Las espigas de la vida pierden su oropel con el impasible paso del tiempo. El verde eléctrico de las ilusiones se va evaporando, y el fuego crepitante de la energía se diluye paulatinamente. Sólo somos recuerdos, imágenes del pasado. Ni siquiera somos la sombra de lo que fuimos. No nos reconoceríamos si nos miráramos con los ojos de antes. Y puede que nos resultemos extraños si valoramos nuestro pasado con los ojos de hoy. Pero nos queda esa alma, hilo conductor que nos identifica, que nos da la seña de identidad que se mantiene en nosotros y nos une en el proceso de envejecimiento, de paso del tiempo con nosotros mismos. Y sin ser lo que hemos sido, somos todavía nosotros. Nuestra alma, nuestro espíritu, nuestro carácter aún se manifiesta de cuando en cuando para decir que somos y continuamos en la brecha, a pesar de todo, y después de haber perdido los oropeles de las guirnaldas que adornaban nuestra vida. La esencia de lo bueno y de lo malo que fuimos queda destilada en nosotros como personas…, en las ciudades en las que se impregna la herencia que el paso del ser humano plasma, en nosotros como sociedad, como colectivo, como pueblo.
La historia de la ciudad va unida estrechamente a la del hombre y sus necesidades, que van cambiando a lo largo del tiempo. La ciudad se va transformando a medida que el hombre evoluciona, que solventa las necesidades que van surgiendo y que comprende que él es importante y la ciudad es el marco en el que vive, se desarrolla y en el que ha de ser respetado, tenido en cuenta y el lugar donde debe ser feliz.
En el IV milenio a.C. los habitantes de Mesopotamia empezaron a agruparse en núcleos de los que surgirán las primeras ciudades, y esto llevó a un cambio en la vida social y económica de la humanidad.
Durante varios milenios el hombre fue nómada, dedicándose a la caza o la recolección y viviendo en pequeños grupos. En el neolítico, al aparecer la agricultura, se construyen las aldeas. Fue en la cuenca del Tigris y el Éufrates, en el actual Iraq, donde aparecieron las primeras ciudades. Allí había florecido la agricultura y las herramientas que facilitaban su trabajo como el arado, el torno de alfarero, la rueda o la vela. La construcción de una red de canales favoreció asimismo la agricultura y el comercio, mientras que la invención de la escritura permitió una mejor contabilidad de las transacciones económicas. Dentro de cada grupo humano se acentuó la división del trabajo, para atender a las nuevas demandas de una economía en expansión.
Y todos estos cambios dieron lugar a la aparición de las primeras ciudades como Uruk, Ur, Babilonia… Rodeadas por murallas de dimensiones a veces imponentes, estas ciudades estaban dominadas por los edificios religiosos, como los zigurats, tumbas, palacios, mercados, plazas, barrios de artesanos y mercaderes.
Probablemente, Uruk fue la primera ciudad sobre la faz de la Tierra. Nació hacia el año 3500 a.C. en Mesopotamia, al sur del actual Iraq, y tenía unos 40.000 habitantes. En ella surgió la primera gran arquitectura monumental, la primera planificación territorial, la primera escritura de la historia y la primera contabilidad. Otra de las primeras ciudades fue Ur, que en la Biblia aparece como ciudad donde nació Abraham.
En la ciudad, sus habitantes tenían un sentido de pertenencia, eran y se sentían ciudadanos. Esta forma de organizarse hizo que hubiera un crecimiento de población. Y esto aumentó la producción agrícola. La vida nos ha enseñado que donde hay riqueza hay quienes desean acumular más y tratan de ejercer su poder. Así aparecieron las clases dominantes (en principio fueron los sacerdotes) que controlaron el aparato político y la burocracia; los soldados se encargaban de protegerlos, de asegurar el pago de tributos y de defender la ciudad de los ataques de otras ciudades; el rey o señor era el jefe militar, pero estaba supeditado a la ciudad que pertenecía al dios. Poco a poco los habitantes de las ciudades se fueron especializando según las necesidades: había religiosos, políticos, agricultores, artesanos…
Se creó una sociedad compleja, en la que cada uno tenía unas obligaciones. Y a día de hoy, la estructura de la ciudad poco ha cambiado.
Basadas en este tipo de ciudades mesopotámicas aparecen las polis griegas que aportan a lo que será la cultura occidental una nueva forma de pensar apartándose del mito como forma de entender el mundo y tomando la razón como método para explicar las cosas; y contribuyeron con una nueva forma de organizarse políticamente, de tomar decisiones y de vivir, lo que ellos llamaron democracia. Crean unas bases para expresar la belleza a través del arte y el pensamiento por medio de la filosofía que harán que la ciudad evolucione y sea el germen de la cultura que predomine en nuestro mundo occidental. Ya se pensaba en la idea de hombre libre (idea que no abarcaba a los esclavos, que les eran necesarios para poder disfrutar de lo que llamaban «ocio». Y de esta cultura que aparece en la polis o ciudad-estado griega se alimentará Roma.
