Autora: Teresa Vidaechea
Entré a la misteriosa cámara con la extraña sensación de ser el primero que pisaba los escalones de la entrada en mil años. Traté de verla con los mismos ojos con que la vieron los sacerdotes de Palenque al dejar la cripta; quería borrar los siglos y escuchar la vibración de las últimas voces humanas: me esforzaba en comprender el mensaje que los antiguos mayas nos habían dejado inviolado. A través del impenetrable velo del tiempo, buscaba el imposible lazo de unión entre sus vidas y las nuestras.
Alberto Ruiz L´Huillier, científico francés cuando descubrió la tumba de Pakal II el Grande en 1952.
I PARTE. SUBIDA A PALENQUE
No había pasado media hora desde que salimos de Misol Ha cuando nos hallamos ante la puerta principal del sitio arqueológico de Palenque, junto a un guía que nos recibió sonriente, dispuesto a iniciar la visita en medio de una naturaleza exultante. Un joven amable, hay que decir, de nombre y apellidos españoles, pero sobre todo orgulloso de descender de los mayas. Nos dirigimos a la plaza que rodea el grupo de estructuras formado por el Templo de las Inscripciones y construcciones contiguas y bajo la sombra de un árbol frondoso inició su discurso.
Bastaron unos minutos de panegírico entusiasta dedicado a Pakal el Grande, el célebre gobernador e impulsor de las principales construcciones de la ciudad, para que mi mente volara dos años atrás reviviendo con nostalgia entrañables recuerdos de la experiencia vivida hacía dos años, cuando por primera vez visité las ruinas sola, sin preocuparme siquiera de contactar con guías experimentados, desoyendo las recomendaciones recogidas en los folletos turísticos. Y ello aún a costa de perderme explicaciones que me ayudaran a recrear lo que pudo ser la gran ciudad llamada en la antigüedad Lacan Ha (“Aguas grandes”) y Palenque mucho después, en el siglo XVI, por decisión de Fray Juan Lorenzo de la Nada. Se cuenta que escogió el vocablo de origen catalán por su significado ”empalizada, defensa,…” parecido al de Otulum: “tierra de casas fuertes, amuralladas”, nombre con el que los choles llamaban a las misteriosas ruinas.
En aquella ocasión, antepuse a cualquier consideración el deseo de aventura, y como guías elegí la curiosidad y las emociones que a cada paso suscita el fabuloso paisaje elegido como emplazamiento: una meseta que se extiende a los pies de la montaña de Tumbalá, en plena selva, y las inesperadas estructuras; eso sí, echando mano de rudimentarios conocimientos sobre la civilización maya adquiridos algunos días antes, unos pequeños prismáticos para acercarme a las alturas y un plano que me guiase durante el recorrido.
Mientras observaba en grupo el Templo de las Inscripciones con nuestro amable guía, recordaba con exactitud fotográfica, y lo echaba en falta, al niño de unos doce años (quizás más y me despistara su apariencia menuda y escasa altura) que conocí durante mi primera visita a Palenque en el 2017, el año del terremoto, cuando me salió al paso nada más entrar en el sitio arqueológico y se ofreció como acompañante con tal gracia y desparpajo que no pude resistirme.
-Pero ¿tú qué haces aquí un jueves a las 11 de la mañana en lugar de estar en la escuela? -le pregunté.
-No tengo hoy escuela, doña -me respondió-, la están pintando y así aprovecho para llevar algo de dinero a casa.
-Está bien, si es así vamos a ver qué sabes, porque yo veo sólo ruinas desvalidas que parecen brotar de la selva, y si no eres capaz de darlas vida, de contarme algo que me convenza, lo que me pide el cuerpo es sumergirme en esta misteriosa jungla con alguien que se atreva, porque mira -y hablaba muy en serio- subirme hasta allá arriba, le decía señalando el Templo de las Inscripciones en lo alto de la pirámide-, no lo tengo nada claro. Sufro de vértigo y, en el improbable caso de atreverme, me vería obligada a bajar de nalgas, una vergüenza para una señora ¿no crees?
Todo ello y acaso algo más le dije mientras calculaba la altura que alcanzaría esa escalera empinadísima, de peldaños altos y poco profundos, que con su sombra aligeran el peso de la artificial montaña y acentúan su pendiente.
-Órale, tiene que subir, doña -insistió-, si no lo hace se va a perder una de las mejores vistas de Palenque, con la selva alrededor y la llanura infinita al noreste que termina en el mismísimo golfo de México, en el estado de Tabasco.
-Ya veo que dominas la Geografía, pero no me convences -le confesé avergonzada.
