Crónica de la lectura de una novela. Consuelo Jiménez de Cisneros.
El sueño interrumpido es la mejor ocasión para la lectura en esta etapa de mi vida, cuando las múltiples ocupaciones y quehaceres de toda índole recortan ese tiempo mágico y sagrado dedicado a leer, que antes era largo como una hermosa alfombra que se desenrollara a nuestros pies, y ahora parece breve y recortado. Gracias a estos insomnios entre el primer sueño y el segundo consigo leer en un silencio impecable que me transporta a aquellos momentos de la infancia cuando escapaba de la cama de mi pequeño dormitorio interior y me sentaba junto a la ventana del salón para leer mis libros de Celia o de Heidi con las primeras luces de la mañana.
Así es como estoy leyendo «Civilización y barbarie», que parece el título de un ensayo, pero es el de una novela. Toda novela es un viaje en el espacio y en el tiempo, y esta lo es al París de los años treinta, y luego a Malta, la isla guerrera y caballeresca, de la mano de personajes cuya intimidad se nos abre de par en par gracias a la habilidad de un narrador omnisciente. Leo con fruición, y con cierta melancolía -por los recuerdos que me trae de aquel año pasado en París cuando era tan joven que todavía vivía mi padre-, esta larga novela de 340 páginas de la que he decidido resumir los diez primeros capítulos de los dieciocho que contiene más una especie de epílogo titulado «Cuadernos de Malta (1964-1965)» de cinco breves capítulos. De este modo no descubro el final de la historia, porque no se trata de contar la novela, sino de animar a su lectura.
Confío en que este singular resumen motive al posible lector, ya que la novela no defrauda. Es muy entretenida y amena, repleta de referencias que dejar ver la minuciosa documentación del autor, y de constantes guiños al lector, al que necesariamente le resultarán familiares numerosos personajes y situaciones, corriéndose el riesgo de no distinguir la realidad de la ficción, como sucede en toda novela histórica bien compuesta. Y podemos hablar de una novela histórica porque combina personajes históricos y un ambiente muy bien recreado de una época concreta, con personajes de ficción que viven su propia aventura.
La novela comienza con la huida, a causa del ascenso del nazismo, de Alemania a París, de una pareja de músicos, Karl y Greta, y de su difícil acomodación al exilio. En el segundo capítulo aparece un nuevo personaje, Max Steiner, científico que también huye del nazismo, y cuyo nombre y apellido curiosamente coincide con el del músico hollywoodiense autor de canciones del cine clásico americano (Casablanca, Lo que el viento se llevó…). Este científico de ficción se relaciona con otros reales, como Frederic Joliot-Curie, el hijo de Mme. Curie, el físico Werner Heisenberg y los químicos Fritz Strasmann y Otto Hann. Estas citas demuestran la cuidosa documentación del autor, que nos ofrece un conjunto de minuciosos detalles los cuales nos transportan a aquella época no tan lejana, pues apenas ha transcurrido un siglo desde aquellos trágicos sucesos.
La ciudad de París y sobre todo el ambiente bohemio de Montmartre, Clichy y Pigalle están perfectamente retratados gracias a que son los barrios por los que los personajes deambulan y en donde se pueden dar sucesos macabros como el asesinato de una joven prostituta. En ese ambiente de bohemia artística aparecerán los nombres de los mejores pintores de la época: Chagall, Kandisnki, Picasso, Giacometti y muchos más. Lo original de esta novela es que se superpone la redacción en tercera persona del narrador con el diario de Greta escrito en primera persona e inserto en forma de notas a pie de página.
El capítulo tercero se abre con la conversación en Tullerías de los espías Drumont (antinazi) y Papen (pronazi). Este capítulo lleva un título en latín que se relaciona con el del libro («Felicitas, humanitas, barbaries») aludiendo simbólicamente a lo opuestos que pueden ser algunos seres de la misma especie. Un café llamado «Selva Negra» servirá de punto de encuentro de refugiados y de judíos.
