EXPOSICIÓN DEL PINTOR JOSÉ APARICIO EN EL MUBAG DE ALICANTE

Autora: Consuelo Jiménez de Cisneros.

La exposición del MUBAG dedicada al pintor José Aparicio se inauguró el 1 de julio y estará abierta durante todo el verano hasta el 2 de octubre. La entrada es gratuita, con un amplio horario de mañana y tarde que incluye los fines de semana. 

El pintor Aparicio ha sido para mí como un vecino, ya que en Alicante habito una calle contigua a la que lleva su nombre. Un vecino del que no sabía demasiado, aunque gracias a esta exposición he podido acercarme a su personalidad y a su obra y a partir de ahora, su nombre significará algo más que el de una calle. Afortunadamente, son muchos los pintores alicantinos que ilustran el callejero de mi barrio y zonas adyacentes: Pintor Lorenzo Casanova, Pintor Cabrera, Pintor Gisbert, Pintor Agrasot… Lo que demuestra el gran número de artistas relevantes que ha dado y sigue dando nuestra tierra.

La exposición que acaba de inaugurarse en el MUBAG sobre el pintor José Aparicio Inglada supone un deleite estético, como el que acompaña cualquier visita a una buena exposición, pero también un regalo de información sobre Arte e Historia y, en definitiva, un enriquecimiento cultural de esos que nos ensanchan la mente y la sensibilidad. La exposición lleva por título «El pintor José Aparicio. 1770-1838». La comisaria es Pilar Tébar, doctora en Arte, Presidenta de la Asociación Valenciana de Críticos de Arte y Directora del Instituto Juan Gil Albert de Alicante. Ha articulado las treinta y siete obras que componen la exposición en diversos espacios con una perspectiva cronológica para dar idea de la trayectoria académica y profesional del pintor Aparicio desde sus inicios en Alicante (Escuela de Dibujo del Consulado Marítimo y Terrestre), su formación en Valencia (Academia de Bellas Artes de San Carlos) y en Madrid (Academia de Bellas Artes de San Fernando) hasta su recorrido por el extranjero, pensionado en París y en Roma, y su culminación profesional como pintor de cámara del rey Fernando VII. Todas las instituciones por las que pasó conservan alguna muestra de su obra pictórica. Como detalle curioso, cabe anticipar que Aparicio llegó a ser Director de pintura en la Academia de Bellas Artes donde previamente había sido alumno.

El pintor Aparicio pertenece a un periodo histórico poco conocido y a veces infravalorado que se conoce como Neoclasicismo. Un momento en que cambiaron y se modernizaron las mentalidades, acabaron los excesos barrocos y se volvió la mirada al mundo clásico con su armonía y mesura, aunque eso no significa que la época estuviera exenta de grandes pasiones de toda índole que desembocarían en el Romanticismo. A caballo entre estos dos movimientos se mueve la obra de Aparicio, mucho más ligada al Neoclasicismo, pero sin olvidarnos de las tendencias románticas que ya se aprecian en el autorretrato (atribuido) que vemos en la exposición.

Tras sus primeros años de formación en Alicante, Valencia y Madrid, Aparicio estuvo pensionado en París, ciudad en la que se instaló en 1799 y donde fue alumno de Jean Louis David, el más reconocido pintor neoclásico de su tiempo. Durante su estancia en Francia, el pintor alicantino obtuvo una Medalla de Oro del gobierno francés en 1805 como reconocimiento a su arte. Fue aquel momento en el que se habló de «triunvirato clasicista» agrupando a los artistas José Aparicio, José Madrazo y Juan Antonio Ribera que coincidieron en París. Aparicio también estuvo pensionado en Roma (1807-18015) como tantos otros artistas de todos los tiempos que consideraban Italia un lugar imprescindible para su formación.

De vuelta a España, nuestro artista logra un puesto como pintor de cámara de los reyes a los que siempre fue fiel, como lo demuestra el hecho de que acompañara a Carlos IV y familia en su exilio italiano.

En la exposición, cada una de las citadas etapas se ve reflejada en obras de diferentes técnicas: dibujos, óleos, grabados… no solo del pintor Aparicio, sino también de sus compañeros y colegas, lo que permite visualizar el contexto artístico del momento y entender el éxito de determinados géneros o temáticas. Unos paneles en castellano y en valenciano ilustran cada una de las partes en que se estructura la exposición, la cual se completa con unas mesas expositoras en las que se exhiben facsímiles y reproducciones de documentos de la época del pintor, sobre todo prensa española y extranjera dando cuenta de noticias y eventos relacionados con su producción artística.