Tenía toda la razón el chico, las cosas como son: subirse a la cima del elevado templo era la única manera de percibir el valor estratégico del emplazamiento palencano: a la abundancia de agua que proporcionan los torrentes al descender de la montaña; la preciosa madera de sus bosques y la piedra, materias primas imprescindibles para construir tamañas estructuras, se suma la cercanía de la gran arteria representada por el río Ursumacinta, en cuyas orillas surgieron otras ciudades mayas tan pujantes como Yaxchilán y Bonampak, más al sur de Palenque, que con ella competían, peleaban y trababan alianzas. El largo recorrido de este caudaloso río, línea fronteriza con Guatemala, hasta las desembocadura tras unirse con el río Grijalba, fue clave para la expansión comercial de Lacan Ha y su afirmación como potencia política durante el periodo de mayor esplendor bajo el reinado de Pakal II El Grande y su primogénito.
No tenía ninguna duda: había que subir, ver de cerca los magníficos altorrelieves, o lo que de ellos quedara, situarse bajo la bóveda que cubre el pórtico de acceso al interior del templo; recorrer el interior del pequeño santuario, las dos crujías laterales e identificar a ser posible los restos abundantes de epigrafía; sobre todo, los famosos tableros repletos de inscripciones jeroglíficas del cuarto central, cuya traducción ha permitido reconstruir la historia de la ciudad de Palenque… Había que empaparse del magnífico paisaje.
Dos años habían pasado desde aquella experiencia y de nuevo me encontraba en el mismo sitio y con el mismo pánico de entonces. Nada había cambiado excepto que ahora me sentía más segura y arropada gracias al ambiente amistoso y de espontánea colaboración con algunos compañeros de viaje, una situación ideal, me repetía, para desbloquearte y superar el vértigo dichoso que tanto te limita…
El guía nos contaba que la pirámide del Templo de las Inscripciones, contra lo que se había creído hasta entonces, no era un mero basamento, sino la tumba del mismísimo Rey Pakal II el Grande ( 607- 683 D.C.), construida en vida por el mismo gobernante; y llamaba nuestra atención sobre un pequeño sepulcro construido allí mismo, junto a nosotros, como recuerdo, homenaje y reconocimiento del Estado de México al arqueólogo Alberto Ruz Lhuiller, quien descubrió en 1952 la Cripta de Pakal, ubicada en la base de la pirámide. Este gran investigador intuyó, mientras llevaba a cabo trabajos en el pavimento del interior del templo, que algún misterio se ocultaba bajo dos losas del cuarto central; al levantar una de ellas se topó con una doble escalera abovedada oculta bajo escombros. Tras cuatro años de ímprobo trabajo logró limpiar el túnel hasta llegar al final de las gradas, donde un corredor sin salida cerraba misteriosamente el paso. ¿Para qué tanta escalera? Algo tenía que haber más allá. Una losa triangular atípica en el muro sugería la existencia de una cámara oculta y la presencia de seis esqueletos: cinco de hombres y uno de mujer sacrificados en una pequeña casa enfrente de la Pirámide, afianzaba la sospecha de encontrarse quizás ante un santuario
Efectivamente, al mover la pesada losa apareció una cámara cubierta con bóveda falsa y unas vigas transversales que trababan la estructura para impedir el desplome de la estancia por el apabullante peso de su carga. En las paredes, altorrelieves de estuco policromado representaban a nueve personajes de tamaño natural. Hasta ese momento, todavía el arqueólogo creía encontrarse en un santuario con un altar en el centro. Sólo tras conseguir levantar la tapa monolítica del sarcófago, una lápida de más de siete toneladas y hallar los restos mortales de un alto personaje, acompañado de rico ajuar con preciosas cuentas de jade, las piezas de una máscara funeraria del mismo material, pectoral, brazaletes, diadema, unas manos ensortijadas con cubo y esfera de jade y bajo el sarcófago dos cabezas realistas modeladas en estuco, que podrían ser verdaderos retratos del difunto, entendió, temblando de emoción, que el santuario era en realidad una cripta y el supuesto altar el mismo sepulcro de Pakal II el Grande: un hallazgo extraordinario que superaba con creces cualquier expectativa y rebatía las hipótesis barajadas hasta entonces respecto a la función de las pirámides mayas.
En la estructura XIII, contigua al Templo de las Inscripciones, se encontró posteriormente la cripta y sepulcro de la llamada Reina Roja, por el color del cinabrio que en grandes cantidades la cubre. Aunque faltan pruebas inequívocas, las hipótesis apuntan a su identificación como mujer de Pakal, por la cercanía a la tumba de este Rey, el rico ajuar que la acompaña y su cráneo alargado, una deformidad provocada que la distingue como aristócrata del resto de la población. Junto a su cuerpo yacían los restos humanos de una joven y una niña, sacrificadas para acompañar a la difunta en su viaje al Xibalbá; una costumbre brutal que en la civilización del Nilo se reemplazó muy pronto con la pintura y escultura, capaces de revivir en la otra vida a la cohorte de parientes y servidores que debían acompañar al faraón, terminando así con el cruento ritual.
