-Autor: Francisco Mas-Magro y Magro.
…“Vengo a pedirle la mano de su hija.
La vida sigue, don Lorenzo. A Paquita y a mí
nos nació Guadalupe. Espere. Traigo en mi billetera
una fotografía de su nieta de usted…Aquí está.
¿Verdad que es preciosa, diosmio?
Y es aún mayor la belleza de su conciencia.
Deduzco que ha heredado ese ardimiento,
ese don de vivir en justicia,
esa tonalidad, ese gen suntuoso,
En la conducta de sus dos abuelos…”
Francisco Caro escribió: “Como de pólvora, se extendió por nuestro pequeño mundo la noticia de la muerte de Guadalupe Grande. Rápida, terrible”. La noticia cayó como un rayo sobre la realidad helada de la mañana: Guadalupe Grande ha muerto, repentinamente, en el Hospital Clínico de Madrid. Se marchó, llevándose el peso de su historia.
Me enamoré de su mirada larga. Ella, tan joven y reservada. Me cautivó, sí, la mirada, enigmática, imponente en su recorrido. Conocí primero su voz, amable, educada, casi solemne, a través del teléfono. Era una voz cálida.
Y, luego, ya en la presencia, sus gestos me recordaron a su madre, la poeta Francisca Aguirre. Taxativa, con el recuerdo permanente del pasado, sin renunciar al presente. Y Guadalupe, con todo el peso de una herencia y una historia que llevaba digna y sola. Y Guadalupe, en una familia desgranada pieza a pieza, como la vida exige.
«Escribir poesía o pensar el mundo en términos poéticos es tener un pie puesto en el pasado y otro en el futuro”- le dijo a Tomas Martínez respondiendo a una pregunta. «Y pensar que los códigos de circulación son solo eso, códigos de circulación; y que uno ha de inventar otras posibilidades para circular a través de la vida y de la historia, porque si no inventas esas otras posibilidades gramaticales, sintácticas y de comunicación, no nos vamos a mover nunca del lugar en el que nos han enterrado desde los pies hasta la ingle”. Finalizó la respuesta.
Esta es Guadalupe, la voz restante, la que se ha marchado, ¡tan joven!
Tu calle deshabitada, con una espesa capa de nieve. La poesía se viste de blanco en su despedida. Chamberí está de luto.
“Por la calle vacía,
derramada en la siesta y en el cielo,
con un roce de ayer suenan sus pasos
en perfecto silencio.”
Conocí, al fin, a Guadalupe en Alicante. Una hermosa mujer, seria, segura de sí misma. Su mirada, casi tímida, figuraba pronta a la complacencia de la madre, prudente y protectora. El homenaje a Paca Aguirre centraba sus gestos. Recordé aquellos versos de Félix, su padre, y me cautivó su mirada.
“…No, no la olvido. Cómo voy a olvidarla:
Es ella, es nuestra hija, la intrépida dulzura
que habrá de dirimir la potestad de su destino
entre el silencio de una tumba amada
y el estruendo de un alma en pena…”
La palabra ‘regreso’ abunda en unos cuantos de sus poemas; la memoria y la lucha en contra del olvido. Sí, Guadalupe puntualiza, “depende de lo que se olvide, pero en principio el olvido es una estafa; una estafa porque no se olvida; no es verdad, se recuerdan unas cosas y otras se olvidan, y el problema no es tanto la amnesia, que sería indiscriminada, como qué se decide recordar y qué se decide olvidar”.
Su larga historia genealógica.
Vivimos de costado
pasamos de puntillas
Gracias a dios nadie quedará para recordar
en nombre de quién
habrá de dirimirse la venganza
Cuando el tiempo se escapa sin rostro de las manos
dejando un polvo amarillo en el azogue
es menester estar atentos.
Cuando los días huyen a hurtadillas
despreciando nuestro estupor
(mientras se pudre el grano en el almiar)
es menester ser precavidos.
Cuando la vida se oculta en los rincones
y no hay perro de caza que pueda hallar su rastro
solícitos acudimos a las puertas del miedo.
El bosque de certezas ardió hace tres noches.
Y yo he venido a pregonar
la escarcha de la duda.
A mí me gusta más pensar en mi casa, por la que pasó mucha gente tanto española como latinoamericana, no tanto como un cenáculo de grandes figuras”.
Personas importantes y otras comunes y corrientes.
Ahora, es Guadalupe quien descansa. ¿Con qué silencio, con qué palabras despedirla? La tierra y el tiempo son, ya, su cuna.
