24 DE JUNIO: 480 AÑOS DEL NACIMIENTO DE SAN JUAN DE LA CRUZ, PATRONO DE LOS POETAS. ¿QUÉ ES POESÍA?

Autora: Consuelo Jiménez de Cisneros.

Hace 480 años del nacimiento, un 24 de junio de 1542, de Juan de Yepes Álvarez, más conocido como San Juan de la Cruz, santo, místico y poeta. En su recuerdo y homenaje recupero un breve ensayo sobre la poesía que redacté hace más de veinte años. Tempus fugit

¿QUÉ ES POESÍA?

¿Qué es poesía? ¿para qué sirve la poesía? Muchos autores han tratado de contestarse estas cuestiones de manera muy variada; hay respuestas puramente subjetivas y poéticas -como Bécquer, cuando dice: «poesía eres tú»-. La retórica define la poesía como «sermo ornatus», es decir, habla adornada, que no respeta, por tanto, el principio de economía del lenguaje. Los diccionarios quieren ser más explícitos: uno de ellos (el de María Moliner) nos dice que poesía es «un género literario exquisito; por la materia, que es el aspecto bello o emotivo de las cosas; por la forma de expresión, basada en imágenes extraídas de sutiles relaciones descubiertas por la imaginación y por el lenguaje, a la vez sugestivo y musical, generalmente sometido a la disciplina del verso.»; otro (el ideológico de Casares) afirma que poesía es la «interpretación emotiva de la naturaleza o de la vida, en lenguaje bello, abundante en imágenes y sujeto a medida y cadencia».

Curiosamente, ambas definiciones insisten en dos factores: la emotividad y la belleza como determinantes de lo poético. Pero estimo que no existe una definición rigurosa que abarque todo lo que puede ser la poesía. Porque no concibo la poesía como un género aislado: poesía es toda la literatura, con mayor o menor grado de poeticidad, esto es, esa cualidad del lenguaje que lo convierte en lenguaje literario y que lo separa por tanto de la lengua común. Todas las obras literarias poseen esta especificidad de lo poético en diversa medida.

Y ¿cómo se consigue esa poeticidad? Conociendo y manejando de manera original los infinitos recursos que la lengua ofrece, de modo que se pueda decir, de la forma más atrevida y sugestiva posible, lo que podría decirse con palabras o expresiones convencionales.

Pese a la dificultad mencionada de definir la poesía, si tuviera que elegir una definición, me quedaría con la de Antonio Machado, «Poesía es la palabra esencial en el tiempo», que coincide con mi concepción abierta de lo poético, porque esa palabra esencial en el tiempo puede recitarse como un poema, cantarse como una canción, gritarse desde un teatro o redactarse como novela.

La poesía es algo que está presente desde los albores de la Historia humana y extendido universalmente. Se ha comprobado que todos los pueblos cantan, todos tienen una literatura de evasión, lírica o comprometida, en la que exteriorizar sus sentimientos sobre sí mismos, la vida, los otros, el mundo y la naturaleza; sus temores, deseos y conocimientos se plasman a menudo en palabras combinadas de modo que no se olviden fácilmente, que eso es el verso.

Se dice que a medida que un pueblo avanza en su desarrollo técnico, económico o social, su literatura se hace más compleja, más sofisticada. No hay comparación entre la simplicidad y economía de medios de la poesía del Romancero medieval y la riqueza, suntuosidad y artificio de la poesía barroca.

La poesía no sólo recorre la historia humana, sino también nuestra historia individual. Desde que nacemos somos acunados por canciones que contienen verdaderos pequeños poemas. En la infancia jugamos a menudo cantando versos, -los cantos de corro, de comba, etc.-. Cuando de adolescentes, oímos música, muchas veces nos paramos a deleitarnos en los textos, que pueden llegar a tener gran altura poética. En la lengua común, cada vez que acudimos al refranero o al chiste, estamos haciendo literatura. Y poesía es también el lenguaje empleado con ánimo lúdico o afectivo; así, la invención léxica con que se dirige la madre al bebé, o la retórica conversacional entre dos enamorados.