Mientras mis compañeros ascendían y esperaban que me acercara y me uniera al grupo, me encogía de hombros y les miraba en señal de impotencia. Definitivamente no era capaz, “acéptalo”, me decía frustrada, no pasa nada, cuando sentí una mano amiga sobre mi hombro.
-¿En qué piensas? ¿Qué haces aquí paralizada mientras la vida corre delante?
Me hablaba una voz conocida que, para mi asombro, adivinaba a la perfección lo que sentía en ese preciso momento. Me giré y cuál fue mi sorpresa al encontrarme, cara a cara, con Juan, el arqueólogo de Chiapa de Corzo, que me miraba burlón y divertido.
-¿Pero cómo tú por aquí? -le pregunté.
-Por trabajo, pero olvídate, qué más da -me cortó-, “ahora céntrate en lo único que interesa: iniciar el ascenso hasta llegar a la cima.
Me hablaba con una seriedad y determinación tales que poco me faltó para no salir corriendo. Sin dejarme rechistar, siguió con su discurso.
-¡Haz el esfuerzo por lo menos, caramba! Imagínate por un momento, que al superar los nueve niveles de la pirámide, que para los mayas representan los del Xibalbá, el Inframundo, tienes que enfrentarte y vencer a las fuerzas malignas, al igual que hizo supuestamente Pakal cuando murió y descendió a esa región del Universo con la ayuda de los nueve señores de la noche labrados en las paredes de la cripta. Sólo que en lugar de jaguares y otras presencias del inframundo, tus deidades se manifiestan a través de ese pánico irracional que te paraliza cuando tienes que dar pasos o afrontar retos. Al igual que Pakal cuando asciende triunfante del inframundo encarnado en K’awiil, dios del maíz, tú puedes subir la escalinata con la misma fuerza de la planta que al brotar abraza el cuerpo del joven en la lápida.
-Espera, espera que me estoy perdiendo con tanto lío» -le interrumpí-, y además: ¿cómo puedo estar subiendo nueve niveles para bajar al inframundo? ¿No tendría que estar bajando? -añadí sintiéndome cada vez más acorralada, junto al pequeño altar circular cercano al arranque de la escalinata.
-En el arte todo es posible, lo deberías saber; es el reino de la ambigüedad, no te tomes el relato tan literal si quieres entender algo. Pero ¿cómo? -continuó persuasivo-, «¿es que no has ido todavía al Museo del Sitio? ¿No has visitado el sepulcro, ni has visto el magnífico simulacro de la cripta? Espera un momento.
Y se acercó a un puesto de artesanías para volver enseguida con un amate que reproducía el célebre altorrelieve.
-Esto me vale de momento, pero…; yo todavía no me he muerto -le interrumpí suplicante- no me vale la metáfora.
-¿Cómo no? -continuó- La muerte para los mayas es un accidente transitorio, como para ti la parálisis, ¿comprendes? Estaban convencidos de que la vida es siempre la de los mismos hombres y mujeres, que se repite en ciclos diferentes perfectamente definidos y cuantificados. Si es así, volveremos a estar juntos aquí dentro de unos cuantos miles de años -me miraba con ironía guiñándome un ojo.
-Hombre, espero verte antes en San Cristóbal con un vino -objeté, simulando mal la tranquilidad que me faltaba.
-Antes espero verte más segura de ti misma respondió al instante, con un dominio de la situación que no sólo lo parezca: feliz y relajada, como está aquí Pakal. Mira -me dijo señalando al personaje-, ya lo ves, encarnado en un joven sonriente, con las piernas dobladas y recostado plácidamente sobre el monstruo de la tierra: un mascarón descarnado y aterrador, con grandes fauces que muestran la entrada hacia el inframundo. No hace falta que te sientas como el gobernante, epicentro cósmico, pero sí que logres algo de su paz y desenvoltura. Observa el desenfado con el que dirige el orbe a través de su eje, una cruz que delimita los cuatro sectores cósmicos (esos que forma el sol en su desplazamiento de este a oeste), formada por una serpiente bicéfala con las mandíbulas superiores de cuentas de jade y otra cabeza rematando el final, símbolos todos ellos de la abundancia y fertilidad, y más cosas que irás viendo…me decía misterioso;. fíjate cómo la cruz parece brotar de su propio cuerpo, o más allá aún, del mismísimo inframundo. En la mitología maya se asocia con la ceiba sagrada, árbol de la vida y eje del mundo, una idea que refuerza esa otra serpiente bicéfala, de enormes fauces, ensartada en la parte superior, cuyo cuerpo de cuentas de jade, flexible y curvo sostiene la bóveda celeste que culmina para muchos con la representación del Sol de mediodía en el cenit, bajo la apariencia de un quetzal de vistosas plumas, y para otros con la imagen de Itzamná el Dios supremo, padre y madre de todos los dioses.