Las ciudades romanas tenían todas el mismo diseño, estaban atravesadas por dos calles principales en forma de cruz, el kardo maximus y el decumanus maximus; el resto de calles eran paralelas a las principales. Las puertas principales de entrada a la ciudad tenían un gran arco central como acceso para los carros y dos pequeños a ambos lados para el paso de peatones. Situado junto a las calles principales estaba el foro que era la plaza donde se ubicaban los edificios públicos como eran la basílica, donde se impartía justicia y se realizaban los negocios, y el templo principal; y junto al foro estaban las termas. Los edificios dedicados a los espectáculos (teatro, circo, anfiteatro) se hallaban agrupados más hacia las afueras. La ciudad estaba abastecida de agua gracias a los acueductos que la conducían desde las montañas cercanas; y como medida higiénica utilizaban una suerte de cloacas que canalizaban las aguas sucias fuera de las murallas.
La forma de vida en la ciudad romana era diferente según la condición de sus habitantes ya que los ciudadanos romanos estaban diferenciados en dos clases, la dirigente o patricios y la plebe, los plebeyos. Los primeros no trabajaban, se dedicaban a administrar su patrimonio; eran la aristocracia y entre ellos estaban los principales gobernantes y administradores de la ciudad (decuriones, procuradores…) y los sacerdotes. Entre ellos existía una diferencia de riqueza y poder según su linaje.
La otra clase de ciudadanos era la plebe formada por la masa de ciudadanos entre los que se encontraban los tenderos, los comerciantes y los artesanos con escaso poder político y económico y solían ser clientes de las familias patricias por herencia.
Por otro lado estaba los libertos que eran esclavos manumitidos o liberados de su condición de esclavos, pero no estaban considerados como ciudadanos, por lo que no alcanzaban a todos los derechos, y estaban obligados a cumplir unos compromisos con el señor o la población. No se solían relacionar con los ciudadanos, aunque podían casarse sujetos a muchas limitaciones, se les permitía tener posesiones por lo que se empleaban como canteros, herreros, peluqueros, vendedores, maestros, médicos… Si alcanzaban una buena posición económica podían conseguir algún privilegio (ser sacerdotes, tener funerales o estatuas en su honor).
Y por último, en la escala más baja de los habitantes estaban los esclavos que formaban parte de la propiedad de un señor, de una familia o del estado o de un liberto al igual que los hijos que tuvieran. Trabajaban la tierra, en las minas, canteras, cuidaban del ganado y las cosechas, ayudaban en la fabricación de textiles, cerámicas o eran gladiadores; y los más preparados se dedicaban a tareas administrativas o a la educación.
En la forma de organizar la ciudad era la familia el núcleo fundamental en el que se basaba la vida social del imperio romano, y era el «pater familias» el que tenía la máxima autoridad en todos los niveles de la vida familiar, en la relación social y en el marco político y jurídico, y al que debían obediencia absoluta y respeto. Dirigía el culto en el hogar y las ofrendas a los lares (dioses del hogar), penates (dioses de la despensa) y a los antepasados (manes). Recibía en casa a los clientes que trabajaban para la familia y era responsable de los esclavos con poder para liberarlos.
La esposa se convertía en madre y se encargaba de las tareas de la casa dirigiendo el trabajo de los esclavos. Era la responsable de la educación de los hijos hasta los siete años que pasaban a cargo de un maestro.
La vida en la ciudad romana era más «civilizada» y con más comodidades que las que habían tenido los ciudadanos de ciudades anteriores, incluso había tiempo para juegos y espectáculos de los que disfrutaban también sus habitantes.
Durante la Edad Media, con la caída del imperio romano, desaparece la importancia y la seguridad que había ofrecido la ciudad debido al empobrecimiento, las enfermedades y la falta de seguridad por las invasiones germánicas, y las personas se fueron estableciendo en las zonas rurales buscando la tranquilidad del campo, el poder trabajar la tierra para alimentarse, y posteriormente buscaron la protección de los castillos de los señores medievales cuando sobrevenían incursiones de tribus guerreras en busca de saqueo y botín. De esta forma apareció el Feudalismo, en el que existía una relación de dependencia y vasallaje de unos señores con otros y con los campesinos.
Finalizada la Edad Media entra en crisis todo el sistema que le dio cuerpo y espíritu a esta época. Se va resquebrajando la pirámide que armaba las estructuras feudales, se producen los enfrentamientos religiosos debido a la Reforma (impulsada en 1517 por Lutero) y la Contrarreforma (iniciada en 1543 por el papa Paulo III) que dan origen a la ruptura de la Cristiandad (Concilio de Trento, 1545 a 1563) que antes cohesionaba al mundo occidental. Todo esto acompaña a la aparición de un nuevo modelo económico, político y cultura rompiendo con las tradiciones escolásticas teocéntricas basadas en la filosofía de Aristóteles extrayendo solo lo que necesitaban desechando lo que no podían utilizar para comprender lo sobrenatural de las creencias cristianas (San Anselmo de Canterbury, San Alberto Magno, Santo Tomás de Aquino, Juan Dums Escoto y Guillermo de Ockham, entre otros) para exaltar las cualidades del ser humano volviendo a los clásicos griegos y romanos, y aparecen unos nuevos aires en las ideas con el «Humanismo del Renacimiento» (Erasmo de Róterdam, Miguel Servet…).
