DIETARIO SALVAJE de Miguel A. Moreta-Lara

Reseña de Consuelo Jiménez de Cisneros.

Tenemos el privilegio de contar con una referencia esencial de primera mano, escrita por el autor, para aproximarnos a este poemario-río donde la prosa se hace verso y la enumeración pasa de ser figura retórica a transformarse en vehículo lírico. El autor nos dice que su libro «recoge poemas y textos de muy distintas épocas, que lo armé durante la pandemia y que es el pago de una vieja deuda de amor.»

Veamos lo que nos comparte el poeta. Estamos en una época de la vida en la que ya hemos acumulado mucho y, de vez en cuando, buceamos en ese acervo y encontramos un brillo casi olvidado que nos atrapa y rescatamos la frase, el verso, la idea o la intención. En cuanto a la pandemia, es evidente que, como cualquier encierro impuesto, da para la reflexión, construye una parada obligada en nuestras aceleradas vidas y acaba produciendo frutos literarios y artísticos. La pandemia fue el motor de obras clásicas universales como el Decamerón o el Heptamerón. Quien firma estas líneas leyó en Orihuela, la tierra del poeta Hernánez, un minipoemario inédito escrito durante el confinamiento y envió otro a la editorial ilicitana Frutos del Tiempo (ambos aparecerán editados en plaquetas durante el ansiado 2022). Un poeta produce versos en cualquier situación, pero más aun en aquella que le mueve a una reflexión forzosa sobre la vida y sus declinaciones. Finalmente, quién no querría pagar con versos las deudas de amor.

El libro, hermoso libro de tapa dura en color verde esperanza, está editado por la Fundación Jorge Guillén de Valladolid, lugar unido a la formación académica del autor, que estudió en su histórica universidad. Es el número 86 de la colección Cortalaire y acaba de aparecer en este otoño de 2021. Va dedicado escuetamente «A Julia» y se inicia con una Invocatio (cómo nos gusta el latín y el que se mantengan las tradiciones humanísticas) dirigida al Sol en forma de recitación casi oracional, en el ámbito de una religión múltiple y pagana, haciendo gala de una extraordinaria riqueza léxica imaginativa. Si la expresión de «somos enanos a hombros de gigantes» se aplica a la ciencia, aquí también cabe aplicarla al verso. El autor nos cita en nota final, los poetas que le insiraron, desde el apóstrofe de Espronceda, de raíces bíblicas: «Para y óyeme, oh Sol, yo te saludo, / y extático ante ti me atrevo a hablarte…» hasta los soles de Rimbaud, Neruda, Alberti…

El segundo capítulo se titula La balsa de la medusa. Una referencia, esta vez al arte, que tanto ha inspirado a la lírica (emblemático poemario de Alberti A la pintura). El juego de palabras que oscila entre lo humorístico y lo sublime («peste bucólica«), la creatividad léxica a tono con la actualidad («infodemia»), el microrrelato («Entresueño de Ulises náufrago») y muchas más sorpresas nos encontramos en las treinta propuestas lírico-narrativas de esta parte donde el autor hace constantes referencias a su universo literario y filosófico.

El tercer capítulo, Triakosimerón, serpentea a lo largo de una extensa enumeración anafórica donde nos habla de la escritura y de lo que es escribir, «una pasión inútil» (como todas las pasiones, añado).

El cuarto capítulo, Inferno, cambia el tono y construye pequeños poemas al modo tradicional, con versos de arte menor de rima asonante. Los hay del tipo endechas y otros con aires andaluces que nos recuerdan la soleà. Hallamos ecos de los poetas leídos y amados, y un ejemplo sería Alberti en el Romance del insumiso: «Si volviera Garcilaso…» Esta parte culmina con el espectacular poema Reino de la imagen en el que el poeta demuestra, una vez más, que todas las palabras, debidamente colocadas, pueden formar parte de un poema, en una suerte de democracia lingüística: ¿sol? ¿mar? ¿mariposa? / ¿dios? ¿césar? ¿canalla? / ¿iris? ¿cumbia? ¿clítoris? / ¿mariachi? ¿ramala?

El capítulo V, Antihaikus, se inicia con una cita que no es sino un haiku escrito por Cristina Cerezales Laforet, hija de la inolvidable Carmen Laforet. Son poemas que coinciden con la estructura del haiku en su composición estrófica de tres versos cortos. Sin duda, los puristas del haiku encontrarán entre ellos auténticos haikus (Luciente letra / cascabel de la luna / gota tras gota) junto con otras formas de haikus adaptadas al gusto del poeta, que se ha curado en salud rotulando desafiante sus versos como «antihaikus». Deslumbrantes imágenes visuales y sonoras nos saturan con sus juegos onomatopéyicos y en algunos casos contienen homenajes, escondidos o explícitos, a poetas como Miguel Hernández, García Lorca o Emilio Prados.

El capítulo VI, El sur del sur, nos remite al origen geográfico y cultural del autor. En efecto, en esta parte recrea escenarios y referencias de su trayectoria vital: el Mediterráneo, el Sahara, Marruecos, México… y de su memoria musical y literaria.

El libro finaliza con una brevísima Coda construida como un caligrama que juega con la tipografía y nos evoca aquel machadiano «casi desnudo, como los hijos de la mar». Se trata del capítulo VII. Mágico este número hebreo y griego en que el poeta ordena su uni-verso.

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