No satisfecho aún con su ocurrente paralelismo, continuó mi amigo su monólogo sin darse respiro, ni a él ni a mí debo decir, y como si estuviera delante del sarcófago se deleitaba con sus logros artísticos: ejemplo de refinamiento inigualable de la línea en movimiento, de la técnica más depurada. Composición ascendente que refleja las tres regiones del universo, expresión delicada y simbólica de los tres ámbitos de la cosmogonía: inframundo, terrestre, celeste. Figuración del ciclo del maíz, base de la alimentación en Mesoamérica y por ello, mito universal de la fecundidad que se une íntimamente a la resurrección de Pakal y sus ancestros representados de medio cuerpo en los lados del sarcófago junto a un árbol frutal, cuando salen del inframundo a la tierra de camino al cosmos. Un conjunto de símbolos que se refuerzan unos a otros «¿Comprendes?” me preguntó mirándome por fin, le iba a responder, que a medias, pero continuó sin dejarme rechistar como si le hubieran dado cuerda: resurrección del sol tras descender cada noche a las profundidades y renacer victorioso cada día hasta colocarse en el cenit. Y mirándome fijamente a los ojos concluyó:
-Por si no te has dado cuenta todavía, se trata de representar nada menos que la muerte y el renacimiento de Pakal, identificado con el dios del maíz, y de toda la dinastía de Palenque, y su ascensión al ámbito celeste, morada de los astros y deidades del universo.
-¡Madre mía! -exclamé.
-Observa -continuó sin hacerme ni caso-, cómo en el marco de la lápida se representan los símbolos de sol, la luna, las estrellas y por si hubiera alguna duda en el canto de la misma- en una larga inscripción – fíjate bien cuando estés en el Museo- se indican las fechas del nacimiento, entronización y muerte de Pakal y de sus ancestros anteriores. Toda una cosmogonía al servicio del poder dinástico, de su legitimación, ¿Qué te parece?
Mientras le escuchaba abrumada me olvidé del vértigo y de todos los pesares habidos y por venir. No sé ni cómo me vi de repente subiendo los primeros escalones, en zigzag, tal como él repetía insistentemente. Detrás de mí, sentía muy cerca su segura presencia y en susurros el ofrecimiento de unas manos generosas para sostenerme si dudaba de mí misma y volvía la flaqueza. Con cada respiración me llenaba de aire puro y relajante que me animaba a continuar la escalada. Andaba ligera pero sin prisas, disfrutando el ascenso hasta que superé la última grada. Entonces impaciente me acerqué al borde del basamento del templo. No tenía ojos más que para el formidable paisaje: con el Palacio y su torre a mis pies, la vigorosa selva acechando a las estructuras, de pantalla el intenso azul del cielo y sí, por el noreste la llanura infinita de la que me habló hacía dos años el niño.
En silencio compartimos juntos la emoción del momento y el gesto tierno de una mano estrechándome en señal de victoria mientras contemplamos absortos la espectacular panorámica: la selva colma el paisaje acechando a las ruinas para conquistar su espacio primigenio. Ya había invadido la ciudad tras su abandono a mediados del siglo IX d. JC; según recuperaba el lugar que le había sido arrancado, hundía sus raíces en las mismas entrañas de las grandes estructuras y áreas residenciales que quedaron de este modo irremediablemente prisioneras de la espesura; accidente que plantea hoy el difícil dilema de elegir entre desvelar incógnitas o preservar la naturaleza.
Cuando llegaron los españoles en el siglo XVI la ciudad se hallaba totalmente abandonada desde hacía 600 años y lo que alcanzamos a ver hoy apenas llega al diez por ciento de la superficie ocupada durante el periodo Clásico, el de mayor esplendor. Hoy, sombra de lo que fue, las ruinas muestran un descuido hiriente y sobre todo el irreparable daño causado por las filtraciones de agua en sus muros, que han erosionado los relieves de estuco policromado que un día revistieron fachadas e interiores hasta hacerlos caer o dejarlos irreconocibles. Con demasiada gente y bullicio desde que la carretera llega hasta la antigua ciudad, los despojos, pese a la desorientación generada por el tumulto y la pérdida del encanto que envuelve el misterio, consiguen alzarse retadores en plazas inabarcables ante el perplejo visitante que inquieto, busca respuestas.
