CONTRA LOS NUEVOS INQUISIDORES

Autora: Consuelo Jiménez de Cisneros.

Las noticias que provocan esta opinión son dos entre muchas. La primera, la eliminación de una escena de la película «La vida de Brian» donde se hace una ligera broma sobre los transexuales. Durante cuarenta años esto no incomodó a nadie, pero en nuestra actual sociedad pacata y reaccionaria, parece que resulta insoportable. La segunda, que la editorial Penguin Random House tenga que editar a Hemingway con una advertencia moral como las de las cajetillas de cigarros con los riesgos sanitarios: cuidado, que este libro contiene descripciones o comentarios inconvenientes. Tratando al lector como si fuera un retrasado mental.

Llevamos ya una larga temporada siendo víctimas indefensas de los nuevos inquisidores de lo políticamente correcto. Una temporada demasiado larga y que no cesa, que acrecienta sus estupideces a cada momento. Cuando la ignorancia se une a la soberbia y cuando una minoría (respetable, pero que nunca dejará de ser minoría) impone sus criterios a una mayoría, cuando triunfa esa especie de resentimiento obsceno, llegamos a una situación en que normalizamos la tontería e incluso la barbarie, como sucede en El cuento de la criada. El problema no es solo de los que cometen esos disparates, sino también de quienes los toleran por miedo a enfrentarse y quedar mal o de quienes los comentan como una curiosidad graciosa.

Desde esta humilde tribuna que es El Cantarano nos manifestamos radicalmente en contra de que se dulcifiquen los cuentos infantiles (ya dulcificados por los hermanos Grimm y por Perrault), de que se hagan versiones adulteradas que jamás deberían haberse publicado (como la versión en femenino de El Principito de Saint Exupéry), de que se corrija a Roald Dahl y a Ágata Christie. Estamos en contra de la incongruencia de que una autora catalana prohíba traducir sus libros al castellano pero luego cobre colaborando en una empresa de comunicación en castellano, en contra de que tenga que haber una cuota de mujeres o de homosexuales o de personas de raza negra, asiática o india si el argumento de la obra no lo exige, en contra de que se vete a un artista como Picasso o como Woody Allen o como cualquier otro por su vida privada.

En definitiva, estamos en contra de esta triste y pobre cultura de la cancelación, tan asumida que ya ha dado lugar a libros como el de Jorge Soley: Manual del buen ciudadano para comprender y resistir a la cultura de la cancelación. De una entrevista al autor entresacamos la siguiente definición, que debería hacernos pensar a todos: La cultura de la cancelación es una visión de la vida social y cultural y unos mecanismos asociados a esta visión que justifican el silenciamiento, la muerte civil, la expulsión de la esfera de lo aceptable, de todos aquellos que no se pliegan a las directrices de lo políticamente correcto.

Criticamos la quema de libros (salvo el expurgo quijotesco) y nos parece ridículo aquello de repintar con velos los desnudos. Sin embargo, qué poco se reacciona ante lo que está pasando ahora mismo. Se está atacando, con total impunidad y ante la pasividad de la mayoría, la libertad de expresión, los monumentos históricos de la creación artística y literaria que hay que ver en su contexto, sin aplicarles los filtros de esta sociedad de ética «woke». Una sociedad que se crece corrigiendo lo que debería respetar, porque pertenece a otra época que -nos guste o no- conforma nuestra esencia. Una sociedad que cree elevarse mientras, aplicando criterios inquisitoriales, se hunde en la miseria moral y cultural más abyecta.

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