«ALICIA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS» NACIÓ UN 4 DE JULIO DE 1862

El 4 de julio de 1862 se produjo un viaje en barco por el río Támesis en el que viajaban un clérigo matemático y tres niñas aburridas. Para entretenerlas, el clérigo inventó una historia protagonizada por una niña con el nombre de una de ellas: Alicia. Esta historia cambiaría la percepción de la literatura infantil para siempre. Pues es, desde luego, una historia infantil, pero solo en apariencia. El autor aprovechó para reírse de los prejuicios de su sociedad, hacer una profunda crítica social y política y describir insanias mentales a través de diversos personajes.

Grupo escultórico que recrea la historia de Alicia en la ribera del río Wey, afluente del Támesis, a su paso por Guilford.

No olvidemos que esta extraña novela de fantasía fue escrita por un profesor de matemáticas misántropo y obsesivo que firma como Lewis Carroll (seudónimo de Charles Lutwidge Dodgson). En ella presenta una extensa galería de personajes con taras psicológicas, algunos de ellos directamente tachados de «locos» como el sombrerero.

Algunos han querido ver una literatura surrealista «avant la lettre» en las aventuras de una niña que se cae por una madriguera transformada en pozo, cambia de tamaño y de forma, dialoga con personajes imposibles y ve su vida en riesgo por los caprichos de una reina malvada. De toda esa galería elegimos algunos personajes en los que podemos reconocer manías y psicopatías bastante frecuentes.

Escultura de «Alicia a través del espejo» (1990) de Jeanne Arquent, ubicada en la zona histórica de Guilford.

Alicia: la protagonista pasa por varios momentos que pueden identificarse con distintas fases psicóticas. Creerse aumentada y encogida de tamaño (tal como le ocurre cuando bebe y come determinados productos) forma parte de las alucinaciones de la esquizofrenia. En cuanto al mar de lágrimas en el que Alicia está a punto de ahogarse y donde debe bracear con fuerza para no hundirse, nos parece una transparente metáfora de la depresión, esa tristeza que proviene de uno mismo (de las lágrimas de Alicia se forma el mar) y en el que uno mismo puede naufragar si no lucha por salir. Más adelante, cuando el Conejo Blanco la confunde con su criada, Alicia acepta adoptar esa personalidad y obedece al animal con una actitud que podría considerarse masoquista, sea por cansancio o por otra razón; en la novela se indica que el comportamiento de Alicia se debe a que prefiere evitar discusiones.

El conejo blanco en la tumba de Lewis Carroll.

Posteriormente, su encuentro con la oruga simboliza su pérdida de identidad, ya que Alicia no es capaz de decir quién es, también por haber experimentado tantos cambios en su cuerpo y tantas aventuras extravagantes. Una seta (reconocido alucinógeno) sirve para que Alicia recupere su tamaño normal, tras haberse visto agrandada y reducida. La transformación de un bebé en un cerdo, como le sucede a Alicia cuando entra en casa de la Duquesa, es uno de los episodios más extraños y parece la broma de alguien que ha probado narcóticos que transforman la realidad, ya que determinadas drogas producen alucinaciones que intercambian la morfología de los seres humanos y los animales.

Tras la merienda de locos con la liebre de marzo, el lirón y el sombrerero, Alicia llega a la partida de criquet organizada por la Reina y observa cómo se han transformado los elementos del juego, de manera que las bolas son erizos y los palos, flamencos. Esto nos recuerda la deformación de la realidad que sufría don Quijote en su locura. Después de un simulacro de juicio en el que la Reina pide que le corten la cabeza a Alicia, esta recupera su estatura y comprueba que es superior y más fuerte que todas las criaturas que la rodean. Entonces se despierta en el regazo de su hermana y comprende que todo ha sido un sueño.

Panel informativo sobre las aventuras de Alicia ubicado en Guilford.

El conejo blanco: la obsesión por la puntualidad. Como cualquier otra obsesión, puede ser una enfermedad mental, en este caso leve. El personaje va vestido de manera convencional (con chaqueta y chaleco) y consulta constantemente su reloj, lo que sería un tic obsesivo-compulsivo.

El sombrerero loco: curiosamente en la obra nunca se tacha de loco al sombrerero, aunque sí participa en una merienda «loca». Los sombrereros de la época (siglo XIX) tenían fama de locos porque utilizaban mercurio en la confección de los sombreros, lo que les podía causar alteraciones de carácter que bien podrían calificarse de locura: «timidez excesiva, pérdida de confianza en sí mismo, ansiedad y deseo de permanecer inadvertido», síntomas que, por cierto, no son los que muestra el sombrerero de esta novela. A esto cabe añadir que la fabricación de sombreros era el principal comercio en Stockport, un pueblo cercano a Manchester en la región donde creció el autor del libro, y al parecer era habitual ver a los sombrereros perturbados o confundidos tras haber inhalado mercurio en sus talleres y almacenes.

Estatua de Alicia con otros personajes de la novela en Central Park (Nueva York).

La reina de corazones padece una locura agresiva que la lleva a condenar a muerte sin motivo a cualquiera que la perturbe en lo más mínimo. «Que le corten la cabeza» es su frase preferida. Inspira un auténtico terror en sus súbditos; sin embargo, no es más que una figura de baraja, con lo que el autor muestra el concepto megalomaníaco que el personaje tiene de sí mismo.

Recuperamos el recuerdo de un caluroso día de verano de hace un siglo y medio con el repaso de esta galería de personajes que forman ya parte de la mitología literaria y cinematográfica universal. Las fotografías que ilustran el texto fueron tomadas en Guilford (Inglaterra) lugar donde pasó parte de su vida el escritor conocido como Lewis Carroll; en Guilford falleció y está enterrado en su cementerio. El hombre muere pero su obra perdura.

El río que navegó Lewis Carroll en Guilford.
Casa donde vivió Lewis Carroll en Guilford.
Iglesia de Guilford en la que trabajó como clérigo Lewis Carroll.
Consuelo Jiménez de Cisneros junto a la tumba de Lewis Carroll en el cementerio de Guilford.
Inscripciones sobre la tumba de Lewis Carroll.

Texto: Consuelo Jiménez de Cisneros.

Fotografías: Consuelo Jiménez de Cisneros y Joaquín M. Prada. Foto escultura Central Park: wikimedia commons.

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