Un paseo por la pintura de Joaquín Agrasot

autorretrato Joaquín Agrasot

-Autora: Consuelo Jiménez de Cisneros Baudin.

En el MUBAG (Museo de Bellas Artes Gravina) de Alicante, del 23 de octubre de 2020 al 24 de enero de 2021 se exhibe una exposición del pintor alicantino Joaquín Agrasot (Orihuela, Alicante1836-Valencia, 1919). Según la información de la página web del museo, reúne casi un centenar de sus obras procedentes tanto de instituciones como de particulares, algunas de ellas nunca expuestas anteriormente. Esta exposición se justifica en la conmemoración del centenario de su fallecimiento en 2019, y como suele suceder, se hace a posteriori de dicha conmemoración; pero eso es lo de menos, porque lo que interesa es tener un pretexto para rescatar y revisar atistas tan sugestivos y tan poco conocidos en su tierra como lo es éste.

En su amplio vestíbulo, el museo ofrece (por así decir) un conjunto de libros que teóricamente están a la venta, pero no pueden comprarse… al parecer debido al COVID. Es una medida absurda, puesto que los libros van, en su mayoría, empaquetados en plástico o celofán y podrían desinfectarse fácilmente con un spray. 

No hay ni un folleto, ni una guía de la exposición, ni material alguno en papel o por internet que informe e instruya sobre la misma más allá de las generalidades que he reproducido en el primer párrafo de esta reseña. La web del museo se limita a recoger el horario de la exposición y la foto de uno de los cuadros del artista. Eso es todo. No hay más. ¿Tendré que ir a la wikipedia para saber quién era Joaquín Agrasot?

Eso hago. Voy a la wikipedia que empieza con errores (la fecha de defunción), con juicios de valor absurdos, y en fin, manifiestamente mejorable. Lo mejor que tiene es la galería de obras, que nos permite recrearnos en los cuadros del pintor. No hay que olvidar que la mejor fuente (increíblemente omitida en la wikipedia) es el estudio de Lorenzo Hernández Guardiola, publicado bajo el título Joaquín Agrasot y Juan (1836-1919) en cuya portada se reproduce uno de los cuadros más conocidos y apreciados del artista: su «Vista del puerto de Alicante», fechada en 1873.

Seguimos en la exposición. Por supuesto, está prohibido hacer fotos. Las fotos sin flash no perjudican a los cuadros. Los derechos de autor han prescrito por haber transcurrido más de un siglo. ¿Cuál es el motivo por el cual se prohibe hacer fotos? Que me lo expliquen.

Recorro la exposición sin entender muy bien el criterio. No es cronológico. Parece temático. Encuentro algunos paneles bilingües (en castellano y en valenciano, por supuesto que no en inglés ni en francés, a pesar de que el turismo extranjero debería ser uno de los destinatarios preferentes de estos espacios culturales). 

 

Joaquin Agrasot en el Mubag

DE MUJERES Y FLORES

La exposición comienza con flores desparramadas: un bodegón en cesta de esparto trenzado y un jarrón color tierra que contrasta con el rosa, el blanco y el rojo de las flores. Ambas obras están datadas en 1900. 

Siguen las flores ornando los jardines arbolados donde la luz y la sombra trazan caprichosos dibujos sobre el suelo arenoso. Agrasot titula el cuadro «Un jardín valenciano» (ver ilustración). Está fechado en 1903, cuando ya el pintor era un hombre anciano, tal como recoge la gran fotografía que ilustra el hall de la exposición. 

El cuadro siguiente se titula «La carta», y en él persiste ese juego casi violento de luces y de sombras que anticipa a Sorolla. Fechado en 1910, es un cuadro narrativo cuyo argumento podemos suponer fácilmente: el enamorado o pretendiente (que no lo sabemos), un hombre tocado con un sombrero de cinta roja y luciendo corbata también roja, espía desde detrás de un matorral la reacción que la carta, presuntamente de amor, tendrá en la dama vestida de rosa que comparte su lectura con su compañera de paseo, protegidas ambas por una sombrilla de volantes azules. A la izquierda se acumulan macetas floridas en escalera desigual, componiendo el escenario perfecto para una escena galante.

