Autora: Consuelo Jiménez de Cisneros.
Josep Moscardó, el creador de la etiqueta de cierto vino de una bodega berciana que muestra el dibujo de un cuerpo de mujer ataviado con un bikini de corazones rosas, hablaba de «talibanismo tonto». Es una forma retórica de aludir a esta nueva inquisición de lo políticamente correcto que se ceba en obras literarias, cinematográficas y pictóricas. La libertad creativa, que incluye lo osado, lo rupturista e incluso el mal gusto, no debería estar bajo la lupa de ningún ministerio, pero menos aún del Ministerio de Igualdad, al que se le supone una apertura de miras encaminada a incluir y no excluir.
La única limitación ética de los artistas debería fijarse en el respeto a personas e instituciones que no han de ser ofendidas, como lo hace de manera tan chabacana y miserable cierta revistucha que no mencionamos para no darle la publicidad que no merece: su portada navideña representa al Niño Jesús en un belén con el emoticono de una cagarruta.
Pero volvamos al caso del vino mencionado, denominado «Demasiado corazón». Supongo que los bodegueros estarán encantados de la publicidad institucional que se les ha proporcionado con la polémica del anuncio y la etiqueta. Primero dijeron que usaba a la mujer como «un objeto sexual» (ojo, que esta izquierda puritana se está poniendo a la altura de los remilgos y ñoñerías del más rancio catolicismo), y luego rectificaron cuando les explicaron que se trataba de una obra de arte: en eso atinaron, y bien se dice que rectificar es de sabios.
Confiamos en que la anécdota quede aquí. Pues en la misma bodega hay otros caldos que se llaman «Aphrodisiaque» (Rosé y Mencía). En la etiqueta del Rosé hay un rostro de mujer con una melena sugestiva (¡y hasta diría que tentadora!), y en la de Mencía se ve de refilón el lateral de un cuerpo de mujer… ¡desnuda! ¿Por qué no un cuerpo de hombre? ¿O de hombre y mujer, por aquello de la igualdad? ¿O de hombre, mujer y hermafrodita? Aunque temo haberlo escrito en un orden improcedente: «mujer, hermafrodita y hombre», o «hermafrodita, mujer y hombre»… Pero poner «hombre» al final, ¿no será darle mayor importancia?
Peor aún me lo pone cierta bodega villenense que reproduce el cuerpo de una sirena impregnado de un innegable erotismo con el provocativo nombre de Lavirtu. Y hablando de nombres provocativos, en cierta bodega de Valdeorras hay un vino que se llama «Moza fresca», y me pregunto si ese nombre no se podría considerar un insulto a la mujer, porque el adjetivo «fresca» aplicado a las féminas tiene ciertas connotaciones que no me atrevo a poner por escrito, no se me vaya a acusar de sexista.
Todo esto es terriblemente complicado. Me parece más sencillo abrir una botella -se llame como se llame- y servirme una copa.
Mi amiga María la Gaya me envía al respecto el siguiente poema (que, según la autora, puede rapearse).
Dedicado al Ministerio de Igualdad y a todo@s sus asesor@s
No quiero ser igual,
quiero ser diferente,
que yo quiero tener vulva
y que el hombre tenga pene.
(Porque yo toda la vida
fui niña/niño rebelde.)
No quiero un Ministerio
que prohíba a la gente
lucir bikini cual prohibía Franco
cuando éramos adolescentes.
No quiero que me midan
el largo de la falda
ni quiero que me digan
si soy objeto o soy nada.
(Seré lo que quiera ser
sin permisos ni mandangas.)
Yo quiero disfrutar
la vida cotidiana
y ponerme en pelotas
si a mí me da la gana,
que yo respeto igual
a monjas y a paganas.
Talibanismo hoy tonto,
peligroso mañana,
vamos a combatirlo
con todas nuestras armas:
humor y sensatez,
limpia y amplia mirada.
Que nuestra libertad,
señora diputada,
para todos, todas, todes
es una cosa sagrada.
Ilustración: Foto de Consuelo Jiménez de Cisneros.