Autor: Antonio Gracia.
El 22 de marzo se celebra el Día Mundial de la Poesía, y con ese motivo ofrecemos a los lectores de El Cantarano las reflexiones del poeta y profesor Antonio Gracia sobre la creación artística, tituladas «El manantial del creador».
1.- Dice el tópico que al artista feliz no lo violan las musas. Que hay que ser un sufriente creador para que la creación alcance el pedestal de la genialidad. Permanece entre las señeras estatuas de la cultura ese icono del creador torturado por su arte, ensimismado en dar elocuencia a su pluma, pincel, pentagrama…
Son los rostros del genio enloquecido por la clarividencia, la lucidez y la visión los que alumbran, relumbran y deslumbran. Las efigies de Schumann, de Van Gogh y de Poe arrojándose al Rin, pistoleteándose el pecho, ahogándose en alcohol son las que forjan la tríada inmensa en busca de un masallá oculto en los abismos de sus mentes.
Es cierto que el creador ha sufrido, más que gozado, su condición artística. Ha sufrido la persecución de sí mismo por todos los ensueños, la incomprensión de todas las cegueras artistoides, la soledad de aquel que reconoce su verdad entre todas las supuestas verdades de quienes desconocen que no existe verdad definitiva y que solo quien crea la renueva y la entronca con el camino de la tradición, río que anda.
Y es cierto que en busca de algún cielo se quema en un infierno interior y social. Al creador no le basta el mundo que lo ha creado y necesita añadir y añadirse a ese mundo. No es conformista ni, por tanto, dichoso; o quizá es al revés. ¿Quién sentirá la compulsión creadora sino aquel que, por insatisfacción, intenta ser un breve dios puliendo una creación que no existía? Quien está satisfecho con el mundo o con su obra no se plantea retos ni ve fisuras en el Universo. De modo que sí: la infelicidad es más creativa que la felicidad, siempre más gustadora y sibarita de lo que ya existe: de heredar que de legar.
2.- Ahora bien: es igualmente cierto que tal afirmación no debe conducir a idolatrar el sufrimiento ni sus consecuciones. Porque, además de que el mundo ha cambiado desde la hecatombe elegíaca al hímnico deseo, el creador ha sentido, en medio de su penuria íntima o social, edenes que solo él disfrutó como respuesta a sus infiernos, y su arte es a su vez combate, victoria y derrota, desazón y sosiego, ansiedad y consuelo… remansos en la tromba o la catástrofe.
¿Cómo no admirar la fuerza de la pasión, sufrimiento y paraíso de Beethoven durante 20 años, desde el purgatorio suicida de Heligenstald hasta las praderas del firmamento en la Novena? ¿Y la lucha de Wagner por imponer un arte que aún tiene detractores? ¿Y, ya lo he dicho, las sucesivas lúcidas locuras de Van Gogh? ¿Y la clarividencia introspectiva del inconmensurable Dostoyewski?
Solo el ser incompleto lucha por completarse y complementar el mundo que ha heredado. Pero ¿quién podrá negar igual creatividad en la armoniosa obra de Rembrandt, de Mozart o de Bach? Y sin embargo, una pregunta vuela desde el amanecer hasta el ocaso de todas las edades: ¿De verdad son más altas, por ejemplo, las perfecciones de Borges que las perturbaciones y zahúrdas de Sábato? ¿Cómo armonizar la asimetría, como consigue Strawinski en la violencia sonora de La consagración de la primavera? ¿Cómo pasar, en el poema, de la metáfora a la visión sin violentar la imagen?
3.- El artista nace y se hace: nace signado por unos genes y una experiencia serena o perturbada. Luego viene la autoeducación: la lucha entre su corazón y su cerebro, sus pulsiones y sus racionalismos. Finalmente el artista creador es el resultado de la frase de Miguel Ángel ante una roca: la estatua está ahí, solo hay que quitarle la piedra que le sobra.
La condición artística nace de la podredumbre racional: el fracaso de la razón para darle sentido a la existencia. Y para mitigar esta hay quienes se refugian en el arte como única fe con la que vislumbrar la resiliencia.
Realismo y surrealismo son las dos musas que atenazan o liberan al creador: huir de las visiones o acercarlas a la realidad inteligible. Lo demás son variaciones de estas dos. Domesticar la musa y armonizar sus contrarios debe ser el emblema.
Así pues: la razón impulsa a comprender; la lógica intenta apropiarse metódicamente de esa necesidad para dar respuestas definitivas olvidando que también ella es efímera o cambiante. En resolución: el arte es la gran respuesta -una intuición inducida por la pasión y troquelada por la razón- al sinsentido del vivir.
Ahora bien: acabado el proceso creativo, triste obra de arte la que solo es reverenciada por los eruditos o especialistas y no es sentida por quien simplemente ama la belleza y la descubre con el corazón: el racionalismo emocional.
Ilustración: Fuente de Bruselas. Foto de Consuelo Jiménez de Cisneros