Seguimos con el juego de luces y sombras en «El emparrado» (ca. 1900). Y la exposición continúa incorporando cuadros de otros autores, ese recurso comparativo que lleva décadas de moda  y que a mí me estorba cuando quiero centrarme en la obra de un artista y no necesito contemplar a sus adláteres. Pero esto de contextualizar queda tan bien…

Prosigue Agrasot mostrando su pasión por las flores: «Mujer cogiendo flores» (1895) muestra una rosaleda enclavada en una vereda donde tres mujeres en distintas posturas llenan de flores sus cestos. Una vez más, el artista se decanta por los tonos rosas, rojos y blancos. 

La recogida de flores nos conduce al «Mercado de flores» (1880), donde el colorido de las flores se une al de la vestimenta goyesca de una compradora, los arreos del burro que carga la floral mercancía, el tapiz que decora la baranda tras la que se expone el tesoro de flores. A la izquierda del cuadro, un grupo infantil no se sabe si trabaja o si juega con las flores bajo la atenta mirada de un bebé que porta una rosa en su manita.

El universo femenino de la época aparece retratado con objetiva precisión en una serie de cuadros que recogen las tareas y los ocios de las mujeres contemporáneas al artista: la música, la costura, las visitas… Mujeres que se dedican a ocupaciones domésticas y de recreo, o como se decía antaño, «labores propias de su sexo». También hay otras mujeres que protagonizan el cuadro como esculturas decorativas, flores humanas entre las flores vegetales. 

Así le sucede a la «Labradora valenciana» (1882), ataviada más como una dama que como una campesina: collar de varias vueltas de finas perlas, arracadas de oro ornadas con perlas y piedras preciosas, el cabello sujeto con lujosos prendedores y rematado por una especie de corona dorada sobre el moño. Su traje sencillo y colorido nos recuerda que no es una dama, aunque sí puede ser una labradora rica: falda roja, sobrefalda verde, delantal blanco de texturas repujadas, pañoleta bordada de encaje transparente sobre una blusa azul cuyo tejido podemos adivinar: seda o moaré. El entorno es el campo valenciano idealizado, con flores que parecen levantarse del suelo al paso de la joven mientras otras se alzan desde sus macetas. Pero las flores más vistosas son las que porta la valenciana en su cesto de mimbre que apenas las contiene en el ímpetu de su vistoso colorido.

Otro tipo de mujer es la «Valenciana con mantilla» o «Retrato de valenciana», que muestra a una dama burguesa, con chaqueta parda de adornos y alamares goyescos y un chal bordado descuidadamente caído sobre el respaldo de la silla en la que posa. En su mano derecha sostiene un abanico cerrado. No aparece sentada de frente, sino de lado, de forma que su rostro se ve casi de perfil, como si el pintor la hubiera sorprendido en una pausa momentánea. La joven va ataviada con las clásica mantilla blanca, luminosa y bien colocada, que da título al cuadro. Su expresión pensativa, casi ausente, contrasta con la mirada franca y directa que la valenciana del cuadro contiguo (la labradora) dirige al espectador. Si los cuadros hablaran… El fondo neutro, en tonos blanquecinos a juego con la mantilla, nos demuestra que al pintor solo le interesaba la figura.

De nuevo se combinan mujeres y flores en el cuadro de la «Florista valenciana» dedicado a un amigo del artista. Un derroche horizontal de flores sobre las que trabaja, cuidadosamente concentrada, la florista, cuya condición de valenciana se muestra en su peinado típico de moño y rodetes recogidos con agujas y pasadores que hay quien compara con el que luce la Dama de Elche. 

El cuadro «Dama con partitura», de 1883, nos recuerda que la música, en especial el piano y el canto, constituía uno de los pasatiempos favoritos de las mujeres burguesas de los siglos XIX y XX. La costura se retrata en cuadros como «Mujeres cosiendo» (1870). La costura podía ser uno de los pocos trabajos socialmente aceptados de las mujeres de clase popular, como se ve en «La modista», cuadro donde el escenario es un interior, que recoge el tópico de la joven y la vieja. La joven trabaja mientras la vieja la observa, quizá con ánimo crítico, apoyando el dedo índice en una comisura de su boca desdentada. Dicho cuadro sería una excepción entre los de mujeres cosiendo, que suelen hacerlo en habitaciones exteriores, donde las ventanas con los postigos abiertos dejan pasar la luz y crean ambientes de íntima calma que recuerdan las composiciones de Vermeer. Así sucede en el titulado «Rincón apacible», en el que la figura femenina representada podría ser el retrato de una sobrina del artista: un espacio exclusivamente femenino, que parece a salvo de cualquier peligro, como su título sugiere.  