-Ven y observa ahora los altorrelieves -dijo al fin mi compañero, tras darle tiempo al descanso y al silencioso abandono en el paisaje. Se refería a dos muy deteriorados, labrados en las alfardas que enmarcan los peldaños de acceso, en el último tramo de la escalinata. Con mucha imaginación y la inestimable ayuda de los dibujos que me iba mostrando en su móvil, realizados por magníficos dibujantes que acompañaron al gran arqueólogo, reconocí a los dos cautivos arrodillados con grandes glifos en el pecho, ¿esperando quizás su terrible sacrificio? me preguntaba a mí misma sin querer creerlo. Ambos con la mirada vuelta hacia el templo, y la fecha de nacimiento del Rey Pakal el Grande: 28 de marzo del 603 d. JC, grabada en tres cintas atadas en sus taparrabos, símbolo de sumisión. Siguieron después los altorrelieves de los pilares que enmarcan los cinco vanos de la galería; pese a su deterioro, excelente muestra del estilo palencano. Destaca entre ellos la figura de un Rey de pie, de tamaño natural, con todos los atributos de poder: el tocado de plumas, la falda de piel de jaguar, taparrabos y cinturón ceremonial, brazaletes, pendientes y collares de jade. Lleva en sus brazos a un niño, mitad humano y mitad serpiente. Un personaje híbrido que para algunos representa a Chan Bhalum, primogénito de Pakal, con la identidad del Dios K, atributo de inmortalidad, llevado en brazos de su padre. Para mi amigo, en cambio, se trataría de la personificación del rayo en forma de hacha cuya hoja se hunde en la frente del niño, que el Rey sujeta a su vez con la mano; simbolizando, de este modo, el cetro de Chan Balhum, primogénito y heredero de Pakal el Grande, quien se esmeró en terminar la obra iniciada por su padre.
-En cualquier caso -concluyó-, está claro que la escultura busca legitimar al gobernante como sucesor mítico de Pakal.
En el resto de la fachada, un esqueleto de lo que fue ha desaparecido o es irreconocible en la decoración que existía en el arquitrabe de alero saliente y en los inclinados friso y cornisa. Sin embargo, por analogía con obras similares, es muy probable que se encontraran reyes de la dinastía palencana modelados en estuco, sentados en su trono separados por intervalos fijos junto a mascarones, símbolos astrales y tableros con glifos. En algunos lugares de la fachada son aún apreciables restos de la policromía simbólica que cubría todas las esculturas: azul turquesa en referencia a los cielos, amarillo en alusión del inframundo y rojo al parecer en los fondos. Se ha perdido el revoco seguramente rojo que recubría los muros del exterior y de la crestería resta solo una pequeña parte.
-¿Cómo te sientes bajo esta cubierta?
Me pareció que quería probarme, ver hasta donde llegaba mi intuición…. «En las puertas del cielo más que en la entrada del infierno», me dieron ganas de decirle sin atreverme. Pero, ¿por qué tengo esta impresión? ¿no sería esto la entrada al inframundo, o sea la tierra?, me preguntaba intentando afinar mi respuesta. La solución técnica es similar a la adoptada por ejemplo en las bóvedas falsas que cubren las cuevas de Menga y el Romeral, esas tumbas colectivas de la Edad del Bronce, o en el sepulcro del micénico Artreo, pero mientras que en todas ellas la cubierta se asocia con la idea de espacios cerrados y oscuros, casi semienterrados, acordes con su destino, aquí se amplía la sensación espacial porque el pórtico parece concebido para proyectarse en el firmamento, a modo de atalaya abierta al cosmos, a través de cinco grandes vanos en lugar de los tres que caracterizan al resto de los templos palencanos. Un efecto espacial que se multiplica con la luz intensa, el cielo azul y la altura de más de treinta metros en que nos encontramos. «Sabes», me atreví por fin a responderle, no sin cierto reparo, «muchas dudas y miedo al ridículo, me parece encontrarme junto con Pakal, sus ancestros divinos y toda la cohorte de astros, nada menos que en el nivel celeste del Universo maya». Asintió en silencio y me respondió con un enigmático «Tiene sentido no vas desencaminada», que me tranquilizó.
Cerrado el acceso al interior del santuario y a la Cripta, llegó el momento de bajar a la Plaza de nuevo; sin embargo me resistía a la idea: todavía no, pensaba; quería quedarme un poco más, ¡me había costado tanto subir! La pesada carga que arrastraba se fue aligerando por el camino según iban cayendo los miedos por un lado, los bloqueos por otro, la impotencia y bastante menosprecio hacia mí misma. Llegué a la cima tan ligera como algunas nubes que salpicaban el cielo. El esfuerzo se merecía un respiro, más tiempo para el sosiego, un descanso para disfrutar de la serenidad conquistada e incluso de la satisfacción, esa que llega tras superar retos por pequeños que sean.
