ENTREGA DE PREMIOS LITERARIOS EN COLMENAR DE OREJA (MADRID)

Redacción de El Cantarano.

La directora y editora de El Cantarano, Consuelo Jiménez de Cisneros, obtiene el tercer premio en la primera convocatoria del concurso de Relato Corto sobre el vino promovido por Bodegas Peral de Colmenar de Oreja (Madrid). La narración premiada lleva por título El triunfo de Baco y describe una situación imaginaria, pero verosímil, en la cual Velázquez pide ayuda a Góngora para componer un cuadro que el rey le ha encargado sobre el vino. La editora Charo Fierro destacó en su intervención que este relato atrae el interés por volver a ver el cuadro de Velázquez, más conocido como «Los borrachos», que se describe pormenorizadamente en el relato.

Los otros trabajos premiados fueron los siguientes: el primer premio se concedió a VID & CO de Rosa M. Berlanga que narra una historia de amor ambientada en la Covid y relacionada con el universo vinícola. El segundo premio fue para Samir, de Juan González Repiso, que presenta una original propuesta de repaso erudito por la historia del vino a través de un maestro musulmán y su discípulo. El accésit recayó en Alfilerillo, de Jesús Valbuena Blanco que nos regala una emotiva historia de recuerdos de un niño y su abuelo en un pueblo de viñas y bodegas.

El acto de entrega de premios tuvo lugar el sábado 19 de febrero a las 12 horas en las instalaciones de la bodega de la que, previamente, se hizo una visita guiada. Tras las intervenciones de los organizadores del evento, hablaron los miembros del Jurado y la editora, Charo Fierro, finalizando con sus palabras el dueño de la bodega, Jesús Peral. Los premiados recibieron lotes de botellas de vino, una reproducción de una tinaja y varios ejemplares del libro que recoge los trabajos galardonados, editado por Huerga y Fierro con el patrocinio de Bodegas Peral. Para concluir se ofreció una degustación de vinos y tapas.

Los convocantes anunciaron que ya está abierta la segunda convocatoria del concurso, cuyas bases pueden verse en BASES 2º CONCURSO – Bodegas Peral.pdf

Con el permiso de los editores, adjuntamos el relato premiado de Consuelo Jiménez de Cisneros tomado del libro publicado por Huerga y Fierro (Madrid, 2022) con el título I Concurso Literario Bodegas Peral de Relato Corto.

EL TRIUNFO DE BACO

Consuelo Jiménez de Cisneros

Aquella mañana de invierno de 1629, Diego Velázquez, el joven pintor de cámara del rey, se levantó inquieto. No había podido dormir pensando en cómo cumpliría el nuevo encargo del rey, que quería un cuadro que exaltara los placeres del vino. Pero no un bodegón ni tampoco una escena costumbrista cualquiera, de las que él ya había pintado en Sevilla, sino un cuadro mitológico. Y él nunca había pintado antes un cuadro mitológico. Sabía que estaban de moda, pero no le interesaban. Se sentía muy alejado de las criaturas mitológicas y mucho más cercano a los seres humanos que veía por la corte, desde las infantas y los príncipes hasta los bufones y los enanos.

Lo cierto es que no tenía idea de cómo plantear el cuadro, y el tiempo corría. Sabía que el rey querría tenerlo acabado para el comienzo del verano. Entonces se acordó de aquel poeta adusto al que él había retratado hacía ya unos años, al poco tiempo de llegar a Madrid: el cordobés Luis de Góngora. Diego no estaba seguro de que lo recibiera, pues hacía tiempo que no se encontraban, pero Góngora tenía fama de ser hombre muy culto, que conocía perfectamente la mitología, como mostraba en su poesía, y quizá le podría ayudar. Además Diego sabía que amaba la pintura porque había escrito un poema titulado «De las pinturas y relicarios de una galería» donde loaba cuadros del Greco. Así que decidió visitarlo.

Tuvo la suerte de que el poeta le recibiera de inmediato. Resultó que la admiración era mutua, que Góngora apreciaba sus cuadros, lo cual llenó a Diego de satisfacción, porque sabía que aquella opinión era sincera y desinteresada. El escritor escuchó con atención la propuesta del rey y dijo al artista:

-Me parece muy bien el encargo del rey. El vino es uno de los placeres que el hombre puede permitirse a lo largo de toda su vida. No puede decirse lo mismo de otros…

Sonrió picarescamente.

-Y no es solo placer. El vino puede ser medicina, como bien se explica en el Lazarillo de Tormes, ilustre novela que dicen que es anónima pero yo sospecho quién pudo escribirla… Recordad cuando el ciego le dice a Lázaro que el vino es lo que le va a sanar, mientras le cura con vino las heridas que él mismo le había provocado.

Hizo una pausa y prosiguió:

-Nuestra historia literaria comienza con un loor al vino. El primer poeta en castellano de nombre conocido, Gonzalo de Berceo, pedía por paga «un vaso de bon vino»… Claro que Berceo vivía en tierra de vinos. ¿Y qué es el vino? Un manjar líquido. Su elaboración es tan natural, que basta con dejar el mosto en reposo y el tiempo se encarga de convertirlo en vino… El milagro de Cristo en las famosas bodas de Canaan debió de ser acelerar y abreviar el tiempo…

El artista le escuchaba con atención, pero no veía que sus comentarios le pudieran sugerir nada para su cuadro. Como si leyera sus pensamientos, el poeta añadió:

-Mucho hay que saber para hacer un poco. Todo lo que vuesa merced aprenda sobre el vino y sobre la mitología le vendrá bien para su cuadro. ¿Qué tamaño ha de tener?

