La escritora María Virtudes Várez Pérez ofrece un testimonio a un tiempo naïf y estremecedor en su libro Diario de una guerra. Comiendo en plato vacío, que ha tenido la deferencia de dedicarme y hacerme llegar a través de otra persona, como recuerdo de nuestra coincidencia en una presentación cultural. Se trata de un libro editado conjuntamente por la Cátedra Loaces, la Universidad de Alicante y el Ayuntamiento de Villena en 2019. Pero, en el caso de este libro, la fecha no importa, pues consiste en un documento atemporal, a la vez erudito y emotivo, sobre la primera necesidad básica del ser humano que es la comida.
La autora dedica su libro a su familia, yendo a la generación pasada, a su raíz: «A mi padre, que me cedió la palabra» y a la futura, a su esperanza, con una recomendación ética: «A mis nietas, María y Aina para que siempre luchen por la verdad». Cuenta con tres notas previas firmadas por los representantes de las distintas entidades que apoyan la publicación -Francisco Javier Esquembre Menor, alcalde de Villena, Gregorio Canales Martínez, coordinador académica de la cátedra Loazes, de la Universidad de Alicante, y María Ángeles Alonso Vargas, directora de la Sede Universitaria de Villena- y con un prólogo a cargo de Julia Valoria Martínez-Moscardó, de Mediterránea Asociación Gastronómica.
El libro se estructura en tres partes: «Comiendo en plato vacío», «Jesús Asunción, visto por su hijo» y Diario de una guerra». La primera parte recoge, con datos y tablas, la situación alimenticia en el Madrid de la guerra civil, donde, a pesar de todo, se trataba de hacer vida normal y se acudía al cine (cuya programación se reseña detalladamente) o al Museo de Historia Natural. La autora combina los datos rigurosos con la redacción de una prosa a veces casi lírica. Se mencionan cuestiones como la del racionamiento, el trueque, los vales y todo aquello que pudiera servir para conseguir comida. Se ofrece la receta de la «Tortilla de patatas sin huevo» (que me recuerda otra que encontré y practiqué en los setenta: «cóctel de marisco… sin marisco»). Pero a la tortilla de patatas sin huevo, ofrecida por Ignacio Doménech en su libro Cocina de Recursos. Deseo mi comida (1941) se le podría añadir «y sin patatas», y que éstas podían ser sustituidas por el blanco de la corteza de la naranja. En aquella época, las peladuras no se tiraban a la basura. Otras muchas recetas (de prorridge, de gachas, de croquetas…) ilustran el capítulo, con los comentarios en primera persona de la autora, terminando con «un café… sin café». Como conclusión se ofrece una amplia bibliografía.
La segunda parte, introducida con una fotografía en blanco y negro, narra brevemente la vida del autor del Diario, destacando su participación en los dos bandos de la guerra civil, su formación como deportista y sanitario y su profunda religiosidad y cercanía a la gente, lo que le hizo ser una persona muy apreciada en el lugar adonde le llevó su trabajo, Cáceres, que lo recuerda en su callejero. Esta parte está firmada por su hijo, Jesús Asunción Fernández.
La tercera parte reproduce el Diario, manuscrito y fechado en 1937, de Jesús Asunción Muñoz, que alterna los textos con pequeños dibujos alusivos en color. Sin duda, un documento excepcional que muestra la creatividad y el temperamento de su autor.
La autora hace hincapié en el valor de la solidaridad y da varios ejemplos al respecto: los escoceses pobres que solo tienen carbón y ofrecen… carbón, o las parisinas que envían jabón. Gente buena hay en todas partes.
En resumen, estamos ante un libro que Unamuno definiría como de intrahistoria, que combina en excelente trabajo sobre la gastronomía de resistencia junto con un emotivo testimonio histórico. Recordar las experiencias y virtudes de quienes nos han precedido es digno de loa y goza de amplia tradición en nuestra cultura: no nos olvidemos de los dioses lares, que formaban parte de la familia romana. Del mismo modo, nuestros ancestros son parte de nuestra identidad y, cuando su vida y obra son ejemplares, honrarlos es una de nuestras más gratas obligaciones.