Reseña de Consuelo Jiménez de Cisneros.
Reseñar este libro tan amplio, tan vario, tan único, me deja la impresión de olvidar algo, de dejar algo en el tintero. Advertimos al lector que hay mucho más de lo que aquí se describe.
Con el libro en las manos, empezamos disfrutando de su minimalista portada, que recuerda la estética japonesa. El breve apunte a sanguina, apenas sugerido, de un caballo al galope y el color marfileño del papel, que la vista del lector tanto agradece.
La contraportada recoge, apretadamente, una serie de citas sobre la poesía de Alfredo de grandes y renombrados autores tales como el novelista Ángel Palomino, el periodista José María Carrascal, el crítico literario Ángel Valbuena Prat, el profesor de la Universidad de Yale Manuel Durán Gili, el hispanista Andrew Debicki (al que se cita en inglés), nuestro Vicente Ramos y finalmente el escultor José de Creeft, autor de la escultura dedicada a Alicia en el país de las maravillas que he podido admirar en el Central Park de Nueva York. Sus palabras, las de este último, definen bellísimamente la poesía de Alfredo de la única forma en que lo sublime puede definirse, que es mediante la metáfora. Se nota que las ha escrito un escultor.
El título es un puro ejemplo de conceptismo. La primera vez que lo escuché recordé con cierta melancolía un trabajo mío inédito sobre el mundo equino en la literatura que aún duerme en algún rincón de mi ordenador, rotulado Al paso, al trote, al galope. Me emocionó la coincidencia con este título de Galope, que expresa una sensación de velocidad armoniosa, de apresuramiento festivo, de ritmo conseguido y persistente, culmen de un recorrido que va in crescendo. Esa puede ser la historia de la poesía de Alfredo.
La palabra galope proviene del alemán «ga lopen« que se podría traducir por «ir corriendo». «Galope» se me antoja un sustantivo poético donde los haya. También es el título de un conocido poema de Alberti donde las palabras, en efecto, parecen galopar: «Las tierras, las tierras, las tierras de España, / las grandes, las solas, desiertas llanuras. / Galopa, caballo cuatralbo, / jinete del pueblo, / al sol y a la luna.» Un poema al que puso música Paco Ibáñez, y todos recordamos ese paradójico estribillo de «A galopar, a galopar, hasta enterrarlos en el mar». Cito a Alberti por esta coincidencia en elegir, para simbolizar una realidad mucho más honda y relevante, la acción de un caballo que corre de ese modo sistemático y lírico con el que solo los caballos saben correr. De igual forma, Alfredo nos hace galopar por su vida a través de las estampas en verso de este libro tan singular, tan libre, tan suyo.
En su conciso y denso Preámbulo, el autor explica su libro y, conscientemente o no, lo hace en prosa poética. Podría haber convertido el preámbulo en un poema previo. El libro recoge su vida como poeta a lo largo de sus muy diversas vicisitudes humanas y profesionales, de sus múltiples viajes, experiencias y encuentros. En su Preámbulo solo hay dos citas: en la primera, establece un paralelismo con George Santayana, tan cosmopolita como él mismo en su recorrido vital, y la segunda es una alusión a la concepción orteguiana de la circunstancia que determina al sujeto.
El poeta reconoce (textualmente) «la pluralidad y amplitud temática» que refleja su propia biografía y su universo particular, «largo itinerario entre países y circunstancias». Además justifica el uso de la ironía, el sarcasmo y el exabrupto, que convive en estas páginas con la lírica más intimista y emotiva. También afirma que la ordenación de sus poemas en catorce capítulos ha sido un logro casi mágico por la variedad y disparidad de épocas y temáticas, que sin embargo, convergen en una misteriosa sintonía.
En esta «no antología» (pues el autor no la considera así) se incluyen algunos poemas inéditos que tuve el privilegio de escuchar en un recital privado que demuestra, una vez más, el inmenso amor que siente Alfredo Gómez Gil por la poesía. Ese amor se vierte cada martes final de mes en el recital que organiza, desde hace al menos quince años, en el Casino de Madrid. Un recital estrictamente poético, que reúne a un selecto grupo de aficionados al verso para escuchar poesía, y a veces debatir sobre ella. No son frecuentes esta clase de tertulias donde se da la voz generosamente a poetas de diferentes generaciones, estilos e incluso nacionalidades (he asistido a un recital bilingüe español-japonés). Esto supone un esfuerzo continuado en el tiempo, y su permanencia y éxito solo se explican por ese amor a la poesía que es lo que sostiene estos eventos. No se trata de un grupo de poetas que se escuchan los unos a los otros, insisto: sino de una apertura, ecuménica, diría yo, a la poesía, donde algunos alicantinos como el doctor Mas Magro, Carmen Amérigo y yo misma hemos tenido oportunidad de intervenir.