Dentro de las labores relacionadas con la costura está el tema de las hilanderas que Velázquez popularizó en su cuadro mitad mitológico, mitad costumbrista. El huso, tan presente en la literatura popular, aparece aquí casi como protagonista en los cuadros «Hilando» (1870) e «Hilanderas de la provincia de León» (1890-1900). Las mujeres que se ven en ambos cuadros son maragatas, como las que retrató literariamente la novelista Concha Espina. Lucen ataviadas con coloridos collares de varias vueltas y grandes aros en las orejas.

En cuanto a las visitas, un ritual social que Daniel Jiménez de Cisneros satirizó en su entremés «Visitas importunas», aparece en el cuadro «La Visita» (1890) que se detiene únicamente en una figura femenina sentada.

Joaquín Agrasot - Temas familiares y sociales

TEMAS FAMILIARES Y SOCIALES

  «El primer hijo» (ver ilustración) muestra a una pareja, ella peinada a la manera valenciana, él de majo con su pañuelo azul en la cabeza, inclinados sobre una cuna en un interior doméstico con chimenea y azulejos.

«Dos huertanos bebiendo vino» (1896) y «Pareja conversando» (1873) recogen, de un modo casi fotográfico, dos escenas de conversaciones amistosas. En el primer caso, el escenario es el patio anterior de una vivienda rural de la huerta valenciana, que podría ser el mismo de otros cuadros como el del majo. 

Siete cuadros de distintos tamaños presentan diversas escenas relacionadas con las ferias de ganado, ocasión para encuentros sociales. Una vez más aparece el territorio hortícola donde se aprecia la tierra reseca con algo de arbolado que presta la indispensable sombra: rincones con emparrados, tartanas y caballos, mesas con comida y bebida… alegran el ambiente donde se une lo comercial y lo festivo. 

PAISAJES RURALES Y URBANOS

Un cuadro fechado en 1919  titulado «Caserío o Paisaje urbano» nos sorprende de repente en nuestro recorrido. Está incompleto, con el fondo paisajístico bien trazado pero con unas figuras apenas esbozadas a lápiz en el primer término. Impresiona la leyenda que el hijo de Agrasot escribe de su puño y letra: «Pintando este cuadro enfermó / y murió mi padre, el pintor Agrasot, a los 82 años. R. Agrasot». 

Agrasot tenía una precisión fotográfica a la hora de retratar interiores y paisajes urbanos. Lo podemos apreciar en un cuadro de pequeñas dimensiones titulado «Casa del Chapiz. Granada», fechado en 1873. El pintor debió de ejecutarlo del natural, ya que reproduce, con extremado detalle, un patio de la mencionada Casa del Chapiz donde se pueden apreciar todos los materiales: la piedra de suelos y paredes, la madera de la baranda del piso superior con su ornamentación artesanal y de la vieja puerta entreabierta, la loza del barreño decorado en los tonos verdes típicos granadinos. 

Confirman lo anterior dos cuadros de distinto tamaño pero de temática muy cercana: la «Vista del puerto de Alicante», ya citada antes, que forma parte de la colección permanente del MUBAG  como una de sus joyas artísticas más apreciadas, y el diminuto y delicado cuadro titulado «Playa de Alicante», donde podemos reconocer los edificios y elementos más característicos de la capital levantina: las torres del Ayuntamiento, la cúpula de la concatedral de San Nicolás y, en primer término, las barcas varadas en la playa. 

Todo el protagonismo se le da a una barca en el cuadro del mismo nombre: «Barca», fechado en 1880, que nos hace un solemne retrato, casi humanizado, de ese vehículo marítimo que, durante siglos ha formado parte esencial de la vida de generaciones de levantinos.

Joaquin Agrasot en el MUBAG

TIPOS POPULARES

  Los tipos populares constituyen otro de los temas favoritos de Agrasot. En línea con la corriente del costumbrismo romántico que se da en las letras como en las bellas artes e incluso en la música, y que se prolonga con la alargada sombra del romanticismo en España hasta finales del siglo XIX, Agrasot pinta tipos con cierto toque folklórico y anticipadamente nostálgico: «Gitano con asno», «Huertano» y «Majo con guitarra» los tres fechados en los albores del siglo XX. Podrían perfectamente haber ilustrado algún artículo de costumbres de Antonio Flores. 

