Autor: Carlos Galiana Ramos.
La otra tarde me puse en cola en la Horchatería Azul para saborear, por fin, mi primera «líquida» de la temporada. El fresquito sabor inconfundible, con sus partículas de chufa que raspan la garganta, como aquellas horchatas de Benalúa, me dejaban inmune ante el griterío de unas niñas de maleducada impaciencia. Bebí rápido y de pie para acercarme luego a San Nicolás, abarrotada la fachada con la ofrenda floral a la Virgen. Gorrita en mano me adentré en el templo, relativamente fresco, y ya comenzada la misa de siete.
Me senté al fondo, «de incógnito», y mientras oficiaba Don Ramón, una señora me preguntó si estaba esperando para confesarme. «¿Pero, de qué?», le hubiera contestado. Yo aguardaba las melodías litúrgicas del gran órgano, acompañadas por el canto del tenor organista, mientras aquello de «los sudarios no llevan bolsillos» del cura, platicando sobre la inutilidad de las riquezas terrenales, me hizo cierta gracia.
Al final me junté con una señorita esperando la bajada del organista. «¿Venís los dos de Bilbao?», preguntó Luis. Se trataba en efecto de una joven organista bilbaína con interés por tocar en el instrumento restaurado. «Es que las coincidencias no existen», repliqué. «Nos vemos esta semana para hablar de los conciertos de los franceses», proclamó el músico.
Ayer me llamó Uriel desde Bath, donde anda ofreciendo conciertos con Francis. Vendrían a Alicante en febrero. Veremos programa y financiación.
«Bath es una pequeña ciudad encantadora por su arte arquitectural…» añadió Francis. «¡A ver si me enviáis buenas fotos, Maestro!».