Todo esto no explica en qué consiste la gracia del verso, porqué nos sacude con su melancolía, su ternura, su humor o su fuerza descriptiva. Cómo se consigue eso. La necesidad de investigar científicamente el misterio de la poesía ha dado origen a gran número de métodos y corrientes.

Si tratamos el producto poético desde un punto de vista lo más científico posible, basándonos en datos objetivos y mensurables, el primer objeto de estudio sería la forma externa o el sonido del poema, y después lo que quiere decir su significado. Pero hay muchas más posibilidades. Un ejemplo reciente es el de relacionar la poesía con principios lógicos y filosóficos, como la aplicación de la matemática y la geometría al análisis léxico de poemas.

Para saber cómo funciona un juguete, una máquina o un mecanismo cualquiera, debemos mirar cómo está hecho por dentro. Igual sucede con el poema. Si un poema nos impresiona especialmente, podemos diseccionarlo para intentar comprender en qué reside su encanto, aunque siempre quede un misterio sin acabar de resolverse, la magia de la palabra, que, como toda buena magia, no tiene explicación racional.

Esto lo han sentido grandes críticos -como Leo Spitzer- que se dieron cuenta de que el positivismo (observación y análisis de fenómenos constatables empíricamente) no bastaba para dar cuenta de los sentimientos provocados por determinadas obras poéticas. De ahí que surjan teorías idealistas y espiritualistas para tratar de explicar el hecho poético.

La contradicción no se da sólo entre la necesidad de unos por convertir el análisis poético en hecho científico y la constatación por otros de que lo poético desborda los límites de lo científico, sino que lleva al ametodismo de algunos formalistas, que estiman que cada obra poética proporciona sus propios criterios de análisis, por lo que es imposible sistematizar de manera universal y coherente el estudio de lo poético. Así, no queda más remedio que acudir a la intuición, concepto tan defendido por críticos españoles como Dámaso Alonso, que permite disfrutar y entender el poema en diversa medida, según la capacidad y la sensibilidad de cada lector.

Así pues, son múltiples las teorías y métodos de acercamiento al misterio de lo poético. Simplificando mucho, podríamos hablar de dos líneas fundamentales: la primera cronológicamente sería el acercamiento extrínseco, y la segunda el intrínseco.

El acercamiento extrínseco se basa en lo que está fuera del texto literario, y puede adoptar perspectivas muy variadas. Los marxistas, por ejemplo, conciben la poesía como un producto social: Cervantes no sería Cervantes, sino el conjunto de factores históricos, económicos, sociales, que hicieron posible y necesaria su escritura. De no haber escrito él el Quijote, otro lo habría hecho. Así, más que una tarea peculiar de un individuo, la poesía o la literatura en general sería un producto social. Esta teoría tiene su base en el hecho de que, indudablemente, la poesía refleja la sociedad en que surge, bien sea para confirmarla o para criticarla.

En la misma línea extrínseca se situarían los que conciben la poesía como producto característico de un pueblo o de una nacionalidad. Esta es una tesis emparentada con el Romanticismo y con la «estilística genética»: siguiendo esta perspectiva, el Cantar del Cid reflejaría el alma castellana, las jarchas la mentalidad mozárabe, etc.

La crítica extrínseca en general, influida por el positivismo, utilizaba el texto como pretexto para estudiar aspectos externos al mismo: los relacionados con el autor (y ahí tenemos la psico-crítica o los métodos psicoanalíticos, según los cuales la obra es un reflejo de la sicología, obsesiones y experiencias de su creador), los relacionados con el receptor (y aquí encajaríamos los métodos marxistas mencionados), etc.

A principios del siglo XX, con el auge del estructuralismo y los movimientos poéticos de vanguardia, la situación cambia. Los poemas vanguardistas son un grito de atención del texto hacia sí mismo. Mediante la función poética, el texto atrae el interés del receptor hacia su forma y estructura. Esto propicia otros modos de acercamiento al texto poético que son los llamados métodos intrínsecos y también inmanentistas, aquellos que focalizan la atención sobre el propio texto.

