Autor: JULIO CALVET BOTELLA.
Acabamos de estrenar un nuevo año. Según el cómputo de la era cristiana, es el año 2023. Dejamos el año anterior repleto de contrariedades de todas clases, hasta climáticas y bélicas. Hemos asistido, a través de unos medios de comunicación que nos acompañan noche y día, a una vorágine, -palabra entendible en sentido figurado como confusión, desorden y precipitación en los sentimientos y formas de vida-, a un cúmulo de acontecimientos, que han resultado como un no parar de sucesos desgraciados: continuación de graves virus y enfermedades de ida y vuelta, guerras que no por lejanas no han dejado de afectarnos, profundas crisis económicas, y proyectos culturales y éticos como nuevos y recién estrenados, que tratan de enseñarnos a todos, incluso a los que ya poco cabe enseñar, como son las personas mayores, como yo.
Y todo esto se ha traducido en un hecho palpable que creo que antes no existía: la pérdida de la sonrisa. No sé si ustedes, amables lectores, lo habrán notado, pero en el trato personal, en oficinas, comercios, lugares de restauración, o desayunos, librerías, conferencias… la sonrisa parece que ha desaparecido. Y esto a mí me parece como si desde el fondo del espíritu nos surgiera como un desasosiego. Los tiempos se han vuelto agrios y de prisas, y la puerta se cierra en su punto horario exacto, sin que se acepte aquello de “un momento, por favor”. Y comienza a pedirse para todo la “cita”. Si no tienes cita, no tienes tiempo. El tiempo ahora ya te lo marca una “cita”. Hasta para que te hagan una receta medicinal, y aunque te duela la cabeza.
Yo a veces me pregunto aquello de que, “pero bueno, yo no tengo la culpa”, porque te acaban haciendo culpable de algo que no has hecho: no pedir antes la “cita”. Y el mal humor que esto genera, nos hace perder la sonrisa.
Y yo que soy optimista por naturaleza, y que ante las mareas que han sucedido y van sucediendo en mi vida, he querido mantener la esperanza, creo que hemos de defendernos ante este fenómeno, que no es otro que el del abatimiento. Creo que hay que optar por la sonrisa, y el descartar enfrentamientos de la clase que sea, pues no nos van a reportar nada más que disgustos innecesarios.
Además, con esa postura de negación, nos jugamos la salud. No hace mucho he leído un libro, que para mí ha sido una confirmación, y una pacificación más para mi espíritu. Se llama “Optimismo y Salud”, con subtítulo que dice, “Lo que la ciencia sabe de los beneficios del pensamiento positivo”. Su autor Luis Rojas Marcos nacido en Sevilla en 1943, y siquiatra que trabaja en prestigiosos centros de salud del Sistema de Sanidad y Hospitales Públicos de Nueva York. Autor de múltiples estudios, y publicaciones, Premio Espasa Ensayo en 1995, y medalla de Oro de las Artes y las Letras concedida por el Gobierno Español en 2013. Y Rojas Marcos inicia su libro publicado, por Penguin Grupo Editorial, en 2022, diciendo, bajo la rúbrica de “Optimismo: vacuna contra la desesperanza”, con estas palabras: “A lo largo de los años, tanto en mi vida personal como en mi trabajo en el mundo de la medicina, la siquiatría y la salud pública, he tenido oportunidad de confirmar, en incontables ocasiones, que nuestra forma de percibir e interpretar las situaciones que nos plantea la vida ejerce un inmenso poder sobre nuestras emociones, juicios, decisiones y conductas”. No hay nada más claro que esta afirmación. Contemplémonos a nosotros mismos y veremos su certeza. Y el escritor y siquiatra acude al optimismo, y hasta llega a decirnos que la disposición optimista, es un factor importante a la hora de pronosticar la longevidad.
No seguiré aludiendo a un libro lleno de sensaciones y consejos. Yo, más modesto que el autor, me limitare a añadir que cuando por la mañana acabemos de asearnos la cara en el espejo de nuestro cuarto, y tras secarnos la cara con la toalla, aconsejo que ante el cristal, ensayemos una suave sonrisa, y con ella fijada, salgamos a la calle. Quien nos mire pensara que todo nos va bien, y a lo mejor lo contagiamos y logremos que trasponga su cara triste para asomar una esbozada sonrisa. A lo mejor acabamos compartiendo el sentimiento de la serenidad, que tanto necesita el mundo de hoy, como sin duda le pasó en otros tiempos a quienes nos precedieron en el camino, pero lo que nos importa a nosotros es el hoy. El hoy en que vivimos. No me vale la globalidad, ni siquiera la globalidad histórica, invento de nueva creación.
Ante la indefensión crónica y la depresión maligna, la esperanza, y con ella la sonrisa, como expresión externa. Pensemos que siempre es mejor lo que tenemos, que lo que no tenemos.
En esta primavera a punto de comenzar, habrá que volver a la sonrisa.