112 AÑOS DEL NACIMIENTO DE MIGUEL HERNÁNDEZ

Autora: Consuelo Jiménez de Cisneros.

El 30 de octubre de este año de 2022 se cumplen ciento doce años del nacimiento del poeta oriolano y universal Miguel Hernández Gilabert, quien vino al mundo el mismo año de 1910 que mi padre, por lo que su fecha nunca se me podía olvidar. He querido recordar este evento recuperando uno de los muchos trabajos inéditos que hice en mi paréntesis alicantino de 1988 a 1997, cuando tanto escribí y tan poco publiqué en Alicante por razones que no hacen al caso y que, en gran parte, ya se han superado.

El trabajo, que se redactó en 1992, con motivo del cincuentenario de la muerte del poeta en 1942, tenía un largo preámbulo que he omitido, al igual que he prescindido en lo posible del aparato erudito (notas y bibliografía) centrándome únicamente en el análisis lingüístico del maravilloso soneto hernandiano «Por una senda van los hortelanos». Con esta mínima aportación espero contribuir a admirar más y mejor, si cabe, la impecable poesía de quien es, por encima de cualquier otra consideración, un clásico de la lírica española del siglo XX: Miguel Hernández.

ESTUDIO DEL SONETO «POR UNA SENDA VAN LOS HORTELANOS»

A partir de la obra de Samuel R. Levin Estructuras lingüísticas en la poesía, presento un comentario de un soneto de Miguel Hernández siguiendo los criterios de análisis de Levin. Levin aplica sus teorías a un soneto de Shakespeare. Lázaro Carreter lo hace, en el apéndice, a uno de Góngora. Yo he escogido el hermoso soneto «Por una senda van los hortelanos» de Miguel Hernández, queriendo buscar un modelo más reciente y a la vez impulsada por la efemérides (cincuentenario de la muerte del poeta) que este año celebramos.

He aquí el poema:

Por una senda van los hortelanos,
que es la sagrada hora del regreso,
con la sangre injuriada por el peso
de inviernos, primaveras y veranos.

Vienen de los esfuerzos sobrehumanos
y van a la canción, y van al beso,
y van dejando por el aire impreso
un olor de herramientas y de manos.

Por otra senda yo, por otra senda
que no conduce al beso aunque es la hora,
sino que merodea sin destino.

Bajo su frente trágica y tremenda,
un toro solo en la ribera llora
olvidando que es toro y masculino.

(Soneto 26 de El rayo que no cesa)

La «matriz convencional» (empleando la terminología de Levin) de este poema es el molde métrico del soneto: el contenido se ha de condensar en 14 versos con una rígida estructura métrica y acentual. La rima naturalmente es consonante, con la estructura ABBA, y los tercetos, de combinación más libre, se ajustan a la estructura, simétrica y paralelística, CDE CDE. El hecho de que la rima sea en todos los casos grave o llana es otro modo de apareamiento fónico. Las palabras en las que recae la rima son predominantemente sustantivos (9) cuya enumeración nos da las bases conceptuales del poema: hortelanos-regreso-peso-veranos, beso-manos, senda-hora-destino; hay además 4 adjetivos: sobrehumanos-impreso, tremenda-masculino; y 1 verbo: llora.

El esquema acentual de los endecasílabos puede ser, exceptuando el sáfico, no usado en los sonetos, 4-8-10 o 6-10 (refiriéndonos a la sílaba en la que recae el acento métrico). En este soneto hay una gran uniformidad : el esquema 6-10 es el que predomina, excepto en los versos 7 y 13 que utilizan el esquema 4-8-10. Ya veremos más adelante si este cambio puede ser significativo.

El análisis gramatical del poema nos lleva a comprobar la perfecta adecuación entre sintaxis y métrica: en cada estrofa se contiene una oración independiente, separada por un punto, y digo independiente desde el punto de vista de la gramática oracional, pues naturalmente estaría relacionada con las demás oraciones que constituyen la totalidad del poema desde el punto de vista de la gramática textual.

En la primera estrofa, el primer verso: «Por una senda van los hortelanos» constituye la oración principal, que va seguida de una subordinada adjetiva, «que es la sagrada hora del regreso» (2º verso) y de un complemento circunstancial: «con la sangre injuriada por el peso / de inviernos, primaveras y veranos» (3º y 4º versos).