Son muchas las personalidades que Alfredo ha conocido a lo largo de su vida. En la entrevista que le hice para El Cantarano en abril de 2021 publicamos fotos suyas con Dalí y con Norman Mailer. Pero me ha llamado la atención que esta recopilación cuasi definitiva de su poesía no se la dedica a un artista o a un escritor, sino a un científico, al doctor Santiago Grisolía, «con inmensa admiración, respeto y gratitud». Aplaudo este reconocimiento a un científico, recientemente fallecido en este año 2022 quw acaba; me siento honrada por los dos científicos que hay en mi familia: mi abuelo paterno, Daniel Jiménez de Cisneros, y mi hijo menor, Joaquín Prada Jiménez de Cisneros. Para mí todo está conectado y la ciencia tiene mucho de poesía como la poesía se sustenta en esa invisible pero eficaz estructura de técnica y retórica sin la cual no es poesía.
Hay muchas poéticas en la poesía de Alfredo. Un rápido repaso por este libro nos permite comprobarlo.
El primer capítulo, «Polizón en mi barco», nos hace saltar desde 1959 hasta 1983, aunque no haya un orden cronológico estricto. Hay un, solo aparente desorden, pero estoy convencida de que el poeta sabe por qué comienza su recorrido en Tokio en 1970 y lo concluye en Pekín en 1983, pasando por Sidney, California, Alejandría, y también por Castellón y Alicante. Porque el poeta no olvida sus raíces, es nuestro alicantino más universal. Y así se observa en su poema dedicado a Alicante, firmado en 1968.
El segundo capítulo, «Marítimas y aéreas», sigue recorriendo diversos lugares donde el poeta habla en primera persona dirigiéndose a menudo a un tú, a una segunda persona, en un apóstrofe lírico que es una característica muy frecuente en sus versos. Hay también un extraordinario recorrido temporal, y encontramos poemas fechados en 2010, en 2018, en 1956, en 1976. Es increíble cómo puede resultar un conjunto armonico de esta disparidad temporal. Pero este es el milagro que sucede a lo largo de las distintas partes del libro. Aquí, el mar es un hilo conductor que se alza como centro de la despedida: «Irme mirando al mar … mirando al mar desbordaré en océano / el último suspiro».
El siguiente capítulo, «El recuerdo» recoge una serie de poemas dedicados a diferentes personajes de la vida pública y literaria, desde Alfonso de Borbón y Dampierre a Luis Aguilé o Antonio Machín o el poeta chino Ai Qing. Si Machado, Antonio, dedicó versos a grandes personajes de su tiempo en los Elogios de su libro Campos de Castilla, Alfredo lo hace aquí. Admirar y estimar la obra ajena es propio de almas grandes; lo contrario, la envidia y la miseria moral, se queda para las almas pequeñas.
Alfredo, en estos poemas demuestra su talla moral y literaria. Compartimos, en lo literario, a dos personajes de la vida alicantina de la segunda mitad del siglo XX: Ángel Caffarena, que nos editó sendos poemarios, y Vicente Ramos, que nos prologó poemarios y al que Alfredo dedica unos versos henchidos de agradecimiento. Autores tan dispares como Gloria Fuertes o Buero Vallejo, artistas como Antoni Miró, Santiago de Santiago o la estadounidense Lorrie Goulet, pintora, escultora y escritora, (pareja del escultor José de Creeft) completan esta sección, que demuestra la relación especialísima que Alfredo ha tenido con grandes artistas, destacadamente el alemán Schlotter, que ha ilustrado algunos de sus libros. No puedo dejar de destacar el hermoso poema dedicado a Joaquín Ruiz Giménez, que está puesto en boca de un niño que habla con su abuelo: el poeta contó en su presentación la historia de esta nana tan especial que improvisó a requerimiento del propio Ruiz Giménez.
