Autora: Consuelo Jiménez de Cisneros.
Placa de Pemán recientemente retirada por el Ayuntamiento de Cádiz.
El abogado Daniel García-Pita Pemán publica «El caso Pemán. La condenación del recuerdo» (Almuzara), obra en defensa del nombre de su abuelo, icono de las letras gaditanas. (La Razón, 16 de junio de 2022).
Estatua de Pemán retirada del espacio público por orden del Ayuntamiento de Cádiz.
Leo en la prensa la aparición de un libro sobre José María Pemán escrito por uno de sus nietos. Esta circunstancia ya de por sí me atrae y me conmueve. Porque yo también he escrito algún que otro libro sobre mi abuelo paterno cuyo recuerdo ha inspirado esta web y la Fundación en proceso, cada vez más cercana. Honrar a nuestros mayores, especialmente cuando lo merecen por méritos objetivos, es tradición de todas las culturas y civilizaciones de que tengo referencia.
De Pemán guardo un recuerdo y una carta. Recuerdo que yo era muy joven, aún no había cumplido los veinte años, cuando viajé a Jerez de la Frontera para visitar a mi tía materna, María Josefa Baudin, que entonces residía allí, en el convento de religiosas de María Inmaculada a cuya congregación pertenecía. Desde Jerez decidí hacer una excursión a Cádiz para conocer aquella ciudad de tantas referencias históricas y literarias. Llevaba conmigo mi primer libro de poesía, El canto alucinado, publicado por Ángel Caffarena en su imprenta Litoral de Málaga. Y en una céntrica plaza llegué hasta una casa donde sabía que vivía el escritor José María Pemán, en aquella época en la cumbre del éxito literario. No había hecho ninguna cita previa. Toqué a la puerta y me abrió una joven, no sé si familia o sirvienta. Le dije que quería saludar al escritor y que llevaba un libro para él. Me hizo pasar inmediatamente a su despacho, una habitación austera donde él estaba sentado detrás de una mesa en la que había una máquina de escribir. Conversé con él unos minutos, le dejé mi libro dedicado y pocos días después recibí en Alicante una carta en la que agradecía mi visita y mi libro y me animaba a seguir escribiendo.
Hoy en día, no osaría acudir de esa forma improvisada a la casa de nadie. Pero en mi juventud lo hacía con toda espontaneidad y siempre fui bien recibida, como me sucedió en el piso que José Bergamín habitaba en la Plaza de Oriente, y así lo recordaba en Madrid hace unos días mientras paseaba por el lugar con unos amigos. Cuánto ha cambiado la vida y la sociedad. Pero queda la memoria de aquella otra vida y aquella otra sociedad que, a pesar de las dificultades y de ciertas circunstancias, para mí fue mejor: más bella, más pura, más verdadera. Y Pemán, sin complejos, siguió formando parte de mi andadura. Y cuando en Marruecos despedí a la única asesora que me recibió debidamente a mi llegada al país, María Pérez Sedeño, cité unos versos de Pemán que he recuperado en otras ocasiones: «No hay virtud más eminente / que el hacer, sencillamente / lo que se tiene que hacer». Pertenecen a El divino impaciente y han sido y siguen siendo un lema de vida en mi vida.
Volviendo al libro que ha ocasionado estas reflexiones, hay que decir que se ha publicado para recuperar la imagen del escritor gaditano cuyo recuerdo se trata de eliminar, incluso de su ciudad natal, con esa inicua damnatio memoriae al uso, porque Pemán ha sido una de las víctimas del olvido selectivo y sectario llamado «Memoria Histórica». La cual, imitando a quien pretende criticar, hace lo mismo y peor, pues no hay justificación para semejantes atropellos en una España que se quiso reconciliar cuando la Constitución y que ahora se procura enfrentar de nuevo. Si Franco intentó olvidar a Lorca, a Machado (Antonio), a Miguel Hernández, la mal llamada Memoria Histórica pretende borrar a Pemán, a Ramiro de Maeztu, a Muñoz Seca.
Por otra parte, admitamos que este escritor -académico, poeta, ensayista, dramaturgo, articulista- tuviera una ideología que hoy puede causar repugnancia a muchos. ¿Acaso no es también repugnante el comportamiento moral que en ciertos momentos de su vida tuvieron algunos escritores y artistas (Alberti, Neruda, Picasso) a quienes nadie critica? Habría que separar a la persona y al artista, de lo contrario incurriremos en esta oscurantista inquisición de lo políticamente correcto que hoy sufrimos. Y derribaremos templos y quemaremos libros. O arrancaremos placas y retiraremos estatuas, como las que quitaron de José María Pemán en su Cádiz natal: unos actos que evidencian la bajeza moral y la clamorosa incultura de quienes los propiciaron.
Me alegra saber que Pemán en Madrid vivió en el mismo barrio que yo habito actualmente: Retiro, en la calle Felipe IV. El recuerdo de José María Pemán permanece, al menos en Madrid. Los dioses lares aplauden.
Placa colocada en el edificio de la calle Felipe IV de Madrid donde vivió José María Pemán para atender sus obligaciones de académico de la Real Academia de la Lengua.