Tu vida ha sido un juego de batallas perdidas.
Porque has jugado limpio perdiste mil batallas.
El mal acecha siempre por los cuatro costados
y el mal es lo que brilla, lo que atrae la mirada.
Mientras el bien se esconde en la penumbra,
reluce el mal de anchas y negras alas.
Mientras el bien con poco se conforma,
el mal es el que grita, vocifera y reclama.
De qué valen los triunfos, los fracasos,
escaleras que suben y que bajan
y llegan al final al mismo sitio
que conduce a la nada.
Proyectos, ilusiones,
nubes deshilachadas
disueltas en el tiempo
que tanto y tantas veces nos engaña.
Pero tú sigues viva en tus quehaceres.
Las cándidas empresas te acompañan.
Los sueños te entretienen
mientras los días como ríos pasan.
Y hoy la soledad hace sus cuentas
y cuenta sus hazañas.
La crueldad de quienes te omitieron.
El desprecio de quien te dio la espalda.
La indiferencia ciega de quien no te conoce.
La distancia de aquel que nunca llama.
La pérdida de quien se fue sin despedirse.
La muerte que llevó a quienes amabas.
Solo el amor se yergue frente a tanta penuria.
El amor absoluto que ocupa cuerpo y alma,
que colma de personas, de paisajes,
y sobre todo de esperanzas.
Todo eso que quizá no vendrá nunca
o que quizá vendrá cualquier mañana.
Y en el recuento de lo sucedido
sin remedio, te paras.
Te asomas a un pasado abocado al presente.
No sabes el futuro que te aguarda.
Qué pena, padre, que no estés aquí.
Estando tú, seguro que todo se arreglaba.
No sé si encontrará su sitio un día
aquella colección que tú cuidabas,
que ocupaba tus tardes hacendosas,
hoy raída, vilmente mutilada.
Es posible que en breve se muera para siempre
como mueren los muertos, sepultada
de ambiciones espurias,
de incuria, de ignorancias.
Conservo el inventario
escrito de tu mano, dulce y sabia,
algunas piezas sueltas que tú mismo me diste
y aquellos largos ratos compartidos en casa.
Todo se pierde, mas también
al fin todo se halla
prendido en la memoria persistente,
envuelto en las palabras que lo guardan.
No es posible, lo entiendo,
que tan solo florezcan las flores. La cizaña
siempre crece a la par que las espigas.
No la mires, pobre alma devastada.
Mira solo la luz que te ilumina.
La de tantas estrellas, la de tantas
sonrisas que alegraron tus momentos,
como esas diminutas que te alcanzan
prolongando tu sangre desde lejos.
Escucha a quien te habla.
Y al que no te habla olvida y perdona si puedes.
Y tú sigue adelante como si regresaras.
Consuelo J de C
24 de mayo de 2024