Uno de los aspectos más llamativos es la cantidad de instituciones que han aportado obras para esta exposición, tanto dentro como fuera de la Comunidad Valenciana. El Instituto Jorge Juan, heredero de la antigua institución alicantina en la que estudió Aparicio durante sus primeros años: la escuela de Dibujo del Consulado Marítimo y Terrestre, aporta un dibujo sobre el tema «Niño Jesús Pasionario» (1796), que era un tópico de la pintura religiosa como lo demuestra el cuadro de la misma temática firmado por Vicente Suárez. Se llaman así porque reproducen a un Niño Jesús simbólicamente abrazado a una cruz, como una anticipación de su Pasión.

Siguiendo con la temática religiosa, admiramos una «Virgen con el Niño» que procede de una colección particular; este tipo de cuadros eran adorno obligado en los dormitorios de las casas burguesas hasta bien entrado el siglo XX. Y este cuadro se exhibe junto a otro del mismo género, «San José y el Niño», atribuido a Aparicio por algunos y a su círculo por otros y que es propiedad del MUBAG.

También al MUBAG pertenece otro cuadro de tema bíblico, «Judit con la cabeza de Holofernes», que, junto con el «Retrato de dama», parece que adornaban los salones del alicantino Consulado del Mar. El tema de las mujeres fuertes del Antiguo Testamento entre las que destaca Judit era muy popular por su dramatismo y por el contraste que se ofrece entre la presunta fragilidad de la mujer que vence al imponente varón gracias a su inteligencia más que a su fuerza. Sorprende en este cuadro la placidez de Judit, retratada con una tranquila sonrisa triunfal mientras sostiene la espada que ha sido el arma mortal en la mano izquierda y la cabeza del enemigo en la derecha.

El Museo del Prado ha cedido varios retratos de militares, mostrando que el retrato es, sin lugar a dudas, uno de los géneros en los que este pintor destaca. Entre los militares retratados aparece el general Castaños (Duque de Bailén), Teodoro Reding, Francisco Javier Venegas y Saavedra y Francisco Copens y Navia. Todos ellos fechados en 1815. En este mismo ámbito del retrato, los encontramos también femeninos, de busto, como el conservado en el MUBAG dedicado a la Baronesa M. de Parcemont.

El retrato familiar «La reina de Etruria y sus hijos», conservado en el Museo del Prado, igualmente está fechado en ese intenso y fecundo año de 1815. Presenta a María Luisa de Borbón, hija de Carlos IV, rodeada de sus hijos, Carlos Luis de Borbón Parma y María Luisa Carlota. Todos ellos ostentan diferentes insignias y condecoraciones que dan fe de sus títulos. Las tres figuras posan de forma algo hierática, luciendo la moda de la época en los vestidos imperio de las mujeres y la casaca perfectamente cortada del joven príncipe, que sería en Italia efímero rey.

Por su parte, el Museo Lázaro Galdiano aporta obras como el «Retrato de caballero» mientras que el Ayuntamiento de Madrid ha cedido el retrato de uno de sus alcaldes: «Juan José López Vázquez, alcalde de Madrid», fechado en 1831.

No podemos olvidar las aportaciones realizadas por particulares. Una de las más notables es el grabado «El hambre en Madrid o constancia española» donde resalta el lema «Nada sin Fernando», aludiendo al nefasto monarca. Está fechado en torno a 1811 o 1812.

Como ya he indicado, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid conserva algunas obras de Aparicio y en esta exposición muestra una de encargo con tema político: «Godoy presentando la paz a Carlos IV». La paz aparece representada alegóricamente como una mujer vestida al modo clásico y calzada con elegantes sandalias, que está coronada de laurel y porta una rama de olivo en la mano. En la misma línea temática, la exposición ofrece un cuadro de Víctor López Porteña, conservado en la Academia de San Carlos de Valencia, el cual representa a «Los Reyes Católicos recibiendo la Embajada del rey de Fez».

