el momento que es algo general para todos”, y nos volvemos hacia Piepper que dijo: “Quizás la propia muerte será para nosotros la cosa más fabulosa del mundo”.

Jorge Luis Borges, contradiciendo a los transhumanistas, afirmó: ”No tengo miedo a la muerte. He visto morir a muchas personas. Pero tengo miedo a la inmortalidad. Estoy cansado de ser Borges”.

La muerte es un evento doloroso, porque es un acto desconocido, aunque sea propio de la Naturaleza.

En conclusión, el transhumanismo quiere alargar la vida, mas no creo que pretenda inmortalizar al hombre, puesto que aunque así lo proyectara, en sí mismo sería un error antinatural. ¿Tomo la afirmación de Dieguez como una “gracia”?

La profesora Greta Rivara -Departamento de Filosofía de la UNAM, (México)- nos refiere en su trabajo: “Apropiación de la finitud: Heidegger y el ser para la muerte”, cuál debería ser la actitud personal frente a la realidad de la muerte. Dice: “Se trata de una actitud a partir de la cual podemos voltear nuestro rostro precisamente hacia la vida, puesto que la muerte, nos dice Heidegger de la manera más contundente, es un fenómeno de la vida y no su negación. Por lo tanto, se trata de asumir que la muerte es en nosotros desde que somos, mientras que no es lo que amenaza nuestra existencia, sino que, dada la finitud, aquélla se abre a lo posible”. 

Así, pues, puede ser la puerta de la verdadera inmortalidad, siguiendo la filosofía griega o cristiana. Pero, naturalmente, el pensamiento, que es plural, puede hacernos creer en la no existencia de nada más allá de la vida y, entonces, la muerte sería simplemente una caída al vacío eterno.

Esto es lo que se teme.

Ya lo decía Cicerón, “la muerte es algo terrible para aquellos para quienes con la vida se extingue todo. Pero no lo es para los que no pueden morir en la estima de los hombres”. La fama. La memoria eterna de aquellos que nos han precedido y dejado profunda huella. (Seneca, Colón, Carlos I, Shakespeare, Cervantes, Juan Ramón Jiménez, Miguel Hernández, Marañón, Negrín, Azorín, Santiago Carrillo…)

Si Dios es el creador, según el pensamiento de las grandes ideologías religiosas del mundo -cristianos, judíos o mahometanos-, podemos asimilar su figura divina con la Naturaleza. Por lo que la Naturaleza (con mayúscula) sería la esencia de Dios, creador del hombre y receptor de su alma.

Así habla Anna Arendt, distinguiendo los dos modos de inmortalidad. La inmortalidad de la vida humana y la inmortalidad del “yo” humano. La vida humana degenera hacia la muerte y lo que queda es el “yo”, que llamamos “alma” y goza de memoria, entendimiento y voluntad.

Las virtudes consolidadas durante nuestra historia terrenal -fundamentalmente las virtudes de justicia y veracidad dice O’Callagahan-, quedarían integradas en la misma Naturaleza, que es divina en su concepto, y que permite la vida eterna en plenitud de conciencia y ampliamente confundidos con la Naturaleza de Dios.

María Blasco, nuestra ilustre erudita, lo define con claridad. “Morir joven a los 140”. Es una obra que aclara la realidad de sus estudios. Para la profesora Blasco la ingeniería genética es un arma fundamental para consolidar un futuro en el que la población pueda vivir protegida de la enfermedad. Este debe ser el verdadero concepto del transhumanismo, respetando a la muerte, que es, en sí misma, un Ángel verde, por su acción ecológica.

Ilustración: Fotografía de Consuelo Jiménez de Cisneros. Cuadro «Mirando al muerto» (1918) de Guido Caprotti.

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