Toma de nuevo protagonismo la ciudad propiciado por el desarrollo de una burguesía comercial. Se fortalece la industria textil y esto hace nacer la figura del asalariado en detrimento de los gremios de artesanos medievales.
Surge una nueva concepción de la vida que hace tambalear la idea medieval del Estado de ser un instrumento subordinado al poder espiritual de la Iglesia y surge la concepción de Estado soberano independiente que debe velar por la paz social y la convivencia estable de los ciudadanos. Pero las revueltas sociales y religiosas de la época empujan a crear un Estado Absoluto (absolutismo) en el que el rey reúne todos los poderes. Todo ello lleva a una crisis cultural (de la filosofía, de la ciencia y de la teología). Como vía de escape se vuelve la mirada al mundo clásico estudiando la esencia de sus filósofos y al Humanismo que ya había puesto con anterioridad en valor a Grecia y Roma. Ahora, es el hombre el centro de atención (antropocentrismo), como dijera el sofista griego Protágoras: «El hombre es la medida de todas las cosas».
Con el paso del tiempo la burguesía se había hecho fuerte económicamente, y cansada de tanto abuso de poder propicia un movimiento político, social e ideológico que se desarrolló en Francia, desde 1789 hasta 1804. La forma de pensar y de interpretar la vida de muchas personas había ido cambiando con la aportación de nuevas ideas por parte de filósofos como Montesquieu (1689 -1755), Voltaire (1678 – 1778) y Rousseau (1712 – 1778) inspirados en la filosofía de Descartes (1596 – 1650), «la duda metódica» (solo es considerado verdadero lo que es evidente) y en las leyes generales de la Física de Newton. Diría Voltaire: «La Razón es el único medio para conseguir la verdad. Junto con el progreso, constituye el camino para alcanzar la felicidad. Sirve de guía frente a la superstición, el fanatismo religioso y la ignorancia». Para Rousseau la Felicidad es un bien al que todo hombre tiene derecho y constituye un fin en sí misma. Todas estas ideas aportan un avance en la mentalidad de los ciudadanos y una evolución en la humanidad. Tenemos que añadir la influencia de la crisis de las colonias británicas de Norteamérica en 1775, que impulsó la Revolución Americana, y alumbró la primera democracia moderna en los Estados Unidos de América.
En este contexto y con todo este caldo de cultivo estalla en 1789 La Revolución Francesa, que a la postre puso fin al absolutismo, el feudalismo, la servidumbre y los privilegios del clero y la nobleza. Su lema fue «libertad, igualdad y fraternidad».
Los pensadores de la «Ilustración» sostenían que el conocimiento humano podía combatir la ignorancia, la superstición y la tiranía para construir un mundo mejor. Todo ello hace que se produzcan cambios en la forma de vida de la ciudad. Y tanto hombres como mujeres comienzan a disfrutar de unos derechos y libertades que tenían vedados o no les eran respetados. La evolución del pensamiento y el aporte de la Revolución Francesa y de los movimientos sociales a nivel europeo en 1848 van poniendo fin al absolutismo y al feudalismo.
A finales del siglo XIX aparecen «los movimientos obreros» que impulsaran a unos reconocimientos y mejoras en la vida de las familias de los trabajadores y así poder ir accediendo paulatinamente a una vida más confortable y menos dura.
Y como colofón a la adquisición de derechos y libertades de los ciudadanos, en 1948 la ONU, recién establecida, adopta La Declaración Universal de los Derechos Humanos como respuesta a la atrocidad de los actos que ultrajaban la conciencia de la humanidad durante la Segunda Guerra Mundial con tantos muertos y tantas ciudades destruidas.
La ciudad es el armazón en el que nos apoyamos, es el molde que nos da forma socialmente hablando y nos coloca en el resquicio interlineal en el que nos sentimos más identificados; y desde ese punto, es desde donde tomamos nuestra perspectiva como ciudadanos, como personas, donde maduramos como seres humanos.
Todo los sentimientos de amor, amistad, odio, envidia, dolor, pena, frustración, injusticia, paz, lucha por la vida, felicidad… los han compartido los seres humanos a lo largo de la historia pues, las ciudades han ido cambiando, se han ido adaptando a los tiempos, pero la esencia de la ciudad es igual y el hombre sigue siendo el mismo y siente, sintió y sentirá estas mismas emociones en todas las épocas, en la ciudad de Uruk, hace 5500 años, como en las ciudades de hoy. En todos los tiempos los seres humanos han sido iguales que nosotros, la única diferencia es que no tenían televisión ni móvil ni viajaban en avión ni navegaban por internet. Pero sufrían como nosotros, amaban como nosotros amamos y disfrutaban de la vida también. Ahora bien, la ciudad a través de su historia y del camino recorrido por el hombre y la evolución de su pensamiento nos hizo más iguales y más libres, y todo ello, tener una mayor calidad de vida.
Ilustración de Daniel Prada (Luxemburgo, 2000).