LEO ORTEGA, ESPECIALISTA EN LENGUAS CLÁSICAS Y COPISTA DEL MUSEO DEL PRADO

Leo Ortega (Leónides Ortega Bohada) burgalés radicado en Madrid, en curiosa consonancia con su nombre de pila, ha sido profesor de lenguas clásicas (latín y griego) en un instituto madrileño donde se jubiló recientemente. Desde hace una docena de años se dedica, como afición y pasión, que suele ser lo mismo, a la tarea de copista del Museo del Prado. Forma parte así de un grupo selecto al que solo puede pertenecer un máximo de cincuenta personas. Nuestra pinacoteca nacional, a diferencia de otras, permite esta actividad, aunque con estrictas normas.

Leo es un copista minucioso, que no tiene prisa mientras pinta, ni tampoco pretende enriquecerse por su trabajo, ya que gusta conservar la mayoría de las copias que elabora, aunque acepta encargos si surge la ocasión. Su labor ha sido reconocida en medios de prensa nacionales, como El País, que le hizo una entrevista mientras copiaba «Las Hilanderas» de Velázquez, y en diversos foros. Está muy bien valorado en su tierra natal, donde le llaman «el Velázquez burgalés» desde que se atrevió a copiar «las Hilanderas».

Hablamos con él en este verano postpandémico de sus temas favoritos: la cultura clásica y la pintura.

El Cantarano. – En estos tiempos en que parece que las asignaturas de latín y griego están en debate, ¿qué razones darías para mantenerlas en el currículo escolar?

Leo Ortega. – Todas las razones que habitualmente se aducen en este sentido: saber de las lenguas que han dado origen a la nuestra, tener conocimiento de las bases que dan origen a una gran cantidad de palabras en el ámbito de las más variadas disciplinas, localizar los modelos que han modulado la gran literatura española y europea… podrían resumirse quizá en que el currículo escolar debiera ayudar a los alumnos a que se cumpliera el conocido aforismo “llega a ser quien eres”.

Y es que todo lo que conformó la antigüedad griega y romana forma parte de nosotros mismos. Ahora bien, como sabe cualquiera que haya navegado en las turbulentas aguas de la docencia actual, los tiempos han hecho que el ámbito escolar e incluso familiar y todos los demás factores conocidos de educación hayan ido cambiando de lugar. Diríamos que la “auctoritas” que en sentido amplio tenía la escuela, familia, Iglesia, el Estado, etc. ha quedado diluida en una supuesta individualidad, y dicha individualidad es como un cántaro hueco donde las tecnologías vierten sus aguas. La aparición de “influencer”, grupos virtuales, redes y todo tipo de entes cibernéticos va ocupando poco a poco el lugar de los foros en los que tradicionalmente se educaba. Pero todo esto no es un proceso neutro, hay intereses, manipulaciones y armas poderosas de persuasión como nunca se habían conocido. En este contexto entiendo yo que hay que situar el proceso por el que las humanidades del Latín y el Griego han quedado arrinconadas y aquí es donde se pueden buscar las razones para rehabilitarlas.

El Cantarano. – ¿Hasta qué punto consideras importante que nuestros niños y jóvenes tengan conocimientos de cultura clásica?

Leo Ortega. – Todo lo que fue Grecia y Roma impregna nuestra vida actual. No es lo mismo ver las cosas como si hubieran aparecido ayer que verlas en toda su dimensión. Por poner un ejemplo; si alguien anda por una ciudad, un paraje o cualquier otro sitio, sin referencias que él asuma o entienda ni planos ni nada, sino únicamente guiado por una voz mecánica, o las indicaciones de un móvil lo que le pasa es que anda bastante perdido. En realidad, no sabe ir a ninguna parte; es llevado. Vamos que desconoce por dónde se anda.  Es un símil concreto que puede valer para ilustrar lo que sucede cuando una sociedad hace “tabula rasa” de su pasado, o denuesta el mismo como una rémora que cierra el paso a saberes que se consideran útiles y que sirvan para el dia de hoy. Si no nos damos cuenta de ello es porque el Poder de turno se encarga, entre otras cosas, de producir temas de actualidad cuya función es la de servir como pantalla de distracción o, diríamos, de capote para torear. Es como cuando un toro busca empitonar al torero, le tiran un capote al suelo y se entretiene allí. Por algo decimos “me están toreando”. Esto no es nada nuevo ya sucedía, como casi todo, en la antigüedad. Por ello es importante tener perspectiva y de esta manera “saber” realmente de lo que hablamos.

El Cantarano. – Pasando a la pintura, ¿cómo te planteaste convertirte en copista?

Leo Ortega. – Desde siempre me han llamado la atención las artes plásticas, y concretamente la pintura barroca. Hace unos años viendo otros copistas me entró el gusanillo de afrontar el reto de reproducir un original a partir del original mismo. Mi primera copia es el retrato de una dama atribuido al gran Tintoretto. Lo hice para vencer el miedo escénico, ya que, al ser una obra no muy famosa, no tendría tantos espectadores escrutando mi tarea.

El Cantarano. – ¿Cuáles son las condiciones y los límites del trabajo de copista?

