Reseña de Consuelo Jiménez de Cisneros.
Si hay un libro de poesía cuyo título sea explícito, sería este. El tiempo ha aquilatado y puesto en su lugar la obra poética, intensa y extensa, de Juan Ramón Torregrosa. El punto de originalidad lo da ese recorrido al revés, hacia el pasado, que culmina en el histórico año de 1975, cuando murió Franco y Juan Ramón publicó su primer poemario, El estanque triangular, premiado por el Instituto de Estudios Alicantinos, y yo también publiqué mi primer poemario, El canto alucinado, premiado en unos Juegos Florales y editado por Ángel Caffarena. Juan Ramón y yo hemos transitado, cada uno por nuestro sendero, en cierto modo paralelo en lo literario y lo profesional, hasta el día de hoy. Recientemente coincidimos en los Encuentros de poesía de la Fundación Miguel Hernández de Orihuela, compartimos mesas redondas, antologías y recitales poéticos.
Es Juan Ramón un autor sólido, un poeta consagrado, que no solo escribe poesía, sino también narrativa (en la entrada anterior reseñamos su primera novela, Céfiro y Nube). Además ha hecho ediciones didácticas, obras de teatro y antologías poéticas respondiendo a su vocación docente y de investigación literaria. En la solapa de este libro se cita su biobibliografía. El libro va prologado por el profesor y también poeta Ángel Luis Prieto de Paula, que hace un detallado estudio de las cuatro décadas de poesía recogidas en la edición bajo el sugestivo título de «Los frutos del silencio y la virtud de la escucha».
Las referencias culturales del autor llaman la atención desde las dos citas previas, una de Thomas Mann y otra del evangelista San Lucas, que justifica la alusión a la semilla del título general. La selección empieza con uno de sus últimos títulos, publicado en 2013: Cancela insomne. Y el primer subtítulo, «Quien conmigo va», nos conduce a la poesía medieval del Romancero: «yo no digo mi canción / sino a quien conmigo va» (Romance del Infante Arnaldos), y nos hace pensar que el poeta busca una evidente complicidad del lector, sabe que no escribe para todos, sino para esa inmensa minoría juanramoniana.
En esta época en que el cultivo de la poesía se ha expandido, y por tanto vulgarizado, como si fuera una droga al alcance de cualquiera («de poetas y de locos todos tenemos un poco…« ), es muy de agradecer encontrar poesía de calidad, bien escrita, bien compuesta. Poesía que transmite y emociona. Poesía que sugiere y recuerda y nos lleva de un poema a otro poema, mediante referencias e intertextualidades. Muchas veces la autobiografía lírica se escapa por las costuras de los versos y vemos al niño fuera de casa, al alumno que sabe más que los demás y se calla por no ser descubierto, al que soporta el acoso de la inconsciencia y la pequeña maldad cotidiana de los otros (el infierno, según Sartre). Y vemos su geografía mediterránea de mar y de noches de verano, del primer amor que se alimenta solo de la mirada. Es curioso que su poesía más reciente sea la que más se remonta al pasado. Una cita de Bergamín sobre la infancia y la vejez subrayan este acercamiento de las etapas más distantes, pero no tan distintas, de la vida. Si Rilke afirma (y Juan Ramón así lo recoge) que la patria del hombre es la infancia, él añade a esa patria los libros. Otra pasión compartida.
El segundo poemario seleccionado da un pequeño salto hacia atrás en el tiempo: La soledad siguiendo es de 2008. El título, una vez más, nos lleva a la poesía clásica española. Se trata de un verso que pertenece a Garcilaso de la Vega, el gran poeta cantor del amor y la amistad a quien solo la amistad salvó sus versos. Y este es un poemario de amor. Amor trenzado de experiencias, de deseos, de evocaciones. Dos preciosos sonetos heptasílabos cierran la primera parte. Qué maravilla deslizarse por esos versos sin topar nada que obstruya, sabiendo que todas las sílabas van a fluir con la perfección de una música bien concertada. Esto solo lo pueden lograr los poetas que en verdad merecen ese nombre.
Lo anterior no significa que Juan Ramón únicamente cultive el metro clásico. Por el contrario, su enorme versatilidad métrica demuestra su consumado oficio de poeta. Poeta que en ocasiones recuerda a su tocayo, el Juan Ramón Jiménez más puro, como sucede en la tercera parte de este poemario donde el amor y el mar se dan la mano.
Y pasamos a la tercera selección poética: Sombras del olvido, de 2003. Nos adentramos en su tierra natal con el primer poema, «Amanecer en las salinas». El tiempo, la amistad, la tierra, la memoria, la infancia… llenan de luz los versos de Juan Ramón.
El cuarto poemario seleccionado, Sol de siesta (1996), con esta sinestesia mironiana nos traslada al siglo anterior, tan lejos y tan cerca. Y volvemos al mar, «siempre recomenzado» como dijera el poeta francés. Y volvemos también a la infancia, al colegio y las tardes de domingo. Hay homenajes literarios como el que aúna a Garcilaso y Azorín, «La mano en la mejilla», o el que nos retrotrae a Machado (Antonio) «De una España reciente», o como el dedicado a glosar a Fray Luis de León: «Un sueño sosegado». Hay, no lo vamos a negar, poemas para exquisitos, para catadores de versos que los sepan apreciar como los connoisseurs aprecian un buen vino.
La siguiente selección de poemas, Paréntesis, abarca de 1995 a 1975. Veinte años definitivos en la construcción del poeta y de la persona, cuando se pasa de la juventud a la madurez en todos los órdenes. Es una breve selección que nos acerca a la última estancia poética del autor, su primer poemario ya mencionado El estanque triangular escrito en 1972 pero publicado en 1975. Este poemario tiene el aroma del poeta joven que busca su voz en el verso corto, donde se mezclan en excitante combinado la crítica social, el erotismo, la reflexión filosófica, en un discurso lírico que utiliza como soporte retórico la anáfora, el contraste, el juego de palabras.
Pero el libro no acaba aquí, porque el poeta cierra el círculo con su Retrato con espejos de 2013, precedido de los primeros versos de la Divina Comedia. No es una cita al azar, sino que, una vez más, se justifica en los versos. El poeta se plantea su identidad «antes que el tiempo muera entre mis brazos». Y traza una biografía lírica repleta de referencias literarias que le han acompañado, nos han acompañado a cuantos amamos la palabra escrita. Finalmente, un Apéndice recoge prólogos y críticas a sus poemarios.
El tiempo y la semilla. Antología poética 2013-1975 de Juan Ramón Torregrosa. EDA, Málaga, 2022.