El capítulo cuarto nos muestra el ambiente de un cabaret de Pigalle donde Karl toca el piano y la hermosa Margot canta el Summertime de Gerswing mientras se quita el vestido. Es un ambiente no solo de erotismo -impagable descripción de los prostíbulos tematizados-, sino también de conspiraciones y personajes dudosos. Mientras Greta se deja arrastrar por la belleza y el arte, inscribiéndose en el taller de Matisse, Karl se siente tentado por la lujuria y acude a los lupanares más exóticos de Pigalle, de lo cual solo le redime el arte de Brancusi.
El capítulo quinto recupera los personajes de Drumont, un agente doble bien posicionado, y Papen, el delegado de Goebels en Francia. Estos personajes se humanizan gracias a los recuerdos, en el caso de Drumont, la madre prematuramente fallecida, y a la realista descripción de su carácter y su pensamiento. En definitiva, no son figuras de cartón piedra, sino seres humanos expuestos a unas circunstancias excepcionales. Humaniza también a Drumont su concepto del sexo como una actividad que no implica sentimientos y que casi le produce hastío, aunque no pueda renunciar a ella. Porque hay muchas cosas en su vida, pero falta el amor.
Karl y Greta siguen siendo el hilo conductor de la historia. Su visita a su amigo el científico Steiner es tan realista, que me ha parecido recordar aquellas que yo hacía, cuando vivía en París, a las habitaciones atestadas de libros y papeles de algunos amigos que siempre tenían un café preparado o algo que ofrecer junto con la conversación impagable. En este capítulo aparece una alusión a la mítica imagen del ojo cortado que protagoniza la historia del surrealismo. Pues no olvidemos que en Francia fue donde nació esta extravagante corriente artística y literaria. Lo impactante es que esta novela nos sumerge en la historia de estos eventos de un modo peculiar, al formar parte de la vida cotidiana de los personajes. El capítulo concluye con el encuentro entre los dos espías cuya conversación nos ofrece una revisión de la situación política del momento en Francia y en Europa, cuando el nazismo todavía soñaba con triunfar.
El título del capítulo sexto, Gradus ad Parnasum, nos devuelve al arte por medio de una densa tertulia artística y literaria donde, como en las tertulias de verdad, se habla de todo y no solo de arte y literatura. Que no tema el lector no latinista, porque todas las referencias en latín están traducidas a pie de página.
En un quiebro inesperado, el capítulo siete nos traslada a la oficina de un detective «discreto y cartesiano», Viktor Morin, que está investigando un crimen, mejor dicho, varios crímenes. Entramos aquí en este género tan de moda de la novela negra. El detective que estudia los sádicos crímenes de prostitutas que ya han aparecido anticipadamente en la novela es un hombre culto que ha leído a Spinoza y a Freud, por cierto, dos ilustres judíos. Las lecturas son un rasgo más para definir a las personas.
En el capítulo ocho el autor juega con los nombres propios de Marcel, el intelectual que prepara una «Guía de París», y su pareja Marlene, con quien mantiene una relación tortuosa, marcada por el violento pasado de la familia de ella. Mas al margen de las vicisitudes personales, Marcel nos pasea por París, ese París histórico, artístico, arquitectónico que parece que no se acaba nunca de recorrer. Estos personajes que aparecen súbitamente están conectados con los protagonistas que de repente los conocen o se relacionan con ellos de algún modo.
En el siguiente capítulo vemos cómo Drumont sigue conspirando, en este caso acompañado de una pipa que nos evoca irremisiblemente el cuadro de Magritte «ceci n´est pas une pipe». En este caso la pipa sí lo es, y se la fuma el personaje al final del capítulo, cargada de opio y de presentimientos.
Y damos fin a nuestro resumen con el capítulo diez, dedicado a la música y al arte ya desde el título: Rapsodia in blue. Karl evoca lo importante que fue la música en su infancia, incluso antes de su nacimiento, desde que estaba en el seno de su madre. La literatura también ocupa su lugar, especialmente la poesía, pues se reproduce el poema «Vermouth» de Vicente Huidobro, que aparece como un personaje más en una de las famosas tertulias de los cafés de París.
Manuel de Gea Calatayud, «Civilización y barbarie». 2023. Disponible en Amazon.