Es evidente que todos los extremos son malos. Algunos formalistas -o sea, inmanentistas que se fijan sobre todo en la forma o en la gramática del texto- han estudiado el texto poético como una unidad aislada de su autor, su contexto histórico y social, su grado de recepción, etc. Esto permite profundizar en aspectos lingüísticos o retóricos muy importantes, pero parece evidente que sólo una adecuada combinación de los métodos extrínsecos e intrínsecos proporciona un acercamiento consistente y completo al texto poético. La estilística, que ha tenido grandes maestros en España, como Dámaso Alonso, sería un ejemplo de estos métodos eclécticos.

Dejando a un lado las teorías, hay algunos aspectos que sí nos pueden ayudar a entender cómo funciona un poema. Sin duda, el más evidente al oído es la musicalidad, el ritmo. Como decía el poeta francés Verlaine, «De la musique, avant toute chose» («ante todo, la música»). Y esta música, que hace que percibamos que un texto está en verso aunque se encuentre escrito en un idioma desconocido para nosotros, reside en unos elementos muy sencillos, como son: el número de sílabas de los versos, el esquema acentual (o sea, la distribución ordenada de los acentos), la rima, y las repeticiones y paralelismos.

Un poema, como cualquier obra de arte de la pintura o la escultura, puede llegar a gustarnos aunque no penetremos del todo en su significado; y ello es debido a esa envoltura musical de la que hablaba. Igual que nos agrada una canción en una lengua que no conocemos, nos puede agradar un poema aunque contenga imágenes que no sepamos descifrar. La poesía no siempre hay que comprenderla: hay que disfrutarla. Y si, además de disfrutarla de manera intuitiva, llegamos a desentrañar su sentido, el deleite aumentará.

Eso es lo que se debería enseñar en Literatura: las claves para conocer y disfrutar un texto. Pero este disfrute, como tantos otros, requiere un aprendizaje: «Aprended a amar la poesía». Para ello, no hay como tener la experiencia, íntima o colectiva, de leer y escuchar poesía.

Y es que la palabra bien dicha tiene una magia especial, que no es sólo cómo suena o lo que significa, sino cuanto nos evoca o sugiere, lo que se llaman las connotaciones. Tomemos el mar, que tan rico es en connotaciones y sugerencias de todo tipo. ¿Puede llegar a connotar con su inmensidad la monotonía de una vida triste y sin salida? Un anónimo poeta medieval lo consiguió con estos cuatro versos:

Miraba la mar

la malcasada.

Miraba la mar

cómo es ancha e larga.

Mas la poesía no se queda en el mero deleite sensible o estético ni en la expresión intimista de los sentimientos, sino que sirve para mucho más. La poesía social o de protesta ha sido muy importante para concienciar a la gente de una serie de problemas humanos, así como para ser la voz crítica de momentos históricos difíciles.

El poeta Gabriel Celaya decía: «La poesía es un arma cargada de futuro». Y con ello quería expresar que la poesía podía revolucionar planteamientos sociales y políticos y podía por tanto cambiar el futuro. En nuestra posguerra hubo en España una importantísima poesía social que sin duda contribuyó a hacer evolucionar mentalidades. Y en la transición del franquismo a la democracia, las canciones y las poesías tuvieron un papel decisivo en el cambio de sensibilidad y de ideas de la gente.

Esta es la función social del arte. La que tienen hoy también el cine, la televisión, la canción, cuando nos presentan conductas ejemplares, unas veces, en sentido positivo, y otras, en negativo, como evitables. Por eso es tan grande la responsabilidad moral del artista, porque su mensaje puede influir en las masas y transformarlas.

No obstante, no todos los poetas han pensado que la finalidad de la poesía deba ser didáctica o moralizante; no todos afirman su papel social. Construir un mensaje positivo o perseguir un mundo mejor pueden ser, para el poeta social, hacer poesía comprometida; y para el poeta puro, elaborar poesía con una finalidad exclusivamente estética.

La expresión «poeta puro» se refiere al que cree en el arte por el arte, en el hecho de que la obra de arte se basta a sí misma y no necesita justificaciones, sino que se ha de regir tan sólo por el principio de la consecución de la belleza. La poesía es, para estos últimos, una obra de arte que debe ser, en su forma, lo más perfecta, rigurosa y bella posible.

