Esta mañana he vuelto a ver a la anciana loca que barre la calle. Se ha escapado otra vez, en un descuido de su hija. Estuvo un buen rato quitando el polvo a los coches aparcados y recogiendo colillas. Hasta que su hija la echó en falta y bajó a buscarla. La anciana se resistió, como siempre. Le dijo que la calle estaba hecha un asco, que la niña de Eduardo no hacía nada, que dejaba todo por en medio. Su hija llora cuando sale de casa temprano, cuando entra en el coche y cree que nadie la mira.
Jesús sigue acudiendo al bar de Santiago. Ya no viene acompañado como antes. Solían ser siete u ocho amigos, y hablaban de fútbol, de las cosas malas del gobierno, del frío que pasaron en las viñas, siendo chavales… Hace solo algunos meses, bebía un par de vinos con los demás. Ahora viene cuando no hay nadie, para que no le hagan preguntas. Desde que falta María, bebe más vino. Y la persigue después calle arriba, medio borracho, hasta que descubre que no es ella, sino una desconocida.
Hoy he visto al crío de las orejas grandes. Pobrecito, vaya cruz que soporta. Sus compañeros de clase lo llaman el paraguas, porque dicen que uno puede refugiarse bajo sus orejas en plena tormenta y no mojarse. Pero hoy estaba contento porque su madre le ha comprado unas zapatillas nuevas. Lo he visto sentado en la acera, frotando las zapatillas con la mano; lucían impecables, como su sonrisa.
La hija del mecánico se ha echado un novio. Es un chico guapetón de greñas rubias que camina a medio paso y que estrenó puesto de empleo el mes pasado. Al mecánico se lo ve dichoso; ha contado ya a todo el mundo que tiene un yerno trabajando en Correos. A quien no ha gustado la noticia es a Mario, el panadero, que siempre lleva el coche al taller antes de tiempo por ver a la hija. Ahora maldice su suerte y se da golpes contra la bandeja de los bollos. Y, cuando cree que nadie lo mira, llora detrás de un pañuelo.
Esta noche, la luna me mira distinta. Como si no me conociera. Yo creo que está mayor, igual que la anciana loca que barre la calle. Son demasiados años. Girando y girando, sin descansar un minuto. Yo creo que se nos muere cualquier día, que se nos apaga una mañana sin avisar, igual que María. Porque son ya muchos años persiguiendo al sol calle arriba, sin alcanzarlo nunca. Porque tiene el corazón roto, igual que Mario. Porque extravió su ilusión de luna joven hace tiempo, y ya no le quedan sonrisas.