Reseña de Consuelo Jiménez de Cisneros.
Josean me ofrece su primer libro con la ilusión de un padre primerizo. Es un precioso ensayo editado en un reducido tamaño de bolsillo que hace cierto el dicho de que el buen perfume se vende en frasco pequeño. Porque este librito contiene la reflexión de un arquitecto que además es un artista (parece una obviedad recordar que la arquitectura es arte y no solo técnica y matemática). No hará falta recordar que el tiempo aparece como tema relevante en la literatura (Proust, Azorín, Machado, Borges, citado por el prologuista y sobre el cual escribí años ha un artículo analizando una faceta de su concepto del tiempo: El ancho tiempo musulmán de Jorge Luis Borges1…) y en la filosofía. Adquiere aquí un matiz nuevo al enfocarse desde un punto de vista, para mí, inédito: el tiempo en la arquitectura. Las citas que ofrece el autor son testimonio de esta pluralidad de perspectivas desde las cuales abordar la materia temporal: Aristóteles, Hegel, Robbe-Grillet, Umberto Eco, Hitchcock… alternan con arquitectos como Moneo, especialistas en arte como Gideon y muchos más.
El autor ha sentido pasión por la arquitectura desde su infancia, cuando a los once años, contemplando la ciudad de Brasilia, le preguntó a su padre qué había que estudiar para construir edificios. De su más que notable currículo, destacaríamos su Doctorado en Arquitectura con Premio Extraordinario en la Universidad Politécnica de Madrid, su etapa neoyorquina en la Universidad de Columbia o su periodo como Director de la Fundación Norman Foster entre otros logros. Sin duda el mayor es haber conseguido hacer de su pasión una profesión y un medio de vida, y el poder disfrutar en primera persona de sus realizaciones y logros, compartiéndolos con quienes comparten su tiempo y sus afectos. Por poner un ejemplo, ha logrado la magia de transformar un local inmundo en un loft admirable, donde la claridad se cuela desde el techo acristalado y los espacios se abren a paredes-biblioteca e imaginativas soluciones de almacenamiento de lo cotidiano.
Su libro va precedido de un Prólogo del prestigioso arquitecto Luis Fernández-Galiano que nos adentra en la personalidad más íntima y familiar del autor. El cual puede sentir la felicidad de quien ha cumplido con el antiguo precepto de plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro. Libro diseñado a la vieja usanza, perfectamente estructurado en tres partes con una Introducción y un Epílogo. De la introducción del autor resaltaría sus entrañables recuerdos escolares de infancia que serían el punto de partida de sus indagaciones. Además nos hacen ver que estamos frente a un ensayo en el más puro sentido del término: una escritura reflexiva totalmente personal, que solo puede ser escrita por este autor concreto. Quedémonos con la última y preciosa frase: que un libro es una máquina del tiempo, puesto que puede leerse en un futuro lejano, mucho después de que el autor ya no esté. Me identifico con ese concepto que relaciono con el non omnis moriar: la escritura es la forma más accesible a la inmortalidad.
El criterio de exposición es cronológico. La primera parte trata el concepto del tiempo en los tratados clásicos; la segunda, la nueva conciencia temporal del siglo XX; y la tercera y sin duda más novedosa, se titula «la cuestión del tiempo en la arquitectura». En su tercera parte, el autor aborda el cambio revolucionario que supuso pasar del papel a lo digital. Esta tercera parte acaba con un extenso capítulo de Redefiniciones donde el autor desarrolla 25 términos, muchos de ellos palabras compuestas y neologismos –cronopaisaje, espacio-tiempo…), que explicarían las nuevas perspectivas de la actualidad. Pero en su Epílogo el autor asegura que todavía lo digital no ha sustituido completamente a lo analógico, sino que coexiste con ello. La mayoría de los arquitectos actuales siguen dibujando a mano, aunque luego presenten sus proyectos a través del ordenador y con la ayuda de herramientas informáticas. Esto es un consuelo para quienes todavía creemos que la máquina no puede sustituir al ser humano y que debe estarle subordinada.
No vamos a glosar con mayor detalle un libro que se lee con placer porque está escrito con esa virtud de la claridad que Ortega definió como «la cortesía del filósofo». Además lo adornan ilustraciones diversas de monumentos, planos, esculturas, diseños, cartografía y otras curiosidades. Las referencias al arte, el cine, la filosofía, la literatura… son constantes. Para una persona profana en arquitectura, el texto resulta más accesible al encontrar conceptos de esas otras materias tan relacionadas con lo arquitectónico y lo que pretende el autor es precisamente expresar esas relaciones.
Acabaré con una anécdota personal. Afirma el autor que la memoria nos obliga a conservar incluso aquello que se destruye, que acaba reconstruyéndose. Aunque no siempre ni en todas partes. Recuerdo aquellas ruinas de cierta ciudad alemana que visité en mi adolescencia donde habían decidido dejarlas como estaban, precisamente en memoria de lo sucedido.
Josean Ruiz Esquíroz, El tiempo como materia activa. Ediciones Asimétricas. Madrid, 2021.
1 En la revista Aljamía nº 22. Consejería de Educación de la Embajada de España en Marruecos. Rabat, 2011. file:///C:/Users/usuario/Downloads/15208_19%20(1).pdf