El primer verso está construido mediante un hipérbaton. Dicho hipérbaton no resulta imprescindible ni para el ritmo ni para el metro, luego responde a otra intención. Ya se ha dicho la complejidad que supone el estudio de la elección de un orden sintáctico determinado. Efectivamente, comprobamos que «Los hortelanos van por una senda» constituye un endecasílabo con el mismo esquema acentual que el escrito por Hernández, aunque desde luego con menos resonancias poéticas, por transformarse en una oración enunciativa afirmativa convencional y objetiva, valores estos últimos que pierde al producirse el hipérbaton. Pero además el hipérbaton se debe a la relación que este verso debe mantener con el verso 9, con el que se produce un apareamiento de equivalencia posicional: «por otra senda yo, por otra senda». El autor muestra que lo que le interesa recalcar son las diferentes sendas por las que caminan, primero los hortelanos y luego el poeta. Insensiblemente, como vemos, lo gramatical nos lleva a lo semántico.

El verso segundo, «que es la sagrada hora del regreso», tiene un apareamiento fónico entre «sagrada» y «regreso», por la repetición de los fonemas s y gr; en medio, la palabra «hora» en la que recae el acento versal. Igualmente, el poeta podría haber escrito «que es la hora sagrada del regreso» sin que ello cambiara los esquemas métricos; pero anteponer el adjetivo «sagrada» al sustantivo «hora» es necesario para sugerir la apreciación subjetiva que conlleva considerar sagrada la hora del regreso; «sagrada» es una palabra con connotaciones religiosas, al igual que las tiene la palabra «sangre» que funciona metonímicamente en el verso siguiente, palabra que también coincide con las anteriores en los fonemas s, gr.

El verso «con la sangre injuriada por el peso» da paso a una enumeración ordenada de las estaciones del año: inviernos, primaveras y veranos, en donde se halla ausente el otoño, la estación de la recogida. Así, el poeta acentúa las estaciones diríamos de más trabajo, o que suponen un mayor esfuerzo sin la visión de la recompensa (el fruto) que sería el otoño.

La segunda estrofa comienza con el verso «Vienen de los esfuerzos sobrehumanos», donde entre «esfuerzos» y «sobrehumanos» vemos coincidencias fónicas y semánticas («sobrehumano» funciona como un epíteto hiperbólico que se asocia con «esfuerzo» sin dificultad).

Esta estrofa se basa en una serie de proposiciones coordinadas copulativas, pero en ellas el poeta rompe la regla sintáctico-semántica de que las conjunciones copulativas sólo pueden sumar elementos similares, al unir «y van dejando por el aire impreso…» con las proposiciones «y van a la canción, y van al beso». En estas últimas, el verbo «ir» actúa como verbo principal, núcleo del sintagma predicativo, mientras que en «y van dejando…» el verbo «ir» es un auxiliar para la formación de una perífrasis durativa, cuyo verbo principal sería «dejar».

Hay además una recurrencia de la conjunción copulativa «y», que aparece tres veces, y un apareamiento semántico por antítesis de «Vienen» y «van». Dicha antítesis se prolonga a los complementos de estos verbos: «esfuerzos sobrehumanos», por un lado, «canción», «beso» por otro. Los complementos «esfuerzos» y «canción» son además las palabras en las que recae el acento versal de los versos 5 y 6. En el verso 6 se da un claro apareamiento con anáfora: «y van a la canción, y van al beso», que se une al apareamiento semántico beso-canción, que funcionarían como co-hipónimos en este caso, simbolizando los placeres hogareños.

En el verso 7 los apareamientos son fónicos: en «y van dejando» (iá-eá) coincide el acento en la vocal a seguida de nasal en posición implosiva con las sílabas acentuadas, una de ellas «dejando», dentro del esquema acentual obligado del endecasílabo (4ª sílaba); mientras que en la segunda parte del verso, «por el aire impreso», el acento recae en las vocales a y e, precedidas de r en ambos casos, y siendo los dos acentos los que completan el esquema acentual del verso (8ª y 10ª sílaba).

Nasales y vibrantes siguen dominando en el último verso de este cuarteto: «un olor de herrramientas y de manos». «Herramientas» y «manos» son también un apareamiento no sólo sintagmático (del tipo I) sino también semántico: «herramientas» y «manos» se relacionan: «utensilio» (herramientas) y «parte del cuerpo que lo maneja» (por metonimia, manos).