Sus ropas y calzado -alpargatas, fajas, chalecos, pañuelos a modo de turbante…- y sus adminículos -la guitarra, las macetas, una silla de enea…- acompañan armoniosamente la escena. El pintor es capaz de convertir en objeto artístico algo tan vulgar y cotidiano como el plato de loza que contiene la comida de las gallinas, el cual aparece en primer término en el cuadro del «Majo con guitarra». Gallinas que, por cierto, son tres, como tres gracias fáunicas, cada una con el plumaje de distinto color: amarillento, castaño y blanco. Curiosamente, estas tres gallinas vuelven a aparecer, en similar posición, en otro cuadro del artista: «Hilanderas de la provincia de León».

El camino que conduce, majestuosamente, a la figura del majo, está trazado por un amplio y colorido paño (las alforjas de mano) cuyas borlas se ven descuidadamente esparcidas por la tierra. Dos columnas de rural construcción enmarcan la silueta del majo que mira más allá del espectador, como también lo hace el gitano precediendo a su borrico con un brazo en jarras, típica postura de reto que igualmente exhibe el huertano. Hay, pues, unas coincidencias entre los diferentes tipos retratados, como si todos ellos pertenecieran a una categoría común por encima de sus diferencias. Los tres fueron pintados en la misma época, sin duda una de las más productivas del artista: en torno a 1900.

Odalisca Joaquín Agrasot

ODALISCAS

Las odaliscas son un motivo temático recurrente en Agrasot. Tanto es así, que una de ellas ilustra el anuncio de la exposición que estamos comentando. La odalisca como sujeto temático entronca con el gusto por lo oriental y lo exótico propio del romanticismo y evoca un erotismo atenuado, ya que las odaliscas eran unas mujeres muy especiales. Podían ser esclavas o no, pero en todo caso aparecen ligadas al harén, conjunto de féminas de las que tenía derecho a disponer un varón. La belleza física y la sensualidad están en la raíz de la definición de odalisca (en el diccionario de la RAE aparece la sensualidad como un rasgo distintivo). No obstante, las odaliscas de Agrasot tienen algo de íntimo, de casto y recogido. 

Que el tema de la odalisca ya estaba asimilado y socialmente aceptado cuando las pinta Agrasot lo demuestra el hecho de que el artista dedique a su esposa uno de estos retratos: «Para el álbum de mi mujer», dice la dedicatoria manuscrita y firmada por el pintor. Esto nos trae el aroma de los viejos y crujientes álbumes decimonónicos (en los que también escribió mi abuelo Daniel, que, sin ser artista, era capaz de trazar unas flores «a la aguada» para acompañar un poema). Álbumes que atesoraban (nunca mejor empleado ese término) dibujos, acuarelas, viñetas, versos, frases, dedicatorias de autores conocidos y anónimos, tradición que se conserva en el siglo XX con los cuadernos en los que coleccionábamos autógrafos. La odalisca que Agrasot regala a su esposa es solo la cabeza de una mujer de mirada profunda tocada con un velo.

Hemos dicho que las odaliscas de Agrasot son recatadas, lejos de aquellas escenas de harén con desnudos que pintarían, con más fantasía que realismo, otros artistas. Agrasot retrata mujeres que, más que odaliscas, parecen disfrazadas de odaliscas; incluso sus rasgos, de gran pureza, apenas son raciales. La ropa, a veces en forma de velos o chales cuyos pliegues se reproducen minuciosamente, las recubre hasta el cuello. Solo confirman su condición de odaliscas las joyas que las adornan y el escenario mobiliario (cojines, azulejos, tapices…), siempre con un fondo neutro. Respecto a las joyas, diademas de monedas ornan sus frentes, hermoseadas con los sueltos cabellos, y ajorcas exageradas aprisionan sus brazos y muñecas. Esto es un recordatorio de la desgraciada condición de la mujer casada en el mundo musulmán, donde el marido podía arrojarlas fuera del hogar sin alegar motivo alguno y sin que pudieran ellas llevar nada más que lo puesto. De ahí que algunas parezcan tenderetes ambulantes de monedas y joyas… o de baratijas. Hasta cuatro cuadros de amplia factura y tres más pequeños, incluyendo entre estos últimos el dedicado al álbum de su esposa, conforman la colección de odaliscas de esta exposición.

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