Leo Ortega. – Cuando yo entré era preciso tener una carta de un profesor de Bellas artes que te avalara, hacer la solicitud, y después para poder continuar, el Museo valoraba si tus copias eran aceptables o no. Ahora piden algo parecido, aunque he oído que también solicitan un currículo e imágenes de tu obra,

En cuanto a los límites, el más llamativo es que la obra ha de tener una diferencia con el original de, al menos 5 cm, mayor o menor por cada lado, todo ello considerando que el tamaño no puede exceder por cada lado los 135 cm para no entorpecer la visibilidad del original. Además, en la copia no se puede añadir nada que no esté en el original, aunque se pueden copiar detalles de cuadros, pero sin añadir de cosecha propia. Hay cuadros que no se pueden copiar, concretamente alguno muy visitado, como las Meninas o Las majas. Otros por la situación, como es el caso de pinturas que están en lugares de paso o en zonas muy visitadas, así por ejemplo, los que están cerca de las Meninas. Lo mismo sucede cuando hay una exposición temporal. Pero la mayoría de los cuadros son por así decirlo “copiables”,

El Cantarano. – A quienes piensan que las copias no tienen mérito, ¿qué les dirías?

Leo Ortega. Que la copia siempre ha existido, no solo en el arte, también en la literatura, como método de aprendizaje. Que nuestros más grandes artistas aprendieron copiando a los maestros, hablo de artistas como Federico Madrazo o el alicantino Antonio Gisbert, quienes acabaron siendo Directores del Museo del Prado. También tuvieron su etapa de copistas Sorolla, Picasso… Y los impresionistas franceses Manet, Courbet… Por otra parte, la mayoría de la gente sí que da valor al trabajo de los copistas, y eso me consta. Es muy bonito oír comentarios apreciativos, que hasta pueden excitar tu vanidad… Aunque yo sé que a Velázquez no se le acaba de copiar nunca. Al final resulta que los más sinceros son los niños, que a veces me han corregido pequeños detalles, demostrando una enorme capacidad de observación.

Cabría además aquí traer a colación la frase que aparece el friso del Casón del Buen Retiro: TODO LO QUE NO ES TRADICIÓN ES PLAGIO. Parece contradictorio, pero solo lo es en apariencia. El mensaje que se quiere transmitir es que la verdadera originalidad no puede salir de la nada, sino que es un proceso que supone haber asimilado todo lo que se ha hecho anteriormente. Sin ello el resultado queda vacío.

El Cantarano. – ¿Podrías contarnos alguna anécdota que te haya sucedido durante alguna de tus sesiones de copia?

Leo Ortega. – Hay una que podría parecer que la he inventado para darme ínfulas, pero como es verdad no me importa contarla.

Cuando hice la copia de un cuadro del greco titulado “Retrato de caballero anciano”, como el cuadro es pequeñito, copié a modo de trampantojo el marco del cuadro para que los 5 cm. de diferencia no distorsionaran mucho el aspecto general. Es algo permitido y que con relativa frecuencia se hace en cuadros de este tipo. Bien, pues en la sala hay un espacio libre para puertas de uso interno del museo y en ese sitio dejaba el caballete con la copia para continuar al día siguiente. Cuando ya estaba bastante avanzada la copia, se me acerca la vigilante de la sala y me cuenta que había pasado bastante apuro al iniciar su jornada porque al contar los cuadros le salía uno de más, hasta que cayó en la cuenta de que el que sobraba era una copia con el marco pintado sobre un caballete.

El Cantarano. – ¿Cuántos cuadros has copiado hasta ahora y qué haces luego con ellos?

Leo Ortega. – En estos momentos tendré unos trece cuadros: cinco de Velázquez, tres de El Greco, dos de Rubens, uno de Goya… También he copiado a Tiziano, a Tintoretto, a Carlos de Haes… El formato es grande, la mayoría supera el metro de altura. Todos ellos son copias hechas in situ, con el correspondiente certificado expedido por la Oficina de Copias del museo. Los cuadros en principio los guardo en una casita de campo donde hay sitio para ellos, es mi pequeño Museo del Prado privado; a veces los he llevado a exhibiciones y alguno he vendido, aunque esa no es mi prioridad.

El Cantarano. – Además de ser copista, ¿tienes pinturas de autoría original?

Leo Ortega. – Tengo algo de producción propia pero comprometida y dispersa. También puedo ser copista fotográfico. Una buena amiga que perdió a su marido quería tener una fotografía con él, reproducida y ampliada mediante pintura al óleo, para colocarla en el salón de su casa, y se la hice. Son trabajos que dan una gran satisfacción moral porque ves que las personas se sienten felices cuando los reciben.

«Dama» de Tintoretto.
Original y copia.
Baco de «Los borrachos» de Velázquez.
«Dánae recibiendo la lluvia de oro» de Tiziano.
Retrato del bufón «el primo» (Sebastián de Morra) de Velázquez.
«Genio de la pintura». Atribuido a Velázquez, actualmente se atribuye a un pintor, probablemente florentino, del siglo XVII.
«La vendimia» de Goya.
Detalle de un perro del cuadro de Tiziano «Dánae recibiendo la lluvia de oro».

Agradecemos a Leo Ortega las fotografías de sus copias que ilustran esta entrevista.

 

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