La tercera estrofa empieza con el verso «Por otra senda yo, por otra senda» donde al evidente quiasmo (repetición, al comienzo y al final, de «por otra senda») se une el hecho de que la palabra intermedia, eje del verso, sea «yo», la que contiene el acento versal y la que constituiría un apareamiento posicional extra-oracional con «hortelanos», al igual, que, como hemos adelantado, «por otra senda» se oponga en paralelo con «por una senda» en el verso 1. En este verso 9 hay una elipsis verbal, porque el poeta prefiere no utilizar el verbo «ir», que como ya veremos parece indicar una dirección, sino que después usará el verbo «merodear».

En el siguiente verso aparecen de nuevo las palabras «beso» y «hora», pero para oponerse también conceptualmente al uso que de ellas antes se hiciera: «que no conduce al beso» se opone a «y van al beso» del verso 6, e «y van» aparece opuesto a «que no conduce»; en cuanto a «aunque es la hora», hace alusión (equivalencia posicional, idéntica función sintáctica) a «la sagrada hora del regreso» del verso 2.

Toda la sucesión de los verbos «y van» se sustituye aquí por un solo verbo: «merodea». Este «merodear» se opone semánticamente a «ir», porque «ir» significa avanzar con claridad hacia alguna parte, mientras que «merodear» es dar vueltas sin rumbo fijo, o como dice el poeta, «sin destino«. Este último verso del primer terceto, «sino que merodea sin destino», tiene un apareamiento fónico: la rima interna de sino y destino. Tengamos en cuenta además que «sino» es una palabra polivalente, pues aunque aquí actúa como conjunción adversativa, forzosamente evoca al lector atento el sino con su valor como sustantivo sinónimo de «destino» y asociado a lo fatal y trágico, y de hecho los adjetivos «trágica y tremenda» aparecerán en el verso siguiente.

Y pasamos al último terceto: «Bajo su frente trágica y tremenda» contiene una aliteración, que parece querer reproducir el bramido o el llanto, como dice Hernández más poéticamente, del toro. «Un toro solo en la ribera llora» acentúa la soledad y llanto del toro con la repetición del esquema acentual y fónico «ó-o ó-o» (toro solo) que se añade a la «ó» de «llora», un predominio pues de la o como vocal que puede evocar el bramido del llanto.

El último verso, «olvidando que es toro y masculino», hace uso de la licencia ya vista de unir mediante conjunción copulativa elementos desiguales, en este caso un sustantivo, «toro», y un adjetivo, «masculino», que aquí asumiría la función de un sustantivo, «varón», por ejemplo.

Todo lo anterior sin duda explica las estructuras fono-semánticas del poema, y nos permite ver la unidad del mismo a partir de unos clarísimos apareamientos en contraste semántico entre «por una senda van los hortelanos» y «por otra senda yo» (1º y 9º versos). Estos apareamientos dividen el poema en dos partes (bimembración característica de muchos sonetos): la primera constituida por los dos cuartetos, en la que se hace alusión únicamente a los hortelanos alegres de vuelta del trabajo, y la segunda constituida por los dos tercetos, en la que el poeta habla de sí mismo comparándose con los hortelanos.

Pero desde luego, sin acudir a una aproximación extrínseca nuestro comentario resultaría incompleto. Hasta aquí podemos decir que se trata del lamento de un hombre solo sentimentalmente, que compara su situación con la de unos hortelanos felices de regresar a sus hogares después del duro trabajo. Pues, ¿por qué ha elegido la imagen de los hortelanos? ¿por qué su identificación final con el toro? A esto sólo podemos contestar acudiendo a la biografía del poeta, referencias al Productor del que habla la Estilística genética.

Y así averiguamos que Hernández vivió en un contexto campesino, hortícola. Que en el resto de su producción, y sobre todo del libro al que pertenece este poema, tiene reiteradas alusiones al toro como símbolo del destino trágico -la muerte- y de la soledad amorosa. Que su colaboración en la obra Los toros de Cossío pudo excitar su interés por este animal, tan utilizado en la literatura antes y después de Hernández. Que nuestro poeta siempre reivindicó el trabajo manual, esforzado, (recuérdese su poema «El sudor»), elemento que aquí aparece secundariamente al objeto principal del poema, pero no por ello de manera menos intensa.

Si sabemos además que estos poemas fueron escritos en la época de su difícil noviazgo con Josefina Manresa y de la búsqueda del triunfo poético y social, entendemos la desesperada sensación de soledad y no pertenencia que embargaba al poeta, el cual sentimental y humanamente «merodea» en espera de lograr consumar su amor y su destino.

Fotografías: Retrato de Miguel Hernández: autor desconocido, dominio público.

Rincón de huerta en la casa de Miguel Hernández en Orihuela (wikimedia commons).

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