DE POETAS, DE POESÍA, DE EDITORIALES Y DE MECENAS. DE CULTURA, DE LIBERTAD, DE CRITICA Y DE FAVORES Y OTROS MALES

Autor: Francisco Mas-Magro y Magro.

No soy más que un médico que escribe, un puro aficionado que ama la cultura y la cuida como fundamento de su propio ser. Como me lo enseñó mi abuelo, con el amor a la ciencia como postre. Y como me enseñaron dos personas importantes en mi vida, léase, mi padre y Miguel de Unamuno.

El uno, además, me dijo aquello de “procura ser libre, hijo mío, que la libertad es el don más precioso. Cuídala porque intentarán arrebatártela”.

El segundo lo confirmó escribiendo: La libertad no es un estado sino un proceso; sólo el que sabe es libre, y más libre el que más sabe. Sólo la cultura da libertad. No proclaméis la libertad de volar, sino dad alas; no la de pensar, sino dad pensamientos. La libertad que hay que dar al pueblo es la cultura. Sólo la imposición de la cultura lo hará dueño de sí mismo, que es en lo que la democracia estriba”.

Cultura y libertad.

Ya mozo, en la Facultad me enseñaron que mi libertad terminaba donde comienza la libertad del próximo. Y que el respeto, a los profesores y a los compañeros, también eran signos de libertad y de cultura.

Era cuando en la Universidad se impartía humanismo, además de ciencia.

En definitiva, lo que en el colegio de los Hermanos Maristas me habían inculcado a través de la Urbanidad.

Posteriormente, en la Marina, a cargo de mi Servicio Militar Obligatorio, aprendí a obedecer. Aprendí a aceptar humildemente las órdenes y que todos éramos iguales.

Acabo de escribir una paráfrasis oculta entre palabras. Cultura, libertad, humanismo, obediencia…educación, porque, en verdad, o se refieren a lo mismo, o cursan bajo sus premisas.

Hace unos días, una ilustre escritora me entregó un poemario. Un poemario recién editado. “Lo he podido recoger aprovechando las conferencias que he impartido en X, del departamento X, dependiente de…etc.”

Todas entidades públicas.

Leo el poemario. Releo el poemario, intento comprender al autor y acabo inhibiéndome con la música. Es una costumbre. Es una defensa. Existe algo en esa lectura que no llega a “tocar” mi sensibilidad. Desbarata mis elementales conceptos.

Me pregunto, ¿cómo se ha podido publicar? Mejor dicho, ¿cómo estas entidades académicas lo han podido publicar?

Me encontraba en mi despacho, ciertamente perplejo, y había conectado una emisora de rumbas y mambos.

Y apareció Xavier Cugat (mi infancia de pronto).

Y el “cha-cha-cha” que en ese momento escuché lo confirmó a su modo. “¿Quién te lo dijo “nené”?”, preguntaba cantando la bellísima Abbe Lane, la de aquellos años cincuenta en que alcanzaba con su voz a un público español oprimido. Como me llega a mí en este momento en el que me encuentro condenado al ocio y soy yo quien me lo pregunto, turbado, frente a la lectura del poemario.

“Me lo dijo Adela”, respondía, la cantante, dejando caer los ojos. Ojos de Abbe Lane que cerraban toda las dudas y todas las penas, todas las prohibiciones de aquel régimen y elevaba la moral y otras cosas del “homo ibero”. Su baile, sensual, delicado, superaba al mejor poema. Por supuesto, supera cualquier verso de este que me obligo a leer. Por “conocer el percal”.

La mano dura de aquellos años cerraba las bocas, mas no la imaginación. Lo contrario de lo que ocurre en estos días, en que las bocas ignorantes son las que taponan, como aquellas manos, la capacidad de imaginar. (Se puede leer, también la libertad).

Como ven en estas líneas, seguimos hablando de cultura.

Ese libro apareció en mi vida como un secreto regalo que me llenó de ilusión. Los insignes culpables de la edición habían plasmado en él sus prólogos. Un poemario con dos introducciones parecía inspirar un fervor casi religioso.

¡Que Dios me perdone! ¡Que me perdone Bragi, hijo de Odín! ¡Las nueve musas, Calíope, declamando con su bella voz, Clío, Erato, trastornada de amor lirico, Euterpe, Urania, Terpsícore, Erato y Talía!

Que me perdonen quienes lean este artículo.

No soy nadie para poder criticar a nadie, porque acepto mi ignorancia y no, no quiero ser criticado, aunque considere la crítica como uno de los mejores fármacos contra el mal del orgullo. Tragarse el orgullo, como se dice coloquialmente, enseña mucho. Instruye, educa “mogollón” que dirían mis nietos. Ilustra, alfabetiza y te hace descubrir. “El próximo, mejor”.

La crítica, esa especialidad literaria que constituye un conjunto de opiniones y que responden a un análisis y que pueden resultar positivos o negativos, es un compendio de enseñanzas. Aunque sea una “critica con mala leche”.

Por lo que yo me someto a la crítica, aunque me gloríe más pasar por las horcas caudinas de la adulación. ¡Qué bien que sienta! Un vuelco de orgullo que dura menos que unos caramelos en la puerta de un colegio. Y es la coba ejercicio que aturde la mente, la llena de melaza, esa pasta pegajosa y difícil de lavar que es la lisonja, que embadurna las neuronas y enquista el error como un tumor canceroso que corroe y corroe y cuya solución, desde una perspectiva médica, es una buena radioterapia selectiva que destruya lo dañado. ¡Ay, cuán malévola es la adulación!

Porque, volviendo al principio, deteriora nuestra libertad. En cuanto que nos daña a nosotros, sin querer notarlo, y daña la cultura.

Y a mí me gusta la crítica, porque prefiero detener a tiempo el descarrile que precipitarme por el acantilado de lo infumable. Y, además, tengo una excusa incontestable, ¡soy un médico que escribe! Y que no me pidan más.

Aun así, si a pesar de los buenos consejos de los que me quieren, sigo adelante en mi empeño, pero… lo hago cargando con los gastos, no pasa nada, solo el ridículo. El que rompe paga y ¡ya está!

Mas, cuando quien confirma y bendice el desfavor es una entidad de birretes borlados, o un ateneo de ilustre renombre, o una asociación cultural que se precia. Cuando detrás del descalabro figura un sello oficial, de los que se financian a través de los impuestos, de los que el prestigio sale en las orlas, ¡uhm!, el daño se multiplica. Y se disparan las conjeturas y los malos pensamientos. Y ya sabemos la suspicacia hasta donde alcanza.

Es fácil ser un mecenas con el dinero de los otros. Aunque, como dijo aquel ministro, ¿será que el dinero público no es de nadie?

Aún arde mi amor por Abbe Lane y quedo a la espera de la respuesta. Pero, no de a quién le dijo Adela que el doctor no le iba a quitar su muela, aunque se muriera de dolor.

Es veintiuno de marzo y, dicen, ha llegado la primavera. El sol luce un poco húmedo. Me duelen todos los huesos. ¡Será la edad!

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