CUANDO LA TELEVISIÓN ES UN MONSTRUO DE VILEZA

Autora: Consuelo Jiménez de Cisneros

Los personajes públicos con sus miserias televisadas no hacen más que reproducir tragedias domésticas (y no repetiremos la frase inicial de cierta novela de Tolstoi, que ya ha quedado inane de tanto usarla). Son esas dolorosísimas situaciones que tantas veces se ocultan, se ignoran, se malinterpretan, se juzgan sin pruebas, se condenan sin conocimiento de causa.

Existen programas en televisión que viven de hurgar en otras vidas y exhibir todo aquello que puede hacer daño. No es noticia, es maldad. Con fruición digna de mejor causa van a buscar fotos comprometedoras, a reproducir audios que solo conciernen a remitente y destinatario, a proyectar con una reiteración digna de mejor causa vídeos borrosos que jamás debieran exhibirse, a recabar testimonios cuanto menos dudosos e innecesarios. Destrozar amistades, romper matrimonios, acosar a personajes cuyo mayor delito es ser conocidos, pagar a quienes van a insultar, a mentir y a desacreditar. Esto es lo que cada día ofrece cierto canal rotulado con un número impar. Esto está aceptado socialmente, no se considera delito ni escandaliza a nadie.

Antaño, las sociedades y las familias procuraban tapar las vergüenzas o asumirlas en la intimidad. No hablo de hipocresía: hablo de discreción, de pudor. Conceptos hoy en día periclitados, porque las diabólicas redes sociales usadas por una inmensa cantidad de necios, de frustrados y de malvados, han hecho de la exhibición impúdica una forma de vivir la vida que no tienen y a veces hasta de ganarse la vida que no saben vivir.

Ilustración de Pixabay retocada por Consuelo J. de C.

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