«Ejemplaridad» es la siguiente y brevísima sección compuesta por tres poemas: el primero es el «Llanto por seguidillas dedicado a la muerte del torero Rafael «El Gallo», en la mejor tradición de nuestra poesía elegíaca española que va de Jorge Manrique a Miguel Hernández, pasando por García Lorca, quien también canta a un torero, Ignacio Sánchez Mejías. En esta época pacata, donde se cuestiona el arte del toreo, que, guste o no, es medular en nuestra cultura, tenemos aquí a un poeta capaz de escribir una elegía a un torero con elegancia, ritmo y originalidad. A la elegía le siguen el poema en memoria del jesuita que fuera cura obrero, Padre Llanos, y la confesión de Dolores (Ibarruri, la Pasionaria).
El capítulo «Creencias» empieza con un canto a la navidad y contiene otro al ramadán, pero yo me quedo con el «Villancico del marine 1998», datado en Washington en esa misma fecha, para que podamos descubrir otra de las múltiples facetas poéticas de Alfredo: la crítica, la ironía, el sarcasmo terrible aplicado de forma casi simultánea, a dos acontecimientos separados por un siglo de distancia pero unidos en su esencia. Enlaza dos historias trágicas separadas por un siglo de distancia: la guerra de Bagdag de 1998, un error, hoy ya histórico, de intervencionismo que destrozó a un país, y el desastre del 98 (de 1898), con la pérdida de las últimas colonias españolas en América que desembocaría en un caos de violencia aún no resuelta.
«Prohibiciones», que también abarca versos escritos en los años cincuenta y otros tan recientes como del 2020, contiene un poema titulado «Prohibición», que evoca los tiempos de la guerra de Vietnam donde tantos americanos muerieron inútilmente.
Toda la vida se han escrito versos festivos satirizando a las figuras públicas, y Alfredo nos da una muestra de este género en sus poemas dedicados a Santiago Carrillo o a Pedro el turista que es como se refiere a nuestro actual presidente del gobierno, por sus múltiples y a veces polémicos viajes. Son poemas que quizá no gusten a todos, pero recordemos que el poeta, como el bufón, goza del privilegio de reírse de quien quiera.
Versos festivos son también, en otra línea, los recogidos bajo el epígrafe «Simpático cachondeo», que van desde los años cincuenta a los setenta, rememorando experiencias juveniles del poeta con la tuna.
Siguen a estos capítulos los poemas satíricos de «Eliminables», los sentimentales de «Amoroso repicar», los críticos y satíricos recogidos en «Legitimidad y derecho» y en «Turismo». Hasta llegar al último capítulo, «Shakespeare en España».
Hemos visto que la poesía ha acompañado a Alfredo a lo largo de su vida, pero no solo como poeta, sino también como introductor de poetas, como embajador de la poesía, y por supuesto como traductor inmenso de los sonetos de Shakespeare al español, que él adapta a su propio universo poético. Solo un poeta puede traducir debidamente a otro poeta. Y de esas personalísimas versiones encontramos unos ejemplos en este último capítulo.
En fin, si tuviera que recomendar este libro diría que no es un libro de poesía al uso ni un poemario, sino una multiplicidad de pequeños poemarios con grandes poemas con los que el lector va a sorprenderse y admirarse.
No puedo acabar sin recordar que Alfredo Gómez Gil me regaló poemas inéditos suyos que fueron publicados durante los primeros meses de andadura de mi revista digital El Cantarano. Tampoco puedo dejar de mencionar el recital de poesía con que nos regaló Alfredo en la Sede Universitaria el año pasado, cuando el fin de la pandemia permitió reanudar la vida social y cultural. Nunca olvidaré cómo me expresó su deseo de leer sus versos en Alicante, en su casa, donde tenemos ya tantos recuerdos compartidos.
Y voy a terminar esta, ya larga reseña, con uno de esos recuerdos. En mayo de 1974, en la revista del Instituto de Estudios Alicantinos, Francisco Carenas escribía un largo artículo de crítica literaria titulado El mundo poético de Alfredo Gómez Gil: porque él era un poeta joven, pero ya consagrado; en ese mismo número yo empezaba a publicar mis versos, cumplía ese mes 18 años, y publicaba, en la sección de Textos, Siete poemas.
Alfredo Gómez Gil, Galope. Editorial Manuscritos. Aranjuez, Madrid, 2022.