Pero ¿quién tiene ese poder de tratar la palabra como un objeto mágico, de hacer con ella verdaderas joyas, como decía Rubén Darío, «un diamante hecho soneto»? ¿Quién? Pues el poeta. Y ¿quién es el poeta, cómo puede hacerse uno poeta?

Dice el vulgo y yo coincido, que el poeta nace y se hace. Si le faltan una de estas dos condiciones, no llegará a ser un gran poeta. Necesita de la técnica y de la inspiración a partes iguales. Es falso que un poeta pueda serlo sin trabajo, sin lecturas, sin hacer muchos borradores. La poesía espontánea no existe. Muchos de los versos que parecen espontáneos y fáciles, al analizarlos percibimos en ellos una trabajadísima estructura. Es cierto que existe la improvisación en la poesía popular, pero la realiza gente avezada, y se trata de estructuras muy simples y repetitivas.

Así pues, un auténtico poeta necesita de las dos cosas: ese toque de magia que es innato, que es una sensibilidad, una forma de ver y captar el mundo, que llamamos inspiración; y eso otro que es adquirido, que consiste en el trabajo paciente y el continuo aprendizaje, la modestia ante los propios logros y la apertura a la labor de los demás, sin que ésta ahogue su personalidad, sin que se deje arrastrar de modas o corrientes, como decía Machado:

A distinguir me paro las voces de los ecos,

y escucho solamente entre las voces, una.

Y esa voz única, que no debe desoírse, es la voz de uno mismo.

No basta tener sensibilidad, receptividad y emoción para ser un gran poeta; bastará quizá para disfrutar de la poesía como afición. Hay poetas, llamémoslos así, que en realidad son artesanos del verso: saben construirlo, dominan ciertos efectos, conocen la literatura… Pero si les falta esa gracia divina, la inspiración o la chispa poética, por nombrarla de alguna manera, no llegarán a ser genios de la poesía.

Casi todos los adolescentes han sido un poco poetas. Mari Trini aseguraba en una vieja canción:

Quién no ha escrito un poema

huyendo de la soledad.

En efecto, la soledad, un estado de ánimo melancólico, exaltado o preocupado, es el más propicio a la poesía. Ni la indiferencia ni la dicha son fecundas poéticamente. La felicidad se basta a sí misma y se exterioriza de otras mil maneras. Poemas de júbilo hay pocos. En cambio, la tristeza, el dolor, la soledad, las complicaciones sentimentales, y también la miseria y la injusticia y el miedo, suelen ser buenas fuentes de inspiración para el poeta.

Esto no significa que el poeta tenga que ser una persona triste o depresiva. Aunque es cierto que la poesía surge muchas veces como un desahogo del corazón del poeta, como un grito de rebeldía o de amor, o como un gemido de dolor. Y se comunica con facilidad a los demás hombres porque todos, seamos poetas o no, sentimos o sabemos lo que significa sentir todo eso que solo el poeta acierta a expresar de tal manera que, al leerlo, nos reconocemos.

En definitiva, la buena poesía, la poesía de verdad, se comunica como el fuego, se propaga como la lluvia, se transmite con facilidad a los demás hombres; porque todos, seamos poetas o no, sentimos o sabemos lo que significa sentir todo eso que el poeta acierta a expresar de manera que al leerlo, nos reconocemos. El poeta es, pues, la voz de la humanidad, el transcriptor de los sentimientos y de las ideas de todo el género humano a través de su propia historia personal.

Por eso la poesía es universal. Porque aún nos conmueven los versos escritos por un poeta de hace dos mil quinientos años, o de hace cinco siglos, o de hace ochenta años… cuando comprobamos que sentían lo mismo que nosotros.

Esta Charla-coloquio sobre la poesía se impartió en el Instituto de Bachillerato de Pinoso (Alicante) el 18 de mayo de 1.993.

Fotografía: Monumento a San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús en Medina del Campo (Valladolid). Wikimedia commons.

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