II PARTE. PLATICANDO EN PALENQUE
-Te veo muy meditabunda, me dijo con una cara de adivinar, una vez más, lo que estaba pensando- ¿No me digas que han vuelto los miedos, el vértigo, tus fantasmas y te lo estás pensando?..
-Sabes muy bien que no. En absoluto. No siento ningún miedo. Bajamos si tienes prisa ahora mismo. Al revés, estoy muy tranquila, en paz y hasta pletórica, después de haber logrado subir. Dos años me ha costado que se dice pronto. No sé cómo agradecértelo, no tengo palabras……
-No exageres, el esfuerzo lo has hecho tú, no lo olvides, yo solo te he acompañado
-¿Y te parece poco? Estar cuando lo he necesitado, ni antes ni después, es un arte que practican sólo los amigos de verdad, pero has hecho más, mucho más, lo sabes bien.
-Pues no me ha parecido para tanto. He disfrutado mucho contándote lo poco que sé y sobre todo de tu compañía. A mí me encanta subir y salvo excepciones, soy así de rarito, sinceramente prefiero hacerlo solo. Quedémonos un rato más si lo deseas; descansemos antes de ir al Palacio, conversemos… Disponemos de tiempo y el día tan claro y luminoso lo merece. Nos sentamos aquí si te parece en el borde de la escalinata, bebemos agua y comemos estos frutos secos- me dijo ofreciéndome unas ricas almendras y cacahuetes- para reponer la energía antes de seguir.
-Yo precisamente la energía la he repuesto, o redoblado para ser más exactos, respecto a la que tenía antes de subir; pero sí me apetece mucho hacer una parada en el camino y charlar contigo tranquilamente, sobre todo eso si no te importa.
-Mira, te voy a ser sincero: si no hubieras subido tampoco te hubiera supuesto ningún drama, hay muchos lugares interesantes y hermosos a los que puedes llegar sin subir tanta escalera, incluso más que este o que lo igualan. Seguro que los conoces bien y pueden compensarte de no conocer este lugar, aunque sea insustituible…
-Ahora sí que me desconciertas de nuevo. Es tu juego conmigo desde que te conozco. Si piensas así ¿por qué tu insistencia? No he visto nunca desplegar mayor maestría en la estrategia de la persuasión que la que has practicado conmigo, que siempre te agradeceré.
-Pues sí, tienes razón, te digo el porqué: no soporto el miedo descontrolado. Lo he padecido y me ha marcado demasiado. Mi madre era una mujer con un miedo atroz y enfermizo a todo, casi paranoico, lo que es peor un miedo contagioso que definitivamente me ha marcado toda mi vida como un pájaro de mal agüero: arrastra consecuencias que pueden ser nefastas por exceso o por defecto si no consigues controlarlo, y sobre todo te hacen perder un tiempo precioso. Te lo digo por propia experiencia…-iba a preguntar pero no me dejó hablar, para variar- Estoy convencido aparte de todo, de que el miedo ha sido uno de los motores más poderosos de la historia.
-Me parece que empiezo a intuir por donde vas: las mujeres lo llevamos metido en todas sus variantes, viene de abuelas a madres, de madres a hijas…
-Y de padres a hijas, pregunta a las mexicanas -remató-. Pero el miedo del que yo te hablo es más sutil si me permites; lo puedes encontrar oculto en hombres y mujeres brillantes e independientes, personas que lo han mamado desde pequeñas y lo llevan muy dentro desde la infancia, y bien que lo disimulan. Les han inoculado el miedo a la gente y la desconfianza hacia todo lo que personalmente no puedan controlar de forma exhaustiva -¡imagínate el estrés!- por los peligros que puede entrañar- ¡sólo y siempre peligros en esta vida!, insistiendo en la machacona idea, con tal intensidad y constancia que ya la vida se convierte en una carga muy pesada desde la más tierna infancia y no te digo en la adolescencia, muy difícil de compartir con los iguales. Y si encima la educación recibida sobrevalora la parte intelectual, descuidando las emociones que se desarrollan con el juego, en el contacto con el otro durante las relaciones cotidianas y naturales del niño y en la vida que transcurre espontáneamente, en el día a día, o en su defecto, lo que es singularmente arriesgado, como dios te dé a entender…; si además te han hecho creer que tú eres diferente al resto de los mortales, por tus cualidades únicas, tu especial sensibilidad, tus enormes diferencias, en este caso excelentes claro…, es muy difícil aunque luches en un momento dado con toda tu rabia por salir del callejón, no acabar eligiendo por puro cansancio, ir por libre, de llanero solitario o bien buscarte espejos donde mirarte, por supuesto de los que deforman-; es aquí, cuando la persona llega a ese punto tan dañino donde se originan errores de bulto e interpretaciones falsas sobre todo tipo de cuestiones que no se dominan, con el desprecio más absoluto al sentido común que permiten el orgullo y la arrogancia del que se cree radicalmente distinto. Lo que disgusta, da miedo o simplemente cierta desconfianza, se rechaza al principio, luego se niega y si hace falta se cambia y adapta a su conveniencia, mejor decir a su cobardía disfrazada, con mil argumentos que puede encontrar, primero en su cabeza que da mucho de sí y luego por doquier; iluminados no faltan y para todos los gustos. Se termina en un callejón sin salida, a distancia cada vez mayor de la anhelada normalidad que en el fondo siempre han deseado- calló unos minutos como si estuviera recordando- El miedo otras veces- siguió argumentando- va ligado al desamparo real o sentido en la infancia que lleva a buscar casi rabiosamente un control absoluto de todas las situaciones en busca de una autosuficiencia rebelde; las consecuencias son muy parecidas al caso anterior aunque menos dramáticas si no falla la empatía ni la capacidad y el deseo de relacionarse con la gente, pero sufren mucho también, se deprimen y sobre todo se agotan, están casi siempre agotadas estas personas. Por cierto, tú en cuál de estas situaciones te identificas…-ahora le corté yo-.
