Redacción de El Cantarano.
Deliberadamente escribimos «contra el negacionismo» y no «contra los negacionistas», pues sabemos que entre ellos hay gente de buena fe engañada por la basura desinformativa y las manipulaciones que se vierten cada día a través de las redes sociales, ese arma de doble filo que tanto bien y tanto mal puede hacer. Este artículo va dirigido a esos negacionistas ingenuos para tratar de abrirles los ojos y hacerles ver el terrible error que padecen y que tanto daño puede causarles a ellos mismos y a quienes les rodean.
Estamos viviendo una pandemia. Parece una obviedad recordar que «pandemia» significa «epidemia extendida a nivel mundial». Es cierto que va remitiendo en algunos lugares y que su virulencia ha descendido, pero esto sucede, precisamente, gracias a quienes la han reconocido como pandemia y han obrado en consecuencia, a pesar de aquellos que no han colaborado en erradicarla.
Quienes rechazan la vacuna no toman una decisión privada, sino una decisión con una repercusión social, una decisión con un componente moral sobre el que deberían reflexionar. No vacunarse, en primer lugar, significa arriesgarse a contraer la enfermedad, la cual puede ser desde leve hasta mortal, pasando por otros estadios, algunos de ellos largos, dolorosos y con secuelas. En segundo lugar, no vacunarse implica la posibilidad de contagiar a otros.
Cuando se conoce el caso de personas jóvenes que se han contagiado por trabajar en la sanidad y han contraído el llamado Covid resistente, del que no se curan a pesar de múltiples tratamientos; cuando recordamos a los héroes y santos -pues no de otro modo merecen ser nombrados- que perdieron la vida por auxiliar a sus semejantes (como hicieran en su día protagonistas de nuestra historia, desde Sor Juana Inés de la Cruz a don Trinitario González de Quijano); cuando nos llegan las noticias constantes de fallecimientos por Ccovid de personajes públicos cuyos nombres salen en las crónicas de sociedad o de conocidos de nuestros círculos más íntimos y vecinales; cuando todo eso viene sucediendo desde hace poco más de un año hasta la fecha, resulta difícil entender la postura de los que no se vacunan «porque no es obligatorio», «porque nunca se han vacunado» (de niños sí, y gracias a eso no cogieron la polio ni murieron de un sarampión) o porque algún doctor o doctora, cual nuevo Pedro Recio de Tirteafuera, el hilarante médico de Sancho en la ínsula, ha dicho solemnemente no sé qué cosas. Es escandaloso que se tolere propagar mentiras y bulos, sea por motivos económicos, por la vanidad de creerse superiores y diferentes opinando lo contrario que la mayoría, por ignorancia o por pura maldad destructiva.
No señores, las verdades científicas no son opinables. Se puede opinar (y solo participando los expertos) en torno a las mejores formas de combatir la pandemia, pero no se puede opinar sobre un hecho contrastado como lo es el de que la pandemia existe. Ver las fotografías que acompañan este texto nos estremece todavía. El médico muerto en las primeras etapas del contagio, cuando aún no se sabía que aquello era tan contagioso, cuya bata blanca se colgó como una bandera, no de luto, de reconocimiento y gratitud, en la verja del centro de salud al que acudía cada día. El balcón agradecido que reconoce el esfuerzo de los sanitarios y de otros colectivos ejemplares. Las normas de protección que se recuerdan en el ascensor de unos grandes almacenes, en la puerta de una iglesia, en la fachada de una calle, en los parques cerrados. Esas fotos fueron tomadas en el Madrid confinado por la pandemia apenas hace un año. No ha pasado tanto tiempo como para que podamos olvidar.
«Vacúnate». Ese es el consejo que hay que seguir. No importa cómo se llame la vacuna. Vacúnate por ti, por los otros, por los muertos, por los vivos, por tu familia, por tu barrio, por tu pueblo. Vacúnate. No lo dudes más…
Fotografías: Consuelo Jiménez de Cisneros. Madrid, primavera de 2020.