“Duérmete, niña, ea,
Duerme, mi niña.
La cosecha de muertos
Crece en su viña.
¿De qué color vestiría la muerte en este lance? Quizás de blanco o de azul, acaso de rojo. Es el color de la fuerza.
La muerte se esconde en gasas para después desnudarse en dolor, esa punzada inexplicable hermana del vacío en un tiempo triste.
“Es en este tiempo incierto, intacto,
es en este instante desnudo,
sin palabras, sin nosotros, tan sólo
tendido suavemente en el olvido”.
Aunque nos acojamos férreamente a la vida, la muerte es un Ángel esperado. Es la propia Naturaleza. Mas, ¡Dios mío, que pronto lo has enviado! La muerte, a escondidas, se llevó a la poeta hiriéndonos con la pena.
(¿O se la llevó la muerte vestida de tules verdes? Que la esperanza es eterna allá en esa orilla del rio Aqueronte a donde la cruzó Carón, el barquero de Hades, con ademán impasible).
¿Cuántos escalones tuviste que subir, Lupe, para llegar a tus padres? Desde donde la barca te llevó, hasta la que será tu casa ahora.
¿Son los trescientos que pintó tu abuelo en la plenitud de su ingenio? (Lorenzo, ya ves cómo en la eternidad el tiempo es breve -tiempo de encontraros, tiempo de encontrarla, tiempo de encontrarnos. Ya puedes guardar tus pinceles).
“Mi hija y yo recorremos las calles
Con la esperanza de encontrar el mar.
Es domingo y las calles brillan quietas
En este atardecer del mes de mayo”.
La calle Alenda ha quedado desierta, solitaria, como abandonada. Y la casa está vacía.
La casa está vacía
y el aroma de una rencorosa esperanza
perfuma cada rincón
Quién nos dijo
mientras nos desperezábamos al mundo
que alguna vez hallaríamos
cobijo en este desierto.
Quién nos hizo creer, confiar,
—peor: esperar —,
que tras la puerta, bajo la taza,
en aquel cajón, tras la palabra,
en aquella piel,
nuestra herida sería curada.
Quién escarbó en nuestros corazones
y más tarde no supo qué plantar
y nos dejó este hoyo sin semilla
donde no cabe más que la esperanza.
Quién se acercó después
y nos dijo bajito,
en un instante de avaricia,
que no había rincón donde esperar.
Quién fue tan impiadoso, quién,
que nos abrió este reino sin tazas,
sin puertas ni horas mansas,
sin treguas, sin palabras con que fraguar el mundo.
Está bien, no lloremos más,
la tarde aún cae despacio.
Demos el último paseo
de esta desdichada esperanza.
¡Guadalupe Grande ha muerto! De repente madrugó la noche y ocurrió la nada. Fue en este enero de 2021, y el día 2 marca la terrible e inesperada fecha. Increíble y desoladora.
Queda un vacío inmenso y un dolor incapaz de llenarse con las palabras.
Hemos perdido a una amiga generosa, gran poeta, creadora de imágenes, luchadora, a la que ya echamos de menos desde el corazón. Desde el silencio de los libros pendientes. (Tus libros aún no escritos, Lupe). Como quien busca el mar y lo encuentra: Un mar solitario, necesitado de amparo.
En la noche fui hasta el mar para pedir socorro,
Y el mar me respondió: socorro.
Será tu poesía, como las olas de un mar apacible, olas que cantan tu eternidad. Porque el alma no muere, Lupe. Tu alma, que vive entre nosotros.
Si alguna mañana
al despertar sientes mi ausencia,
piensa que he muerto.
No busques mi voz en los cajones.
No remuevas los asientos.
No me llames
gritando mi nombre a los pasillos.
Búscame en el silencio,
en tu dolor,
en la nada que llena el infinito.
Búscame en el sol,
en el mar;
estaré en la lluvia
o, dada mi condición de distraído,
enredado entre las hojas del otoño.
Si mi ausencia te intimida, en la verdad que nadie sabe
busca
mi alma entre los libros,
allí en sus hojas escritas
viven los años en que fui carne.
Y si quieres, yo te digo:
Aunque me afirmen olvidado,
mi alma dormirá en el recuerdo
de lo que fui, ilusión finita,
en ese futuro amorosamente elaborado.
Aún te advertiremos, ya verás, paseando por las calles de Madrid; firmando textos solidarios en la plaza de Quevedo o leyendo a las gentes tus poemas.
Te veremos, porque tu eternidad está con nosotros.
Tu eternidad, Guadalupe.