-Para, para, te toca a ti contestar primero a algo hoy por la mañana, que yo no he parado de hacerlo- nos reímos a carcajadas con una complicidad asombrosa-
-Tienes razón, ¿esta claro no?, lo sabes de sobra: con la primera, ha sido mi cruz y todavía lo es en cuanto me descuido y me dejo llevar por los mecanismos con los que he logrado sobrevivir o mejor malvivir mucho tiempo.
-Entonces tú serías de los antivacunas,¿ no?, por poner un ejemplo fácil. No lo dudes ni por un momento, pero fíjate no sería, si cabe, de lo peor que podría llegar a rechazar. Una auténtica locura
-Pero, por lo que veo, conseguiste salir del callejón del gato ¿no es imposible hacerlo entonces? Por favor, dime cómo lo lograste
-Con un amigo de verdad a quien no pude manipular con mis patrañas, que me enfrentó con mi verdad. Algo que no tiene precio en esta vida. Yo tengo una deuda muy grande hacia este amigo que me ayudó, y la pago echando una mano a los que veo de alguna manera presos del pánico.
-No te entiendo, explícate, por favor, me tienes en ascuas,¿ cómo conseguirte salir?
-Con humildad, así de simple, básicamente… con humildad, aceptando las limitaciones naturales del ser humano y por tanto las mías; ya ves tú qué perogrullada.
-¿Y ya está?
-No, es sólo el primer paso, después hay que ser valientes, como lo son muchísimos seres humanos que viven y salen adelante en situaciones terribles y no tan terribles. ¡Qué caramba!,, que se enfrentan a la vida con coraje, día a día, y van aprendiendo de los errores inevitables. Sin error no hay conocimiento. Te diré más, en este punto del camino de vuelta, lo difícil es controlar el orgullo y la soberbia y aceptar los problemas de la vida, pequeños y grandes, sin miedo. Dejar de encubrirlos, cambiarlos o sustituirlos por otros mucho más engorrosos y absurdos, que bastante tenemos con lo que tenemos, y aprender de ellos, como los grandes escritores y con el sentido común de la gente sencilla, sin olvidar consultar a los que saben del tema, claro. Suele ser muy útil y ahorra tiempo.
-¿Y luego? Hay algo más.
-Acudí a un buen profesional preparado para casos como el mío, un excelente psiquiatra que me ayudó muchísimo. Fue definitivo. Bueno y ahora te toca a ti, ¿con qué situación de las descritas te identificas?.
-Pues sabes qué, después de todo este ir y venir con el miedo, has conseguido que me caiga bien hasta mi madre. Y te lo digo muy en serio, sin bromas, no hace falta que te rías- que lo hacía con ganas-
-Por favor, explícame este resultado tan imprevisto.