-Un metro y medio largo de alto y algo más de dos metros de ancho…

-En ese espacio caben muchos personajes… No pintéis solo al dios Baco. Rodeadlo de una pequeña corte…

-¿De dioses?

-No: de seres humanos. Se trata de exaltar el vino… Pues bien, yo colocaría en el centro a un hombre feliz bebiendo su taza de vino, y a su lado al dios Baco. En vino, si es de buena calidad y se bebe de forma moderada, sin duda proporciona felicidad y bienestar.

Diego sonrió.

-Me gusta la idea. Es original: pintar al bebedor y al dios a la misma altura, como si fueran dos seres iguales, unidos por el amor al vino…

-Claro que sí. Pero el espectador debe distinguir quién es el dios. Corre de vuestra cuenta que eso sea posible.

-Es fácil. Los dioses no van vestidos como los seres humanos. Llevan túnicas o van desnudos, mientras que el bebedor y sus amigos irán vestidos con ropas corrientes.

-Todo eso me parece bien. Por cierto, ¿conocéis mis versos titulados Soledades, donde menciono de manera retórica al garzón de Ida, el copero de Júpiter, el que le servía el vino? Llevan ya muchos años corriendo por los mentideros, desde 1613 en que lo publiqué…

Diego reconoció con algo de apuro que no los conocía.

-En su momento causaron cierto revuelo, porque la gente no los entendía… No todos están preparados para apreciar la poesía culta. Escuchad: «cuando el que ministrar podía la copa / a Júpiter mejor que el garzón de Ida, / náufrago y desdeñado sobre ausente…» Sabréis que el garzón de Ida no es otro sino el hermoso Ganímedes, un príncipe troyano del que Júpiter se enamoró y lo raptó, transformado en águila, para convertirlo en su copero y amante. Os cuento la historia porque veo que todavía sois lego en mitología, mas, si queréis estar al día y complacer al rey, os aconsejo que os dediquéis al ameno estudio de la mitología grecorromana. Os recomiendo el libro Metamorfosis, de Ovidio, donde encontraréis muchas historias que quizá os puedan servir de inspiración.

-Agradezco mucho vuestras sugerencias don Luis. Sé cuánto me queda por aprender.

-La humildad es la primera virtud del sabio y vos la tenéis. Ahora, centraos en vuestro cuadro, mi querido don Diego. Pensad en dos objetos fundamentales: la copa de cristal y la taza de vino. Recordad: la copa, la portan los dioses; la taza, los hombres. Esos objetos que son los sagrados recipientes del vino, sagrados, sí, porque la religión ha transformado la taza en divino cáliz, han de ser el centro de vuestro cuadro.

-Mil gracias, don Luis. Tendré en cuenta todo cuanto me habéis dicho y os mostraré el cuadro cuando lo termine. Seréis el primero en verlo. Antes incluso que el rey nuestro señor.

-Será un honor, don Diego.

Y Diego, en efecto, se puso a diseñar su cuadro. Y como quería corresponder a la amabilidad del poeta, decidió que incluiría un poeta anónimo, puesto de espaldas, al que no se le viera la cara. Un poeta a quien el dios Baco distinguiría con una corona de laurel. Estaba seguro de que el gran Góngora, con su agudeza, reconocería aquel oculto homenaje a la poesía escondido en su cuadro.

Los pámpanos y las hojas de vid propios de la uva, la fruta madre de todos los vinos, recaerían sobre otros personajes. En primer lugar, sobre el propio Baco, pero también sobre el «garzón de Ida» del que hablaba el poeta, el bellísimo joven Ganímedes. Lo representaría con su alta copa cristalina en la mano en cuyo interior vibrarían las doradas coloraciones del vino blanco. Lo pintaría en la forma de un hermoso mancebo coronado de hojas de vid que a su vez coronaría al dios con una solemne rama de pámpanos. Disfrutaba pensando en las claves ocultas de su cuadro y en la forma en que los espectadores lo verían.

¿Qué colores emplearía? El rojizo del vino tinto y rosado sería la vestidura principal del dios, tapando sus partes pudendas, previamente cubiertas con un lienzo blanco. El amarillo del vino blanco y clarete aparecería en un tono intenso, casi mostaza, en la vestimenta del poeta arrodillado frente a Baco.

¿Cómo colocar los personajes? En la parte izquierda, la de los dioses, bastaría con Ganímedes, otro joven también coronado de pampanos que deliberadamente no quería mostrar para dar un toque de misterio a la escena, y, como protagonista principal, el dios Baco. En la derecha, la de los hombres, colocaría a la misma altura de Baco a un hombre de mediana edad de alegre sonrisa con su taza de vino en la mano. Como no quería coronarlo como a los dioses y a los poetas, decidió ponerle un amplio sombrero de alas que cubriera su cabeza. A su alrededor, cuatro individuos de diferentes edades para mostrar cómo el vino acompaña al hombre a lo largo de toda su vida, tal como había recordado jocosamente el poeta Góngora. Y en primer término, junto al poeta arrodillado, pondría a un hombre anciano con el pelo blanco, envuelto en su capa parda típica del labrador castellano. Detrás, estarían el resto de personajes con distintos gestos y expresiones…

En el mes de julio de ese mismo año, con un ligero retraso, el cuadro estaba concluido. Cumpliendo con su palabra, Góngora fue quien lo vio primero y le dio su aprobación. Al rey le pareció bien y ordenó pagar cien ducados a Velázquez «por cuenta de una pintura de Baco».

A partir de ese cuadro, Velázquez se interesaría por la mitología y pintaría más adelante la «Fábula de Aracne» también llamado «Las hilanderas», al igual que «El triunfo de Baco» se conoce popularmente como «Los borrachos».

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