El Museo del Romanticismo, también ubicado en Madrid, nos ofrece un grabado de Aparicio realizado por Bartolomé Pinelli que se titula «Rescate de cautivos en tiempos de Carlos III». Un tema el de los cautivos muy frecuente en la literatura y el arte de aquellos tiempos en que el cautiverio era una situación desgraciadamente frecuente y cotidiana. Carlos III fue uno de los reyes que más se preocupó por buscar soluciones a ese dramático problema humanitario. Recordemos que la isla de Tabarca, la más próxima isla habitada que tiene Alicante, fue repoblada con cautivos genoveses por este mismo rey Carlos III y que dichos cautivos cuyos apellidos italianos se han conservado -Pitaluga, Ruso, Parodi, Ferraro…- son los ancestros de los actuales tabarquinos.

No podemos obviar que uno de los motivos por los que Aparicio no resultó simpático en la posteridad fue por la circunstancia histórica que le tocó vivir, estando al servicio de Fernando VII, llamado con justicia «el rey felón». El pintor Aparicio se vio obligado a retratarlo en más de una ocasión e incluso a representarlo de manera laudatoria. En la exposición se muestra, en vitrina, una reproducción del «Desembarco de Fernando VII en Puerto de Santa María» (1823) cuadro que estuvo expuesto en el Palacio de Justicia de Madrid hasta que éste se quemó en 1915. Hay que decir que Fernando VII fue un rey retratado por diferentes artistas, y que en esta exposición podemos ver otros retratos suyos, con su característico prognatismo y su mirada aviesa, que lo hacen perfectamente reconocible. Uno está firmado por Vicente López y otro por Vicente Rodes.

En dos obras aparece retratado el pintor Aparicio: por una parte, en el cuadro de pequeña factura que se considera pudiera ser un autorretrato, cedido por el Muso Lázaro Galdiano, y por otra, en el busto de escayola realizado por Valeriano Salvatierra procedente de la Academia de San Fernando de Madrid. El primero ofrece el primer plano de un hombre con cierto aire romántico -no olvidemos que Aparicio convivió con el primer romanticismo y fue amigo del pintor romántico Ingres-. Sus cabellos parecen cuidadosamente despeinados, su mirada fija reta al espectador. Sostiene con delicadeza un pincel entre los dedos índice y pulgar de su mano derecha, lo que hace sospechar que se trata de un artista y bien pudiera ser el propio José Aparicio.

Hemos dejado para el final la pintura más llamativa y la que ilustra los carteles de la exposición. Se trata del cuadro titulado «Atalía y Joas» (1804), que también procede de la Academia de Bellas Artes madrileña. Trata un tema bíblico idealizado: el momento en que Atalía, reina de Judá, es consciente de que no ha conseguido acabar con toda la estirpe de David para poder seguir reinando, porque su sobrino Joas, al que tiene delante, se ha librado de la muerte. Es la figura de un niño vestido de blanco, símbolo de inocencia, coronado de flores y con una mano alzada como si reclamara justicia al cielo. La reina le recibe con una mezcla de sorpresa y horror. Los personajes que acompañan la escena no parecen anunciar el trágico fin que le espera a Atalía: la muerte; sin embargo, hay un soldado armado detrás de ella y tras las cortinas azules asoman las lanzas que finalmente harán cruenta justicia. En segundo plano, una mujer mayor parece apoyar a Joas y quizá es quien lo ha presentado ante la reina. Este cuadro impresiona por la serenidad y contención de la escena y por la luz que emanan las figuras, o más bien sus ropajes, de un colorido tenue, donde destaca en la parte central la mancha roja del manto de la reina, cruzado sobre su cuerpo, como una posible evocación de su violento final.

Acabamos esta reseña esperando haber suscitado al menos una mínima curiosidad por el artista José Aparicio, el pintor Aparicio de nuestro callejero. La comisaria de la exposición, Pilar Tébar, escribe en su presentación de la misma lo siguiente: «Sin duda alguna, Aparicio es el artista alicantino más importante de las primeras décadas del siglo XIX». Afirmación que ella misma justifica aludiendo al precio que llegaron a alcanzar sus cuadros tras su muerte, algunos tasados por encima de lo que se pagaba entonces por un Velázquez o un Goya. Esto da idea del aprecio que se le tenía a este artista que ahora, gracias a esta exposición, todos los alicantinos tienen oportunidad de conocer y admirar. Aprovechemos, pues, las oportunidades que nos brindan estas iniciativas que vale la pena compartir y disfrutar.

Ilustración: fotografía de Consuelo Jiménez de Cisneros. Detalle del cuadro «Atalía y Joas» en la reproducción del cartel de la exposición.

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