-Pues sí mira, es muy fácil, miedo me metió a raudales, sobre todo para no quedarme embarazada; qué digo para no aproximarme siquiera a la posibilidad remota de quedarme; y para que no se me ocurriera levantar las alas, como un día me comentó con toda naturalidad uno de mis hermanos mayores, que ya puedes deducir de qué pie cojea, que se lo oyó decir a mi madre cuando yo rondaba los siete u ocho años y parecía por lo visto pasarme de lista en el colegio, en el mejor de los sentidos, y me subía a los árboles a pesar del vértigo para no parecer boba en un mundo masculino que no hacía concesiones, en el que ya soñaba mucho y más que iba a soñar para sufrimiento de mi madre. Sin embargo nunca me sentí abandonada -un poco me hubiera venido bien la verdad- ni tampoco me metió el miedo que siembra la desconfianza y el pánico a la vida, el rechazo a los momentos inesperados de felicidad y de plenitud, como seguramente debió hacer su madre, la de la mía, con ella. Ni me llevó a las monjas porque no iba a aprender nada. Tenía unas cuantas ideas muy claritas. En mi casa se sentía todos los días la alegría de vivir, a pesar de los pesares, y esto que para mí era tan natural parece, a tenor de lo que cuentas, que no estaba a la orden del día en muchos hogares. Por eso te digo que sólo por ello que no es poco, hoy me he reconciliado con mi madre, porque me transmitió fuerza, vitalidad, espontaneidad, confianza en la gente y en la vida aunque luego no tenía ni pajolera idea de cómo compaginar todo eso que ella misma prodigaba con mi educación. Yo creo que conmigo sintió miedo, más del que yo la profesé, y por lo menos tanto como el que ella tuvo hacia su madre que era una santa, como comprenderás, mandaba mucho y la tuvo como una vela. Si hubiera vivido esa señora, me confesó un día mi padre muy serio, no nos hubiéramos podido casar ni de coña.
-Pues no sabes cuánto me alegro de haber logrado reconciliarte con tu madre y con tu pasado nada menos- dijo tronchándose de la risa-.
-Espera un poco, tú me preguntaste por el miedo y mis bloqueos y yo no he hecho más que comenzar. Mi miedo y mis bloqueos vienen, como los de muchas mujeres de la clase media y media alta, sobre todo, no soy nada original en esto, de una mentalidad antigua, rancia y más pesada que la lápida de Pakal, de la que fue víctima mi madre y la suya y la de más allá y, en la que, usando palabras de Doña Emilia Pardo Bazán, no se reconoce de verdad el derecho de la mujer a tener un destino propio. Así de simple; sigue siendo natural que lo principal sea ocuparse de la casa, de los niños, por supuesto que estudie y trabaje si lo desea- el por supuesto sólo hace algunos años-, y si le resta tiempo o si se necesita en la familia claro, planteamiento del que deriva un estrés de aquí te espero, una de las causas que explican por cierto la baja natalidad en España; y aunque su salario sea fundamental para el sostén familiar. Es más, aunque le sobre generosidad y altruismo para entregarse a la familia o a los problemas que coyunturalmente puedan producirse, aparcando sus sueños, sea incluso excelente en su trabajo, cuesta reconocerle el mérito debido y sí, en cambio, el sacrificio realizado porque es precisamente en esa renuncia a sus intereses personales, en esa abnegada dedicación donde reside al fin el marco de sus obligaciones y donde ha de demostrar todo lo que, desde tiempo inmemorial, se espera de las mujeres decentes: sacrificio, entrega, abnegación y sumisión. Así son las santas, ah, siempre guapas y con buena cara, que esa es la otra. Pero tú has hecho toda la vida lo que te ha dado la gana, me dicen algunos familiares con cierta perplejidad y otros muchos con descarado desprecio, en el fondo envidia… Lo que me dio la gana no, lo que pude, ya me hubiera gustado a mí que contaran con mis sueños y me ayudaran a realizarlos.¿ Pero eso para qué? ¿ en qué fangos se va a meter mi única hija?, debió de pensar con horror mi madre. El miedo y sus bloqueos que heredó y sufrió de la suya, reforzados por la ideología dominante de la época, pudieron con ella y se impusieron a todo su potencial, que era mucho, de mujer libre y muy moderna para su tiempo; a mí me los pasó como Dios manda, y con ellos me he visto y me veo, y yo a mi hijo, ¡pobrecito mío! que tendrá que sobrellevarlos como pueda sin buscarse subterfugios, callejones sin salida; va a resultar ser el destino de cada uno, personal en intransferible. Doy por aparcada la lucha y procuraré a partir de ahora entender a mi madre por una parte -en la que tantas veces me veo reflejada, por cierto- y a mis bloqueos por otra -por separado-; y manejarlos de forma más inteligente y con sentido del humor, en gran medida gracias a tu apoyo, amigo. Y eso sí, ahora voy a hacer por fin, de verdad, lo que me dé la gana, sin sentimientos de culpa, y al que le moleste “que se lo haga mirar” que dicen los catalanes. La jubilación es el estado ideal para las personas que tenemos todavía sueños por cumplir. Estoy con Mario Andrade cuando dice: “ci sono due vite e la seconda inizia quando ti rendi conto che ne hai solo una”. (Hay dos vidas, y la segunda se inicia cuando te das cuenta de que solo hay una).